sábado, 2 de junio de 2007

Conciencia 4

En las enseñanzas espirituales se habla del despertar y de iluminación para referirse a un contacto con experiencias fuera del área meramente sensorial. De esa manera se infiere que el estado normal de vigilia o conciencia diaria es un tipo de sueño que impide que los seres humanos tomen contacto con la conciencia en su nivel más elevado. Y la manera en la que, a menudo, se instruye a los seguidores de un determinado maestro espiritual para propiciar el encuentro o elevación a dichos estados de conciencia más elevados es mediante los denominados ejercicios espirituales. Dichos ejercicios espirituales conllevan una significación similar a la de los ejercicios físicos, pues es la manera de hacer que el espíritu individual se fortalezca y se amplíe su amplitud receptiva. Tales ejercicios espirituales consisten, por lo general, en el canto interior de un mantra, que es una o más palabras en un idioma como el sánscrito. Un ejercicio espiritual más universal es la denominada meditación de la respiración, que consiste en cerrar los ojos en un ambiente suficientemente personal y protegido y dedicarse en exclusiva a observar el ritmo y curso de la respiración. Tales ejercicios, realizados con suficiente dedicación y regularidad diaria, promueven un estado de conciencia más alerta al de la actividad diaria, por cuanto la persona, paulatinamente, se hace más consciente de lo que sucede en su interior dentro del contexto de sus actividades cotidianas, y, consiguientemente, puede darse cuenta de la influencia de sus imágenes, emociones y pensamientos en su estado de ánimo.
El despertar de la conciencia es, sencillamente, el "Yo soy" que se hace presente con cada actividad que realizamos, y la mejor manera de lograrlo, además de los ejercicios espirituales bajo la guía de un maestro o guía espiritual, es la simple observación interna. Tal observación pareciera ser sencilla, y, de hecho, lo es, sinembargo no es fácil, por cuanto la imaginación, la emocionalidad y la mente están en continua actividad, enlazando retazos de eventos residentes en la memoria con la situación y estado de ánimo presente en cada momento. Adicionalmente, la necesidad de enfoque de la mente para la realización de todas las actividades diariamente, en sucesión continua e indefinida para cada momento, distrae la atención de la conciencia del "Yo soy", que pasa a identificarse con la situación o circunstancia y olvida el enfoque de considerar que, en cada momento, cada actividad, pensamiento, palabra, acción, circunstancia o situación es producto de un entorno dentro del cual el "Yo soy" tiene la libertad de interactuar eligiendo opciones dentro del contexto.
La observación interior, que pareciera ser una actividad totalmente pasiva, es el recurso más poderoso de cambio de que disponemos los seres humanos. Dicha observación pudiera compararse con la contemplación que muchos seres humanos hemos tenido la oportunidad de experimentar ante un paisaje particularmente atrayente, amanecer y atardecer en particular, o ante le inmensidad del océano. Por supuesto que me refiero a la contemplación detenida y prolongada que se abstrae en el paisaje o ante el océano, y que se convierte en una especie de meditación sin palabras que se sumerge en dicho paisaje o en el oleaje y el entorno circundante ante la presencia de los fenómenos naturales, viento, luminosidad, nubosidad y similares. La observación implica una neutralidad, una carencia de juicios de valor, de bueno o malo, de benéfico o dañino; se trata de la simple observación, del simple estar presente, del natural fluir con la situación en total presencia del observador interior que, estando presente, observa lo que fluye en total neutralidad. En tal caso el "Yo soy" es un espectador de la propia acción, pensamiento, decir, circunstancia o situación. Tal proceso de observación nos va introduciendo en la más elevada conciencia a la que podemos aspirar dentro de nuestra sensorialidad y el contexto imaginativo, emocional y mental que nos envuelve.
El proceso mental de los filósofos se parece más al proceso creativo de los poetas, pues involucra un tipo de contemplación que se recrea en las palabras y sus significados, cual una persona ante un cuadro por piezas que se trata de ensamblar. Si leemos los escritos de los filósofos con tal direccionalidad, nos daremos cuenta de un ritmo, una armonía y una belleza interior que unifica el discurso en significaciones que deleitan nuestra capacidad de apreciar lo bello, lo bueno y lo sublime, a la manera en que lo concibe la Crítica del Juicio de Kant. Es un Juicio estético que se sobrepone sobre los significados, el ritmo y la armonía de un escrito de filosofía. Por supuesto que esto es más notorio en filósofos como Heidegger, que se detienen en la naturaleza humana como elemento de estudio de su filosofar, pero es también apreciable en los filósofos como Hegel, Kant y los que les precedieron, hasta llegar a los primeros filósofos griegos, cuyas obras nos llegaron en retazos que semejan poemas o versos en forma de refranes. En tal sentido, la filosofía, en mi opinión, se me sigue presentando como el desenvolvimiento de una conciencia social, puesto que participa de la comprensión de lo que la precede dentro del contexto intelectual y mental del filósofo que la recrea. Es así somo se hace todavía más válida la afirmación kantiana de que no aprendemos filosofía (no existe una filosofía como tal) sino que aprendemos a filosofar. Y tal filosofar es una conciencia que se desenvuelve y se realiza en una poesía, creativamenta tan indescifrable en su origen como lo implicado en las palabras de kant para referirse al esquematismo del entendimiento puro: "...constituye un arte oculto en lo profundo del alma humana" y "...difícilmente lo pondremos al descubierto".