viernes, 9 de noviembre de 2007

Exploraciones de la conciencia 12

"Yo soy" es una manera de señalar una experiencia referida a aquel observador que subyace a toda acción y pasión propia de cada ser humano, y la denomino "conciencia" como abreviación al "yo" que se manifiesta y expresa en el "soy" que hace referencia a toda acción y pasión del individuo. En mi opinión, los primeros seres humanos, aquellos que inventaron el lenguaje, tenían un mayor "contacto" con sus experiencias, debido a que no estaban condicionados por un lenguaje que les había llegado por aprendizaje y modelaje de quienes les precedieron. Es el mismo caso de los niños, cuyas experiencias iniciales, en los primeros años de la infancia, se presentan en un contexto libre de condicionamientos. En ambos casos, la conciencia queda oculta por identificación con la experiencia correspondiente, pues el individuo está plena y totalmente identificado con su receptividad. Las experiencias internas se limitan a registrar lo externo como algo que afecta positiva o negativamente al individuo en su quehacer cotidiano, originándole complacencia o malestar.
La experiencia de la infancia, interpretada mediante el lenguaje que aprendemos de los adultos, nos marca y condiciona en forma tal que crea un ego que interpreta mentalmente lo que, de otra manera, podría constituirse en una fuente de aprendizaje continuo. En efecto, una vez traspasada cierta edad, probablemente una primera fase a los siete años y una segunda en el final de la adolescencia, que puedo estimar entre los quince y veinte años, el condicionamiento es tal que nuestro acontecer transcurre en un contexto intelectualmente fijado por el lenguaje con sus diversas interpretaciones internas a partir de la individualidad de nuestra formación familiar, escolar y social de infancia y adolescencia.
En mi opinión, si en nuestra infancia y adolescencia hubiera sido reforzado un conocimiento del "Yo soy" como sustento de cuanto hacemos, decimos y pensamos (acción y pasión), nuestra capacidad de aprendizaje continuaría viva y podríamos utilizar nuestra receptividad física, nuestra imaginación, emocionalidad, mente y reactividad (sub e inconsciente) como elementos de información que, "observados" desde nuestra conciencia, podrían ser utilizados de maneras más útiles para nuestro devenir individual dentro del contexto social y natural. Podríamos darnos cuenta de que nuestro bienestar está íntimamente ligado con el bienestar de cuanto nos rodea y, de esa forma, podríamos estar abiertos a la experiencia en una forma integradora de nuestra realidad con la realidad del contexto. Podríamos, tal vez, asimilar el hecho de que en una relación amistosa y amable con nuestros semejantes experimentamos agrado y que la confrontación no nos produce bien alguno. Podríamos, tal vez, darnos cuenta de que las ofensas y malos tratos de nuestros semejantes reflejan un estado interior de desajuste y desequilibrio y que nuestra mejor contribución es alejarnos y comprender que tales ofensas y malos tratos no tienen relación alguna con nuestra individualidad y, por el contrario, reflejan un sufrimiento interno que nuestro semejante no puede manejar. En todo caso, esta situación es hipotética, pues basta darnos cuenta de que la mejor experiencia que tenemos en nuestra relación con nuestros semejantes es la de la amistad, el afecto y la comprensión en contraste con nuestra habitual forma de relacionarnos mediante la confrontación y el intento de predominar o controlar, a pesar de que dicha confrontación solamente nos produce malestar y desagrado constantes. Y estas experiencias opuestas, afecto en oposición a confrontación, y sus resultados, agrado y malestar, las hemos tenido desde la infancia y, ausentes de nuestra conciencia "Yo soy", cuya observación podría modificar nuestra manera de actuar adulta, ha sido sustituída por nuestra interpretación desde el ego, cuyo condicionamiento está dirigido a buscar nuestra preeminencia y dominio (como bienes sustitutivos de nuestra capacidad afectiva fundamental) sobre nuestros semejantes, en franco menosprecio de nuestra constitución afectiva fundamental (a imagen y semejanza de la divinidad) que podría aportarnos beneficios de todo tipo en nuestra interacción con el contexto familiar, social y natural.
La conciencia, ese "Yo soy", que se hace presente como observador neutral en cada experiencia, unida con nuestras potencialidades física, imaginativa, emocional, mental y reactiva (sub e inconsciente) puede constituirse en la herramienta óptima para nuestra vida familiar, social y natural, pues la capacidad de aprendizaje de cada situación, circunstancia y medio ambiental se tornarían en una oportunidad continua para afianzar ese "cuidar de ti para poder cuidar de los demás", "no lastimarte ni lastimar a otros" y "utilizar todo para aprender, crecer interiormente y avanzar en entendimiento" o en ese más antiguo judeo cristiano "amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Puede, igualmente, transformarse en una herramienta para afianzar el hecho de que sabemos cuando hemos transformado la información en experiencia en oposición a esa creencia común de que sabemos algo cuando hemos recibido la información. En otras palabras que el comprender algo está sustentado en la experiencia y que dicha experiencia, cuando la hemos recibido por información, como saber transmitido por otros, está supeditada al ejercicio de los principios básicos, antes mencionados, en cualquier circunstancia, situación o medio ambiental que sirva de contexto a nuestro pensar, decir y hacer.