lunes, 22 de octubre de 2007

Exploraciones de la conciencia 10

Las palabras serán siempre una referencia tendiente a señalar una dirección para que otros exploren su propio camino acerca de lo mismo que está presente en nuestra experiencia personal. El "Yo soy..." es una manera de señalar aquello más directamente referido a quien experimenta una experiencia personal, pero dejando la experiencia a un lado, como lo observado o manifestado ante el "Yo soy...", para que la experiencia sea la que tome el lugar de lo mentado o referido. Los puntos suspensivos, en la presente manera de escribirlo, hacen referencia a la experiencia que se manifiesta desde el "Yo soy...", e intenta manifestar que lo referido o mentado en la experiencia intenta ser presentado como objetivo, como válido desde una perspectiva de manifestación o expresión. "Yo soy el que se manifiesta en mi hacer, decir y pensar" ante otros "Yo soy...".
Hace tiempo que los filósofos y pensadores en general se esfuerzan por encontrar una correspondencia directa entre el concepto y los "Yo soy..." mediante exposiciones que permitan que la definición del concepto sea lo suficientemente específica como para convertirse en objetiva. Y han logrado crear un denso bosque, que oculta los árboles de la experiencia cotidiana. Hace mucho tiempo que los seres humanos dejamos de experimentar la realidad cotidiana desde la simpleza del simple aprendizaje de ensayo y error, propio, hoy en día, tan solo de los niños menores de siete años, pues el crecimiento de conciencia ha sido sustituído por sistemas de pensamiento de toda índole, que intentan alejarnos de la falta de control que tenemos sobre nuestro mundo circundante y convertir la vida de cada ser humano en una certeza, en un camino bien delineado, fácil de recorrer. Vano intento que nos deja en confusión, a menos que tomemos la decisión de experimentar internamente el camino que, a su manera, señaló René Descartes cuando, al dudar de cuanto había aprendido, estableció como única certeza el "Yo pienso" que se le presentaba con evidencia de certeza inmediada e indubitable (aunque no se detuvo a evaluar su vulnerabilidad física o emocional, cuyo caracter de evidencia indubitable debió serle igualmente presente, aunque no tan honorable como la del pensar).
El estado de conciencia más común, en mi opinión, es el del ego. El ego es una manera de ver, una perspectiva, un punto de vista propio de cada "Yo soy", que se manifiesta y expresa externamente mediante la personalidad. Las definiciones que he podido ver, hasta el presente, dan al ego como algo claramente discernible. Tal claridad participa de la claridad de las definiciones matemáticas que, al igual que algunas definiciones en las ciencias, son construidas. Sin embargo, la mejor manera de entender el ego es como una unidad de todas las experiencias propias de la infancia y la niñez temprana, tal vez hasta los seis o siete años, en la que los filtros que imponemos a la realidad externa se encuentran en proceso de formación básica. El ego se manifiesta en nuestras reacciones y nuestra manera de ver cuanto nos rodea, y está fundamentado en el aprendizaje por ensayo y error de nuestros primeros años. Dicho aprendizaje se dirigía a seleccionar las mejores respuestas ante las situaciones que nos tocó vivenciar, y se cristalizaron algunas conductas que, posiblemente, no son adecuadas para muchas situaciones que nos toca enfrentar posteriormente, pero están firmemente arraigadas como "la" respuesta apropiada y moldeable dentro de diversos contextos. El ego, en mi opinión, es la automatización de nuestros primeros aprendizajes, que, posteriormente, se refinaron con los aprendizajes familiar, escolar y social. El "Yo soy..." quedó escondido en un conjunto de perspectivas y puntos de vista propios de la niñez que denominamos ego. Este ego, inicialmente, en mi opinión, tiene una base fisiobiológica propia de nuestros reflejos naturales y del sistema nervioso que se encarga de las tareas automáticas de nuestro cuerpo físico: respiración, digestión, circulación de la sangre y otros, junto con las habilidades aprendidas para movilizarnos dentro de nuestro ambiente vital.
El "Yo soy..." puede comenzar su aparición, ante nuestra propia manera de experimentar cuanto nos rodea, cuando nos encontramos con un maestro espiritual o religioso, o de un psicoterapeuta humanista, que ha emprendido su propio camino interior de autonomía respecto de las respuestas reflejas propias del entorno social, y que nos señala el camino del darnos cuenta de que somos algo más que nuestras imágenes, emociones y pensamientos, y que estos están bajo nuestro control y no a la inversa. Se trata de ir discerniendo nuestras acciones y reacciones para hacer aparecer la conciencia que se separa de dichas acciones y reacciones en una actividad de observación desprejuiciada, cosa esta bastante dificultosa al comienzo, dando paso al "Yo soy el que me expreso y manifiesto en todas y cada uno de mis pensamientos, decires y haceres... y puedo trabajar para moldearlos de una manera más provechosa para mí y mi entorno, tanto humano como no humano".
Una de las maneras de recorrer el camino que nos lleva a la aparición del "Yo soy..." y a su acción de dirigir el ego para el mayor bien de todos los involucrados, como herramienta imprescindible en nuestra vida física, emocional y mental, es mediante la adopción de principios de acción que nos guíen en tal sentido: "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo"; "No te lastimes y no lastimes a otros"; "Cuida de tí para que puedas cuidar a otros"; "Utiliza todo para aprender, para avanzar, para crecer en conciencia...". Otras guías pueden ser "La paz es el cese del estar en contra", "La paz comienza dentro de tí", "Habla palabras amables", "Toda persona quiere sentirse bien, y todo cuanto hagas en beneficio del equilibrio de cuantos te rodean se revertirá en beneficio de tu paz interior y de las personas y circunstancias que te corresponda vivenciar". Todas estas guías requieren de meditación y reflexión personal para conseguir darles la solidez e internalización que las transformen en una manera de actuar en nuestra vida cotidiana. Y el proceso comienza con una observación constante, en la medida de lo posible, de nuestros estados de conciencia cambiantes, sin calificarlos, sin menospreciarlos, con una actitud no-pensante, simple observación. El observador está por encima de la mente y la mente es una herramienta que, por sí misma, ajustará el comportamiento del ego de la mejor manera posible, sin que el observador, cuya actividad es simplemente de observación y toma de conciencia, tenga necesidad de dirigir el pensamiento, las emociones y la imaginación. El aprendizaje se hace evidente, obvio para esa parte dentro de nosotros que comprende y aprende a la manera que, sin conciencia plena del "Yo soy...", lo hacíamos en nuestros primeros años. La diferencia significativa es que, en los primeros años, nuestro aprendizaje se hacía desde nuestra vulnerabilidad física y emocional, para lograr los mejores resultados de supervivencia apetitiva, y en esta oportunidad, nuestra conciencia, que simplemente observa, tiene otros valores y metas que, sin renunciar a lo apetitivo propio de nuestra condición humana, comprenda al otro "Yo soy..." y al entorno como parte de su bienestar y realización plenos.