miércoles, 24 de octubre de 2007

Exploraciones de la conciencia 11

En mi manera de pensar, los primeros seres humanos, los que iniciaron el uso del lenguaje para comunicarse, estaban más cerca de lo que llamamos experiencia que nosotros que disponemos de un lenguaje bien elaborado. En efecto, en mi opinión, la experiencia a la que accedemos actualmente está mediada por el lenguaje y la interpretación que hacemos de dicho lenguaje en función de lo que experimentamos. O, mejor dicho, la experiencia está interpretada en función del lenguaje y no de "lo que" realmente constituye la experiencia.
Cuando yo menciono la conciencia me refiero a un "Yo soy..." que representa al que experimenta "lo que" sucede en función de mi intuición receptiva y mi pensamiento espontáneo. Dicha conciencia es saber, que no puede comunicarse como conocimiento, pero es saber que me atañe, me constituye y me es imprescindible para manejar mi voluntad en mi cotidiano vivir. El "Yo soy..." es la instancia más elevada a la que puedo acceder como experiencia que se me revela a partir de lo experimentado física, imaginativa, emocional, mental y reactivamente (sub e inconsciente). Adicionalmente a dichos niveles de conciencia, a los que puedo acceder, se encuentra un estado de conciencia que denomino ego, constituído por la unidad de experiencias que se han consolidado desde mi nacimiento en una manera de ver el mundo que me rodea. Este ego es un estado de conciencia en el que permanezco en la mayor parte de mis experiencias de intercambio y relación con cuanto me rodea, aunque, en el presente estado de mi evolución personal, hago lo posible por acceder a mi "Yo soy..." como instancia que testifica lo que sucede en mi interior, sea o no consecuencia de eventos externos a mis estados de conciencia.
La ciencia y la filosofía son expresiones de comunicación surgidas del ego que se identifica con el "Yo pienso". En tal sentido, configuran una visión parcial, y orientada hacia "lo comunicable" que denominamos objetivo, de lo que se presenta a nuestra experiencia, constituyendo un mundo particular que, en cierta forma, va dirigiendo nuestro acontecer por caminos de no conciencia plena de lo que realmente es significativo desde una perspectiva más elevada o más profunda, según se lo quiera designar. Y, debido a que nuestro devenir humano está limitado a lo que enfocamos en cada experiencia en particular, nos vemos envueltos en mundos particulares que nos limitan más de lo que pudiéramos, desde el "Yo soy...", experimentar. Efectivamente, podríamos vernos, desde el "Yo soy...", en un camino de evolución de nuestra conciencia que nos llevara a percibir la unidad que constituimos con cuanto nos rodea, y a la necesidad de integrar nuestra particular y personal manera de ver en armoniosa relación con el mundo que nos rodea.
La ciencia carece de conciencia mientras que la filosofía da vueltas alrededor de la conciencia, a la que descubrió hace tiempo en su particular "Yo pienso" particularizado. Y es así que, gracias a la tangibilidad de los resultados de la ciencia en el medio físico material, la filosofía se ha visto relegada como manera de ver el mundo y ha olvidado su papel de universalizadora de la experiencia y unificadora de los resultados racionales de la mente en un contexto en el que el ser humano, como conjunto de individuos, como ser humano socialmente significativo en el plano natural del planeta, se ve en la necesidad de tomar distancia de lo científico y considerar otras alternativas de desarrollo y evolución armónicamente enlazadas con el entorno natural.
Lo primero que se impone es la convivencia entre los seres humanos y sus diversas maneras de ver y concebir el mundo que nos rodea. Las leyes religiosas como "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo" ya no tienen la influencia de sus primeros tiempos, cuando el término Dios designaba algo intuitivamente significativo para los seres humanos que, arrogantemente, y mientras no se ven acongojados por su vulnerabilidad física o emocional, consideran que pueden controlar sus vidas personal y natural. Las leyes de la racionalidad como "Obra (actúa) de manera tal que la máxima de tu acción pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal" son tan abstractas en su concepción que requieren un entrenamiento y práctica de la racionalidad que solamente tiene validez en el área de las matemáticas, pues la vida normal carece del automatismo que la racionalidad matemática parece establecer en la conciencia de los que la ejercen. En el mundo actual son más útiles reglas que desde la particularidad logren la universalidad que su ejercicio promueve: "Cuida de tí para que puedas cuidar de otros", "No te lastimes y no lastimes a otros" y "Utiliza todo para avanzar, para aprender, para crecer en conciencia". Por supuesto que complementadas con máximas que dirijan la conducta en provecho de todos los involucrados, incluyendo el mundo inanimado que nos rodea, tales como "Tú creas promueves y permites todo cuanto acontece en tu vida", "La paz comienza en tu interior", "La paz es el cese del estar en contra", "Habla palabras amables", "A ninguna persona le gusta quedar en desventaja ni sentirse mal", y otras que pueden agregarse como corolario a los términos amar, paz, unión, gentileza, respeto, amabilidad y otros semejantes, cuya significación implica la toma de conciencia de que el amor que tiene significación es el que damos, pues el gozo de amar no puede ser sustituido por un ser que nos ama sin que genere en nosotros la correspondencia afectiva, ni la paz o armonía externas tienen cabida en un "Yo soy..." atormentado y carente.