lunes, 20 de agosto de 2007

Exploraciones de la conciencia 2

Hasta ahora había compartido acerca de los estados de conciencia como situaciones emocionales que condicionan la conciencia por la presencia de miedo, ira, ansiedad y otras emociones semejantes. Pero, en mi opinión, los estados de conciencia son condicionantes del denominado sueño o no conciencia y pueden estar atados a los niveles físico, imaginativo, emocional, mental y reactivo (sub e inconsciente). En efecto, si es el nivel físico de conciencia el que ata la conciencia a las sensaciones y situaciones propias de dicho nivel, nuestras respuestas estarán condicionadas por dicho nivel. En forma semejante ocurre con los otros niveles de conciencia.
La conciencia abierta y despierta es un observador no condicionado de nuestro universo interior y exterior que utiliza, en forma flexible, lo físico, imaginativo, emocional y mental de acuerdo a las mejores opciones presentes para el mayor bien de todo cuanto nos rodea. Es, para describirlo de alguna manera, un estado ideal. Los santos y maestros espirituales se encuentran en dicho estado y, en consecuencia, su apreciación del mundo circundante está subordinado a un nivel de conciencia tan elevado que, lo denominado terrenal o mundano, se ve voluntariamente reducido a lo estrictamente necesario para la subsistencia y mantenimiento personal.
Por lo anteriormente indicado podemos deducir que el filósofo y el científico, atados al nivel mental, no aprecian, en su mayoría, al menos desde Kant en adelante, el mayor contexto en sus elaboraciones. Así podemos entender el caso de científicos que crean elementos de destrucción y de confrontación para que los seres humanos se destruyan entre sí. Y podemos entender, también, el caso de filósofos que apoyan situaciones de poder político que atentan contra la dignidad humana, en aras de la supuesta creación de mejores entornos sociales y en detrimento de la libertad de elección de su respectivo desarrollo por parte de los seres humanos.
El sueño o no conciencia del que hablan los maestros espirituales, cuando se refieren al estado de vigilia de la mayoría de los seres humanos, tiene, así, su explicación tanto en los condicionamientos de los sistemas educativos en los que interviene la ciencia y la filosofía como en la natural presencia de estados de conciencia ligados a los niveles inferiores de conciencia. En estos niveles inferiores de conciencia se encierra la conciencia en determinados linderos fijos que impiden una apertura observadora que utilice todos los recursos disponibles para la acción.
Tenemos, pues, una conciencia que puede permanecer abierta y observadora dentro de cada contexto, permitiendo que los distintos niveles interactúen de la manera más conveniente para todo lo involucrado en cada situación, o que puede ligarse a un nivel determinado, físico, imaginativo, emocional, mental o reactivo (sub o inconsciente), y, de esa manera, limitar sus posibilidades de acción a parámetros fijos dentro de dichos límites de conciencia.
En mi opinión, los primeros sabios de la humanidad, que en alguna forma eran maestros espirituales, intentaron influir en los seres humanos mediante la creación de preceptos normativos de vida que les permitiera interrelacionarse de una manera acorde con los niveles más elevados de conciencia. Sin embargo, en la creación de dicha normativa introdujeron sus propias consideraciones sobre las limitaciones del ser humano común y corriente, y en lugar de elevar su conciencia lo indujeron en limitaciones que no promovían la elevación de la conciencia sino, más bien, un uso indebido del uso de la mente y las emociones (miedos a castigos, interpretación de los preceptos orientada a satisfacer sus deseos por encima de las significaciones más sencillas, y otras limitaciones mentales e imaginativas). Un ejemplo lo tenemos en los diez mandamientos del pueblo judío, cuyo primer mandamiento sintetiza toda la ley y, sin embargo, se extendió en la especificación de campos de aplicación y especificidades que no promovían una mayor elevación de la conciencia para acercarse a todo lo que estaba implícito en "Dios", "a sí mismo", "prójimo". Se ocultó en las especificidades la posibilidad del acceso a la conciencia del universo como incluyente de todo lo que involucraba la existencia y la subsistencia. Entendiendo, por supuesto, que la observación anterior es un anacronismo, por considerar un estado de conciencia ya evolucionado al nivel presente, no deja de ser una observación válida para referirse a maestros espirituales que tenían una perspectiva más amplia y, consiguientemente, pudieron instrumentar el logro de niveles de conciencia y, no tan sólo, de niveles de actuación. Esto indica que los primeros maestros espirituales tenían un mayor nivel de conciencia pero no un mayor nivel de conocimiento. O sea, el nivel de conciencia era elevado para acceder a la realidad más alta posible pero la mente, el conocimiento discursivo, requería de una mayor elaboración y evolución para comunicar no ya los niveles más elevados de conciencia, cosa que aun hoy en día es imposible, pero sí la internalización de los estados de conciencia físico, imaginativo, emocional, mental y reactivo propios del ser humano como ser de naturaleza apetitiva. Nueva aseveración anacrónica que no toma en consideración que, incluso los maestros espirituales, están en proceso de evolución en tanto seres humanos perecederos.
Es notable la presencia, a partir de Sócrates (tal vez Pitágoras y otros en edades y lugares próximos o lejanos en el extremo oriente, estaba en esa misma línea de desarrollo), de maestros espirituales que sí promovieron el desarrollo de la conciencia de manera tal que los discípulos accedieran, por sus propias potencialidades, mediante guías generales acerca de su naturaleza apetitiva y trascendente. En todo caso el proceso discursivo estaba ya bastante avanzado como para suministrar herramientas de internalización de los procesos apetitivos y trascendentes propios de la naturaleza humana.