domingo, 16 de diciembre de 2007

Experiencia 02

En mi particular manera de entender el lenguaje, la palabra experiencia se desglosa ex-peri-encia cuyo significado "etimológico" es, en mi opinión, "fuera y alrededor de los entes", para indicar que la experiencia es una actividad de comprensión o entendimiento que se realiza en la aprehensión, reconocimiento y conceptualización a la manera humana en y alrededor de los entes. El rasgo fundamental está en que es una actividad humana hacia lo exterior, lo relacionado con lo objetivo o, en otra palabra, lo material. De esta manera, se centra en la receptividad de lo exterior del ser humano y que la espontaneidad de la mente relaciona, compara y sintetiza.
La cumbre de dicha manera de ver la experiencia es Kant, quien, en sus críticas de la razón pura y práctica y del Juicio, trata de modelar la manera en la que el "ser" humano "conoce" el mundo que lo circunda. No es una manera integradora. Es una manera analítica, de descomposición, que incluye una parte sintética como manera fundamental de comprensión, mediante reglas y razones que organizan lo recibido en una concepción propia y particular de acuerdo con las facultades del entendimiento y la razón del "Yo soy" de la conciencia.
El siguiente paso en la reflexión debió integrar los análisis del pensamiento kantiano, buscando esa unidad que subyace al análisis. Sin embargo, el máximo representante del idealismo alemán, Hegel, se centra en la espontaneidad del pensamiento y hace surgir un mundo voluntarista a partir del pensamiento humano que, más que humano, pareciera la sustitución de lo conocido anteriormente como potestad de lo divino. Dejando de lado la experiencia como elemento de prueba de que lo que se idea tiene que partir de lo recibido y no a la inversa. Que el "ser" humano puede crear, pero dentro de sus posibilidades materiales y constitutivas. Y que cualquier elemento no material debería ser contrastado con la famosa piedra de toque kantiana "Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas".
La experiencia, por otra parte, estaba limitada en la reflexión de Kant, y debía ser revisada y llevada al extremo de ampliarla para incluir las experiencias particulares de los "no científicos" santos y maestros espirituales, cuya manera de ver el mundo partía de supuestos que, sin menospreciar lo material, ponían por encima de los apetitos del ser humano una "experiencia" que trascendía la receptividad ordinaria del "ser" humano común y corriente. Esto no es sencillo, por cuanto solamente la "experiencia" de los santos y maestros espirituales podía testificar lo vivenciado, no lo objetivo sino lo subjetivo con potencialidad de ser compartido, y, en tal sentido, el desapego de dichos "no científicos" hacia lo material y apetitivo, así como la naturaleza trascendente a los sentidos ordinarios del "ser" humano, impedían su traslación a un lenguaje con posibilidades de ser compartido.
El lenguaje, supuestamente surgido de la comunidad de los seres humanos, es un producto que, en mi opinión, tiene la misma característica de todos los desarrollos humanos. Esta característica es que solamente algunos individuos, particularmente sobresalientes en su manera de ver el mundo, logran "crear" objetos, modelos, conceptos y sonidos que pueden ser transmitidos con posibilidades de ser aprehendidos significativamente por sus congéneres. En tal sentido, los santos y maestros espirituales no pueden comunicar sus experiencias en forma inteligible y "facilmente" comprobable por la receptividad esencialmente apetitiva del "ser" humano. Sus vivencias pertenecen a un mundo trascendente, y solamente mediante parábolas, anécdotas e imágenes analógicas logran comunicar su peculiar manera de ver el mundo. Y tal comunicación llega solamente a aquellos seres humanos que "confían" en una "visión interior" de que el "ser" humano es algo más que "ser" humano, y, en consecuencia, dedican su vida a la "búsqueda" de esa trascendencia que a los santos y maestros espirituales les es tan clara como las "visiones conceptualizadoras" que los grandes filósofos, científicos y tecnólogos reflejan en sus respectivos campos de conocimiento.
En mi opinión, la conciencia, el "Yo soy", que los filósofos han alcanzado en sus reflexiones, es el primer paso de la "búsqueda". Los santos y maestros espirituales han "saltado" dicha conciencia por su natural predisposición para lo trascendente. Solamente los psicólogos y psiquiatras más eminentes han logrado entrever la relación entre la conciencia (el "Yo soy" que se manifiesta y expresa) y lo trascendente. Los filósofos se han quedado dentro de la "espontaneidad del pensamiento" como expresión de la conciencia y, de esa manera, han limitado la experiencia del "ser" humano a lo "objetivo", pasando por alto la subjetividad potencialmente compartible de lo trascendente y, en tal limitación, permanecen en lo exterior. Con el agravante de considerar que lo exterior es parte de lo interior, o, mejor dicho, que lo exterior y la concepción de lo pensado son una y la misma cosa, a la manera hegeliana. Así se limita el progreso de la conciencia y, de esa manera, se impide el acceso a una manera de ver el mundo en el que el "ser" humano se integre al mundo que observa de una manera más orgánica, como parte dentro del todo, como elemento activamente consciente y particularmente inconsciente de la totalidad que lo constituye y justifica. La Razón Pura kantiana no ha encontrado aun quien realice el camino inverso desde los principios hacia la experiencia, para completar el camino recorrido hasta el presente, desde la experiencia hasta las razones (completitud que busca la razón en todas sus modelaciones de la experiencia) o principios ocultos en el entendimiento que regula la receptividad dentro de la espontaneidad del pensamiento. Solamente la Razón Práctica ha conseguido una expresión compartible, pero su expresión, por carecer del toque de la "experiencia", entendida en su forma en y alrededor de los entes, ha quedado relegada en la reflexión filosófica a máxima idealista, sin correspondencia con la naturaleza apetitiva propia del "ser" humano.