jueves, 27 de diciembre de 2007

Experiencia 04

La experiencia es el recurso de aprendizaje del ser humano que le permite utilizar sus facultades para enfrentar las distintas circunstancias que le toca manejar. Frecuentemente se oye decir que "ningún bebé humano viene con un manual de instrucciones para los padres", sin embargo la interacción entre padres e hijos se realiza desde algo interno a ambos, y la experiencia en el trato va delineando la mejor manera de interactuar. Las facultades de aprendizaje del ser humano se revelan en forma operativa, por decirlo de alguna manera, en su cotidiano manejo de situaciones, circunstancias e intercambios con el medio que lo rodea desde el nacimiento.
Las facultades de aprendizaje del ser humano están, en los primeros años de la infancia, totalmente abiertas al proceso de ensayo y error en el manejo de todo evento o intercambio con el medio que lo rodea. Posteriormente, tal vez a partir de los siete años para algunos tipos de experiencias y después de la adolescencia para la mayor parte de los eventos e intercambios, el proceso de aprendizaje aparece condicionado, limitado y, de alguna manera que ameritaría una evaluación más profunda, entumecido. Mayormente sucede por el nivel emocional propio del ser humano, que se cierra a alternativas de acción y al ejercicio de opciones diferentes a las acumuladas en los primeros años de vida. Es así como el proceso de ensayo y error, aunque sigue vigente, porque ningún ser humano puede tener respuestas apropiadas a cada evento, se congela en respuestas o reacciones estereotipadas o fijas dentro de contextos determinados que pueden producir alteraciones emocionales o físico-materiales que sean de naturaleza dolorosa.
En el área de la tecnología existen artefactos producidos por el ingenio humano que utilizan la experiencia y conocimiento consiguiente de los factores de operación (temperatura, presión, electromagenistimo, etc.) que funcionan con límites de dichos factores, por ejemplo, un calentador de agua tiene un termostato que regula la temperatura requerida para que el calentador se desconecte de la fuente de energía y mantenga la temperatura alcanzada. Igualmente sucede con las calderas que producen vapor y que son reguladas por la temperatura y la presión. Así mismo existen reguladores de voltaje y corriente para los artefactos eléctricos. Tales reguladores y limitadores han sido introducidos en el diseño de los artefactos para hacerlos apropiados a las funciones que les corresponde desempeñar. En el ser humano existen también tales elementos reguladores en su biología. En efecto, hay un proceso conocido como homeostasis en la fisiología humana que regula el ambiente interno del organismo humano (y de cualquier ser vivo en general) para mantener unas condiciones de ajuste dinámico y de autorregulación que permitan una estabilidad dinámica.
Las emociones tienen un efecto regulador en la acción externa del ser humano con su ambiente circundante, y, cabría esperar, que tal efecto regulador pueda equipararse a un sistema de homeostasis en su funcionamiento psíquico. Sin embargo, tal efecto regulador actúa de manera tal que inhibe las facultades de aprendizaje en un nivel que las "desconecta" y limita las opciones que el ser humano pudiera utilizar en eventos novedosos, que contienen siempre variables semejantes a las vivenciadas en oportunidades previas. Esta sería la explicación del entumecimiento o adormecimiento de las facultades de aprendizaje del ser humano. No hay tal entumecimiento o adormecimiento sino una condición limitadora en la psiquis del "ser" humano que lo condiciona a adoptar determinadas maneras de comportarse en situaciones semejantes a las ya experimentadas y que le produjeron resultados que le afectaron en su vulnerabilidad física, emocional o de cualquier otro tipo. En realidad este "cualquier otro tipo" siempre hace referencia a la vulnerabilidad física o emocional, fundamentalmente apetitiva del "ser" humano.
El efecto de adormecimiento obedece, por otra parte, a la naturaleza apetitiva del "ser" humano. Si el "ser" humano tuviera una receptividad y conciencia de su naturaleza trascendente, lo que denomino conciencia en toda su amplitud de "Yo soy" el que se manifiesta a través de cualquier acción física o emocional que me toca enfrentar, probablemente se transformaría en un santo o maestro espiritual. O sea, que los santos y maestros espirituales tienen una "receptividad" ampliada por encima de la del "ser" humano apetitivo que les permite "ver" opciones que no son detectables por la receptividad normal del ser humano apetitivo y que, adicionalmente, les permiten establecer prioridades ante vivencias que, para otros seres humanos, podrían considerarse indeseables o de naturaleza violatoria de sus "derechos".
Una de las señales que pudieran citarse como ejemplo de la falta de conciencia por parte del ser humano se refiere a las experiencias de amor, gentileza y receptividad ante su medio ambiente en contraste con el rechazo, rudeza y rigidez en su consideración de sus semejantes. En efecto, todo "ser" humano ha tenido la experiencia de la amorosidad, la gentileza y el buen trato con sus semejantes e, incluso, con el medio que lo rodea, y ha experimentado el gozo y bienestar interno que tales vivencias aportan, y, por el contrario, ha experimentado el malestar interno que le produce el resentimiento, mal trato y rigidez que ejercita para con sus semejantes. Tales vivencias son universales y, sin embargo, la guerra, la confrontación y la búsqueda del predominio sobre otros seres humanos ha sido una constante a través de la historia de la humanidad. Estas vivencias señalan que la capacidad de aprendizaje del "ser" humano se congeló en su condición o naturaleza apetitiva por encima de su naturaleza trascendente. Más aun, podemos decir que la influencia de las mentes más avanzadas en tal naturaleza trascendente, excluidos, por supuesto los santos y maestros espirituales, se han dedicado a promover prohibiciones y limitaciones a la experiencia de cada "ser" humano para protegerlo, a él o a su entorno, de las consecuencias de acciones que pudieran producir resultados de difícil manejo por parte del individuo o de su entorno social. El mandamiento fundamental de la sociedad judeo-cristiana es "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo". Sin embargo, en lugar de facilitar el aprendizaje de lo que pudiera considerarse "Dios", "cosas", "prójimo" y "sí mismo" en constante comunión con las vivencias y experiencias cotidianas, se ha tejido un entramado de prohibiciones y limitaciones que, aunque producen resultados "aparentemente" convenientes, inhiben al "ser" humano individual en su aprendizaje de su naturaleza trascendente y lo alejan de la "toma de conciencia", del "darse cuenta" que crea realmente lo que yo denomino conciencia. Los filósofos, sobre todo desde Descartes hasta llegar a Kant como culminación, descubrieron la conciencia como "Yo pienso", y, en tal sentido, abrieron el camino, pero cerrándolo a la emocionalidad y a la manifestación y expresión de cada "ser" humano individual. La psicología recogió la expresión y manifestación de cada "ser" humano como algo irrenunciable y despejó el camino para una mayor integración de lo consciente desde la plena manifestación y expresión autoregulada y responsable mediante el ejercicio del "ser" desde lo humano, facilitando el reencuentro de lo individual con lo social en un adecuado intercambio para el desarrollo y "realización" del "ser" humano en su naturaleza trascendente.