domingo, 17 de junio de 2007

Conciencia 7

Cuando Kant modela al ser humano, utilizando como perspectiva el conocer, utiliza dos elementos para configurar la manera en la que el ser humano accede a su universo: la intuición, que se corresponde con la sensibilidad y las capacidades de recepción de información; y el entendimiento, que se corresponde con la espontaneidad del pensamiento o elaboración de la información suministrada por la intuición. La intuición comprende una "forma" o intuición pura como base de la intuición empírica; y el entendimiento también incluye una parte pura y una parte empírica. Por encima de intuición y entendimiento se eleva la razón pura.
En este modelo, el "Yo soy" se establece al nivel del entendimiento puro como "apercepción trascendental", que constituye una unificación de la experiencia. La razón pura queda huérfana de elemento o facultad, como la sensibilidad en la intuición y el "Yo soy", o apercepción trascendental, en el entendimiento. Es aquí donde, en mi opinión, se requiere una reelaboración del modelo kantiano. Así como en la intuición pura, en mi opinión, la infinitud y la eternidad son las constitutivas correspondientes, con el espacio y el tiempo como esquemas de infinitud y eternidad, respectivamente, en la razón pura podemos ubicar "la conciencia" como elemento que, integrando el "Yo soy", elaborado al nivel del entendimiento como síntesis de aprehension de reproducción y de reconocimiento, se elabora espontáneamente como facultad unificadora de la experiencia en la que Kant denomina "la facultad de los principios", que, en su afán o aspiración de completar las experiencias en una totalidad coherente, se transforma en una unidad que, antes que unificadora de las experiencias, es, más bien, una unidad comprensiva de un "Yo soy el que soy" de la divinidad creadora. Es el reconocimiento de la presencia de una conciencia de la cual "yo" constituyo una parte dentro de una totalidad "viviente y creadora".
La ciencia, que motiva a Kant en su búsqueda del modelo humano, a partir de las opiniones de Hume acerca de la costumbre como subyacente al conocimiento, no crea conciencia. La filosofía, primer impulso de conciencia a nivel del conocer, se queda en un laberinto de elaboraciones que culminan con Hegel en su Lógica. A continuación llega la otra cumbre de Heidegger, quien se da cuenta de algo, sin poder definirlo, que supera la capacidad humana del pensar, y que se detiene en la elaboración de un modelo de devenir "Ser y tiempo" que, partiendo de las maneras de vivir y convivir del ser humano y del pensar como suprema manera de expresar y modelar dichas maneras, se plantea la necesidad de superar, en una nueva manera de pensar "el pensar" de la filosofía.
Aparece, en mi opinión, un nuevo elemento, que Heidegger descarta expresamente, que es la manera de pensar oriental, cuyo centro es la observación interior. Y Heidegger la descarta porque no es la manera heredada de los griegos, que él considera es la base irrenunciable de nuestra manera de entender el mundo. Sin embargo, él mismo se da cuenta de que los primeros filósofos eran más esenciales que las sucesivas elaboraciones del pensar, pues ellos se dirigían a "lo ente" como expresión del ser. Además de los santos y maestros espirituales que mencionan otras experiencias no expresables al nivel del lenguaje. Incluso Platón y Sócrates dan testimonio de una manera de ver el mundo desde lo trascendente. No se da cuenta, Heidegger, de que la experiencia del mundo desde el interior del ser humano como centro de observación, centro que, a su vez, debe ser motivo de observación, por constituirse como parte de aquello que se observa, es la única manera de acceder a la unidad que elimine la limitación del proceso discursivo, del lenguaje elaborador físico requerido por la comunicación interior hacia el exterior. Pero tal observación debe dirigirse (disciplina como elemento de direccionalidad interior), en mi opinión, a una nueva manera de experimentar, a nuevas facultades de conocimiento que se constituyan, más que en un conocer, en un "darse cuenta", en una conciencia que se involucre desde su ser interior, que trasciende el mundo físico-material, pero que puede integrarse desde la subjetividad compartida, ya no en una objetividad externa sino en una integración hacia lo trascendente del ser humano. Sin renunciar al mundo y a la mundanidad, convertir el mundo en un universo a la manera de Jesús de Galilea o Francisco de Asís o Buda, Lao Tse, Confucio, o cualesquiera de aquellos pensadores que dedicaron su vida y su obra a la unidad de todo cuanto existe, en contraste con el conocimiento, que todo lo separa para comprenderlo posteriormente en unidades significativas.
Así que, en mi opinión, estamos ante una nueva tarea conjunta de los seres humanos: enseñar la conciencia como elemento fundamental, como elemento de base, para una nueva manera de ver el mundo, que integre lo espiritual y lo físico-material en un todo armónico. Tal vez este sea el paso culminante para alcanzar esa tan admirada y olvidada "humanidad" del ser animal racional. Es la elevación a aquello que hace trascendente al ser humano y que, denominado "alma", ha quedado, hasta el presente, relegado a las iglesias, monasterios y organizaciones que solamente se dedican a una especie de no-vivir dentro del mundo, considerando que lo físico-material del ser humano ha de ser relegado en favor de lo trascendente. Sin el reconocimiento de que, como seres vivos, hemos de experimentar y conocer todas las experiencias humanas. Esta vez, guiados por nuestra convicción de considerar que somos seres trascendentes en una envoltura físico-material sensible; que, probablemente, hemos venido a "aprender", a "experimentar" la separación, con un propósito que excede nuestra facultad de conocer mediante el pensamiento y el proceso discursivo.