martes, 7 de agosto de 2007

Descubriendo la conciencia

Des-cubrir es similar a des-tapar y consiste en quitar una cubierta o tapa de un objeto que se encuentra, por tal cubierta o tapa, oculto a la vista. El término adecuado para el caso de la conciencia sería el de despertar, por cuanto se trata de traer al estado de alerta y vigilia una facultad que se encuentra adormecida o subconsciente, en forma semejante a la situación de nuestros sentidos durante el estado de sueño o inconciencia. Y la cubierta que oculta la conciencia es el conocimiento objetivo de la ciencia y la filosofía, que, a su vez, son productos propios de la conciencia instrumentados por el pensamiento.
El despertar o descubrir la conciencia es el acto más subjetivo y a la vez más objetivo que puede concebirse. En efecto, solamente la persona individual puede despertar o descubrir su conciencia mediante la guía de una persona, situación, circunstancia o experiencia que la ponga en contacto con esa particular manera de observar en la que lo observado se deslinda del observador en un acto interior de la persona, y dicho "observado" hace referencia a algo que no forma parte del observador más que como una acción de su intuición o su pensamiento.
Solamente los maestros espirituales pueden guiar a una persona en su acceso, su despertar, a la conciencia. Y los maestros espirituales pueden hacerlo por tener plenitud de conciencia de los niveles ordinarios de conciencia (físico, imaginativo, emocional, mental y subconsciente e inconsciente), pero, adicionalmente, tienen, por calificarlo de alguna manera accesible a nosotros los seres humanos ordinariamente inmersos en el mundo de las cosas y los hechos, una receptividad que los pone en contacto con niveles de conciencia más elevados (conciencia del alma, de lo que acostumbramos denominar Dios y del denominado Espíritu Santo). El primero del que tenemos noticia en la guía hacia la conciencia de los seres humanos que lo rodeaban fue Sócrates, y la manera en la que acostumbraba hacerlo era mediante la conversación y el cuestionamiento de nociones de índole moral (la templanza, el valor, la bondad, la justicia...) de manera tal que el interlocutor de Sócrates se veía precisado a entrar dentro de su conciencia para delimitar lo planteado en preguntas y sugerencia por parte de Sócrates. A Sócrates le sucedió su discípulo Platón, que sigue en sus inicios la técnica socrática para cambiarla luego a una forma personal en sus explicaciones, sobre todo en "La República", utilizando las alegorías. La más famosa y ejemplarizande como guía hacia la conciencia es la alegoría de la caverna, en la que Platón hace ver cómo el mundo (sensible) que se nos presenta es una sombra del mundo real (el mundo de las ideas, que hoy en día identificaríamos con el mundo del Espíritu). El siguiente guía hacia la conciencia es Aristóteles, que utiliza la mente como fuente de exposición y, en tal forma abarca todos los aspectos de la conciencia que los convierte en conocimiento, en conceptos concatenados uno tras otro. Incluso en el ámbito de la ética expone mediante conceptos y transforma en conocimiento lo que Sócrates utilizaba como herramienta para que cada persona entrara dentro de sí misma para dilucidar y discernir. A partir de Aristóteles la conciencia queda irremediablemente cubierta con el conocimiento. La capacidad de concebir se separa del sujeto que concibe en forma tal que la mente adquiere una preeminencia y preponderancia tales que los siglos venideros servirán para reflexiones sobre reflexiones acerca de los conceptos y su correspondencia entre los dos mundos emergentes de los conceptos: el mundo sensible y el mundo inteligible.
Antes de seguir con el proceso de des-cubrir la conciencia, utilizando las herramientas del pensamiento, la imaginación, las emociones y la acción, es bueno detenernos en el maestro por excelencia en el mundo occidental, Jesús de Nazareth, quien utilizaba como medio para guiar a la conciencia a sus discípulos las famosas parábolas, que luego debía explicar suficientemente para que pudieran ser captadas por el entendimiento ordinario.
Fue Descartes quien des-cubre nuevamente la conciencia mediante el "yo", pero inmediatamente la cubre nuevamenta al anexarle el "pienso" como facultad fundamental de conocimiento y no como simple herramienta para la conciencia. Posteriormente Kant, definitivamente abre la conciencia mediante el "Yo soy" implícito en su evaluación de la intuición y el entendimiento puro, aunque siguió utilizando el "yo pienso" cartesiano, que aparece en su exposición del proceso de producción del conocimiento mediante las síntesis de aprehensión en la sensibilidad, reproducción en la imaginación y reconocimiento en el concepto. A pesar del "pienso" cartesiano, aparece bien delimitada la apercepción trascendental del "Yo" que se manifiesta en la intuición y el entendimiento puro mediante el "soy" propio del ser que se despliega en la multiplicidad de formas de la experiencia. A continuación siguen los idealistas alemanes, que, en lugar de evaluar lo planteado por Kant y desarrollarlo en toda su amplitud, se centran en el "Yo". Esto podría haber conducido a la conciencia plenamente preeminente y preponderante, sobre todo a partir del consiguiente "no-Yo" que utiliza Fichte. Pero surge Hegel, quien, poseedor de un pensamiento riguroso y poderosamente enfocado en su temática, vuelve a cubrir la conciencia con el conocimiento y el proceso dialéctico que, considerado ilusivo por Kant cuando no es utilizado en función de la experiencia, toma el lugar que debía ocupar la conciencia en la creación de conocimiento. A continuación ya la conciencia queda inexorablemente oculta, pero los pensadores subsiguientes comienzan nuevamente el tejido de conceptos que los llevará paulatinamente a los aspectos olvidados de la conciencia: lo que no es pensamiento sino subjetividad minusvaluada. Kierkegaard y Nietzsche son producto de la preeminencia del conocimiento y del olvido de la conciencia como fuente de uso de las facultades humanas para la producción del conocimiento.
Kant, que había iniciado el reencuentro de la conciencia del "yo soy", intentó, sin mayor éxito, la consolidación del "yo soy" en su "Crítica de la Razón Práctica" y su "Crítica de la facultad de juzgar", pero, a pesar de la notable afirmación del imperativo categórico, que requiere de la conciencia para su evalución extensiva e intensiva, su vuelta reiterativa a lo establecido en la "Crítica de la Razón Pura" hace que sus sucesores se centren en esta última y que no evalúen la totalidad de su pensamiento a la luz de la conciencia del "yo soy" subyacente al conjunto.
Las intuiciones puras de espacio y tiempo, que yo, personalmente, substituyo con la infinitud y la eternidad, cuyos esquemas son el espacio y el tiempo, son buenos elementos para introducirnos en la conciencia. En efecto, si nos enfocamos en la materia no nos queda otra alternativa que considerar al espacio como la no-materia y, en tal sentido, podemos idear una disolución total de la materia para quedarnos con un espacio cubierto totalmente por la materia en disolución; y si nos enfocamos en el espacio e ideamos una consolidacion de materia tal que cubra todo el espacio solamente nos queda la materia ocupando todo el espacio como una y la misma cosa. Si nos imaginamos un globo elástico inflado y lo dejamos que se desinfle, el espacio que ocupaban las paredes del globo inflado se contraen y las paredes del globo se pegan para dejar simplemente la lámina elástica doble de las paredes juntas en el espacio que antes era ocupado por el globo inflado. Si en lugar de un globo elástico nos imaginamos una superficie resistente, por ejemplo metálica, y hacemos el vacío, las paredes del recipiente metálico no colapsan, pero aparecen fuerzas que, en caso de agrietarse las paredes, podrían hacer que el recipiente colapsara y, nuevamente aparecerían las paredes juntas y el espacio dentro del cual se encuentra el recipiente se encontraría potencialmente libre para que otro cuerpo lo ocupara. Se dice que los griegos tenían repugnancia por el vacío. Si interpretamos tal repugnancia como un firme entendimiento de que el vacío no existe (cuando hay "vacío" aparecen fuerzas correspondientes que substituyen dicho espacio vacío por tensiones que, a la luz de la concepción de materia como forma de energía, podríamos considerar una forma de la materia). Cosa que podemos extrapolar al espacio sideral, que se considera "vacío", sin detenerse a pensar que pudiera estar lleno de una forma de energía equivalente a la materia y a la energía de nuestro ámbito terrestre. Los griegos hablaban del "lugar" y, en tal sentido, podemos considerar el espacio como una potencial (posibilidad) de ocupación por parte de la materia. Es así que podemos ver que lo que Kant denomina intuición pura del espacio, como una forma (una manera) propia de la sensibilidad del ser humano para acceder a su universo circundante es una irrenunciable e irreductible particularidad de nuestra manera de "ver" el mundo que nos rodea. No hay forma de "concebir" el espacio más que como una "forma pura", una intuición pura, análoga a la intuición empírica, que es, sencillamente, la manera en la que nos presentamos y se nos presenta el universo. El espacio no es un concepto, es una manera en la que nuestra receptividad capta la materia en sus diversas posibilidades de ubicación. Es semejante al concepto de energía potencial de posición que aprendimos en física: Si un objeto se encuentra a determinada altura sobre el nivel del piso tiene una energía potencial que es función de su masa y la aceleración de gravedad. Tal energía potencial existe en la medida en la que el objeto pueda caer desde la altura que ocupa, pero si rellenamos todo el espacio que está debajo del objeto y lo cubrimos dicha energía potencial no se manifiesta. Así mismo el espacio que ocupa un cuerpo es contrapartida del cuerpo, o potencialidad de ocupación en el caso de que dicho cuerpo pase a ocupar otro espacio diferente, otro lugar en la terminología griega. Espacio y materia son contrapartidas de una manera de acceder a la experiencia. Hay tal cantidad de objetos (materia) y espacios (lugares potencialmente ocupables por objetos) que no nos queda otra alternativa que considerar que hay una infinitud de cosas, lugares y cualesquiera otros términos que queramos utilizar. Tal infinitud la abarcamos ( la "comprendemos" con el entendimiento) pero nuestra naturaleza física y limitación humana no nos permite recorrerla en toda su amplitud.
En forma semejante podemos hablar del tiempo. Es la otra intuición pura kantiana. El tiempo es simplemente una manera en la que accedemos a los sucesos, a la sucesión. Una vez más, en mi opinión, el tiempo es el esquema de la eternidad. Hay una secuencia "infinita" (para utilizar una analogía espacial) de sucesos probables (potenciales) en cada situación o circunstancia en la que nos encontremos. No hay otra forma de "concebir" el tiempo más que como la forma en la que accedemos a los sucesos, a las secuencias que se nos presentan en la experiencia del mundo que nos rodea. El mejor discernimiento del tiempo lo ha dado Heidegger en su delimitación de la diferencia del tiempo histórico (verdadero tiempo de las secuencias discernibles) y el tiempo de la física. El primero atiende a la cualidad, a la definición de los hechos discernibles que definen un suceso dentro de la secuencia. El segundo atiende a la cantidad, al monto de sucesos patrón (vueltas del segundero, del minutero, del horario, de la tierra o, modernamente, vibraciones u oscilaciones de instrumentos fundamentados en las propiedades de los materiales), que son "sucesos idénticos", en función de los cuales se "miden" los sucesos del universo circundante. El tiempo, una vez más, es un modo, una manera de acceder de nuestra sensibilidad y nuestro entendimiento a los sucesos del mundo que nos rodea.
El hecho de que dispongamos de la imaginación, la emoción y la memoria nos impide, en alguna forma, darnos cuenta de que no existe el aquí y el ahora más que como referencia al potencial que nos caracteriza en cada instante para moldear, para decidir, para elegir entre las opciones que se nos ofrecen en función de aquello que nos sea más significativo en cada momento. Nuestra capacidad de trascender el nivel fenoménico que nos constituye como seres apetitivos solamente se hace presente cuando accedemos a la conciencia que nos discierne como un potencial de realización o de permanencia dentro del contexto que nos toca en cada experiencia. No podemos desligarnos del espacio y del tiempo como elementos constitutivos de nuesta experiencia, salvo que logremos la conciencia interior de totalidad del universo, del cual somos parte, y de nuestra facultad de hacer o dejar de hacer que nos permita acceder a los niveles no visibles de nuestra vida física, imaginativa, emocional, mental, subconsciente e inconsciente y que nos permita trascender lo material como una simple etapa hacia lo espiritual, hacia lo trascendente, hacia lo que podemos denominar el Espíritu Santo, en contraposición de ese Espíritu Absoluto hegeliano cuya producción nos sumerge en la prisión de la necesidad material apetitiva.