viernes, 15 de junio de 2007

Conciencia 6

La conciencia y el conocimiento se complementan para integrar al ser humano desde la perspectiva de la experiencia compartida con otros seres humanos. El conocimiento no crea conciencia, aunque abre su posibilidad, pues es un modelar el universo a partir del ser físico del hombre. El hombre observa el mundo que lo circunda, incluyendo a los demás seres humanos, y comienza a modelarlo, consciente o inconscientemente, de acuerdo con sus limitaciones y necesidades. El conocimiento o modelaje del mundo es compartido con los demás seres humanos mediante el lenguaje. El lenguaje es, así, el recipiente en el que se deposita el modelo del mundo del ser humano.

La conciencia aparece cuando el ser humano observa que su modelo requiere de una mayor elaboración para contener aspectos que no son de naturaleza material, cuando toma conciencia de que hay expresiones y manifestaciones de su realidad que dirigen su mirada hacia un mundo intangible a los sentidos físicos. Aparecen la religión y la filosofía.

En la época actual se hace presente otro tipo de conciencia que complementa la religión y la filosofía y que se dirige a la observación de un mundo que no puede ser compartido mediante el lenguaje. Siempre ha existido ese mundo personal que es intraducible a los elementos del lenguaje, pero ha sido exclusivo de un cierto tipo de personas: los santos y los maestros espirituales (incluidos los chamanes, los sanadores y otros personajes semejantes, que manejan un conjunto de creencias y experiencias que solamente pueden transmitirse mediante la cercanía continua de algunos discípulos deseosos de adquirir tal tipo de experiencias).

La conciencia es un mirar hacia adentro. Es un mirar aquello que constituye la fuente del lenguaje, del modelaje del mundo: imágenes, sentimientos y emociones, pensamientos, reacciones subconscientes e inconscientes. Es un mundo interior desde el cual se hace presente lo esencial del ser humano, pero a la manera de simple experiencia, sin explicaciones, sin modelajes, sin lenguaje que lo interprete. Es un simple estar presente en la experiencia cotidiana, observando qué pienso, qué siento, qué imagino, qué me sucede ante los sucesos y fenómenos del mundo externo, y, a partir de dicha observación, se crea una nueva manera, no mental, ni modelable, ni transmisible mediante el lenguaje, de actuar en el mundo físico. Pero, dicho mirar u observar, debe ser, preferiblemente, dirigido por alguien que haya recorrido su personal mundo interior, que haya encontrado la fuente de la sabiduría acumulada por otros seres que recorrieron dicho mundo y dejaron testimonio de sus experiencias, y que pueda vencer la rutina, la repetición del mundo exterior que fascina, que hipnotiza con sus atrayentes, y a veces intimidantes, colores y diversidad, en detrimento de un mundo que brinda un contacto más directo, original y real de lo que los prejuicios, preconcepciones y "saber" del mundo exterior pueden ofrecer.

El despertar, que se refiere a un cierto tipo de dormir durante el estado de vigilia natural del ser humano, a que se hace mención en las enseñanzas espirituales, dirige nuestra atención a la latencia de sentidos no físicos para experimentar el mundo del espíritu. Así como los sentidos físicos permanecen latentes durante el estado de sueño físiológico, los sentidos sutiles requeridos para acceder a la experiencia del mundo interior y exterior, en forma desprovista de limitaciones y vulnerabilidades físicas, están latentes y a la espera de nuestro despertar al espíritu. Hay aquí una nueva manera de entender la experiencia, que implica un contacto directo con la energía o cualesquiera nombres queramos asignarle, provisionalmente, para que podamos acceder a aquel ser que observa al que siente, al que padece, al que modela, al que conoce.

La iluminación, que hace referencia a un cierto tipo de obscuridad, opacidad, neblina o nubosidad, por dar un nombre analógico del mundo físico que nos rodea, dirige nuestra atención a la necesidad de despejar las preconcepciones, prejuicios y conocimientos del mundo cotidiano. Es, de alguna manera, una sugerencia para que comencemos a despejarnos y a utilizar nuestra creatividad, con la finalidad de encontrar novedosas y renovadas maneras de observar el mundo, dando mayor diversidad a las formas que tenemos de captar el mundo que nos rodea. Es despojar la mente de las rutinas que nos impiden ver que, con un ejemplo específico fácil de captar, una taza, un vaso, un plato y cualesquiera otros elementos semejantes son, sencillamente, recipientes intercambiables que influyen en nuestra manera de aproximarnos a cada experiencia; que cada elemento externo de nuestro mundo externo tiene características de condicionamiento, incluyendo aquellos conocimientos de la ciencia, la tecnología y la técnica, la filosofía, la religión y la historia, y, en fin, todo aquello que hemos acumulado mediante las experiencias de los seres humanos que nos han precedido y, sin quererlo, condicionado. Todos los avances logrados por quienes nos precedieron tenían una finalidad de apoyo para nuestra vida físico, y se convirtieron en fuentes de condicionamiento y aprisionamiento en maneras de pensar y de sentir prefijadas. Como ejemplo específico, no tan fácil de comunicar, un dolor físico, señal de algo que debe ser atendido para recobrar el equilibrio corporal, se transformó en sufrimiento, en malestar, en algo que debe ser atendido exteriormente, sin la participación de nuestras facultades de sanación interior. Una dolencia o desbalance físico que anuncia la necesidad de atender nuestro proceso vital general, se transformó en una enfermedad (in-firme) que debe ser atendida externamente, como si se tratara de algo puntual y no de algo que indica un desconocimiento más amplio y general de nuestra manera de encarar las situaciones, circunstancias y experiencias de la vida cotidiana; y, adicionalmente, se convirtió en indicador de nuestra "miseria y vulnerabilidad" físicas, de sufrimiento, de dolor emocional, mental e imaginativo adicionados al hecho físico. En fin, los procesos externos e internos relacionados con lo externo se transformaron en fuente de estancamiento, limitación y sufrimiento intolerables, temibles, miserables, en lugar de constituir fuentes de aprendizaje de un proceso más amplio de la vida y de aprendizaje personal que sirviera como referencia al aprendizaje conjunto de los miembros de la sociedad humana. A todos los desequilibrios del mundo físico se les ha dado una connotación imaginativa, emocional y mental limitante, sin atender a la naturalidad de cada proceso dentro del conjunto y a la necesidad de neutralizar el efecto no físico de las situaciones, circunstancias y experiencias, despojándolas de significaciones no físicas, para lograr un equilibrio en el aprendizaje de los mejores medios individuales y grupales para atender las "dificultades" que, en última instancia son sencillamente experiencias dentro de la aventura del vivir. Esto, sin añadir, la pérdida del sentido de humanidad de unos para con los otros, resumida en las famosas, rutinariamente repetidas y poco aprehendidas frases: "Amaos los unos a los otros", "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo por amor a Dios", que hacen referencia a nuestra unidad (cada uno de nosotros es hijo de Dios) y a nuestra solidaridad dentro de un mismo cuerpo, que es el universo que nos gestó y nos sostiene. Es a ese fin al que se dirige la conciencia. A la aceptación, la comprensión y la cooperación, con el entusiasmo de saber que el cuerpo físico y todo lo físico es una manifestación de algo más elevado que nos contiene y que no podemos expresar con palabras, imágenes ni pensamientos, pero que, en la intimidad de nosotros mismos, podemos experimentar. Esto es fácil de decir, pero, en mi intimidad, me doy cuenta de que estoy siguiendo los dictados de un maestro espiritual que me guía, y que no he accedido, todavía, a esa experiencia esencial que me la haga realidad experiencial vivida. Bien es cierto que he tenido atisbos de dicha realidad esencial, que la iluminación ha llegado por instantes, pero el despertar a la conciencia del alma, aunque presente, requiere de una mayor dedicación y presencia de mi parte.