domingo, 30 de julio de 2006

Campos de conciencia 1

Campos, niveles y grados de conciencia son palabras que, para mí, evocan diferentes significaciones. La palabra nivel es indicadora de jerarquías en los campos de conciencia a los que se refiere, y, fundamentalmente, dichos niveles son a nivel personal. La palabra grados es indicadora de amplitud y la entiendo, también, a nivel personal. La palabra campo tiene una connotación más interpersonal, pues se refiere a áreas compartidas de los niveles y grados de conciencia personales.
En el caso de los niveles de conciencia me refiero a los niveles físico, imaginativo (denominado también astral, en la terminología de la espiritualidad), emocional (denominado causal), mental y subconsciente inconsciente (denominado etérico). Cada nivel mencionado está por debajo del que le sigue en la enunciación presentada.
En el caso de los grados de conciencia entiendo un proceso de aprendizaje, mediante el cual aprendo cada vez más acerca de los campos de conciencia (que podría denominar enfoques o perspectivas) disponibles en cada nivel de conciencia. Y, finalmente, cuando me refiero a campos de conciencia, hago referencias al enfoque o perspectiva que abarca aquellos aspectos de mi realidad que quedan incluídos en el campo respectivo, por ejemplo lo material, lo invisible, lo audible, etc. Como se ve, la referencia hace mención explícita de mis niveles de conciencia dentro de lo humanamente perceptible y concebible.
Es significativo que la máxima de Descartes: "Pienso, luego existo", haga referencia a un aspecto específico de la conciencia: el pensar. En tal sentido, recuerdo que un columnista, hace muchos años, jocosamente, se refería a tal máxima acotándola con el comentario: "La persona que dijo "pienso, luego existo" no debe haber sufrido de un dolor de muelas". En efecto, un "dolor de muelas" (y cualquier otro malestar físico) me dan constancia de presencia en este nivel físico de una manera, tal vez, más significativa de mi existencia. Sin embargo, esta acotación o referencia me señala, también, que lo que señala un filósofo tan eminente como René Descartes tiene un campo de conciencia de difícil transmisión hacia los seres humanos comunes y corrientes (con formación y sin formación escolar). En efecto, a partir de dicha máxima desarrolla una fundamentación conceptual que, posteriormente, va a ser considerado, por los filósofos que le suceden, en formas cada vez más elaboradas. En todo caso, sirve esta mención para introducir el tema de los campos de conciencia de una manera que indique, al menos provisionalmente, lo que trato de abarcar con dicha denominación.

sábado, 15 de julio de 2006

Ciencia, filosofía y conciencia.

La filosofía es el primer ensayo científico por parte del ser humano. De la filosofía, junto con la técnica, surge el movimiento científico como intento de explicar la naturaleza en una forma experimental de prueba, elaboración de modelos o explicaciones y comprobación de dichos modelos o pruebas. La diferencia fundamental, como yo lo veo, es que en el momento en que la ciencia se independiza de la filosofía, su enfoque se limita a parcelas cada vez más definidas de la realidad y, en consecuencia, con el enriquecimiento de variables bajo control se empobrece el contexto general de aplicación, y se olvidan o pasan por alto las consecuencias del enfoque científico en la producción de teorías y productos que, probablemente, tienen una incidencia más amplia sobre el mundo que nos rodea.
En todo caso, las personas que se dedican a la ciencia y las que se dedican a la filosofía no lo hacen por criterios externos (en general), sino por inclinaciones personales. Y, en mi opinión, incluso los filósofos pueden dividirse en tendientes a la filosofía, como generalidad o universalidad del contexto de su reflexión, y en tendientes a la ciencia, como universalidad y generalidad dentro de enfoques parciales de la realidad observada y explicada. Así, para mí, los filósofos por excelencia son personajes como Platón y Hegel, y los filósofos científicos son personas como Aristóteles y Kant. Estos últimos no son menos filósofos, ni menos eminentes que los anteriores, sino que se enfocan en aquellos planos de la reflexión filosófica que disciernen lo que puede compartirse como conocimiento, de aquello que simplemente es elaboración (modelaje) intelectual, sometida al juicio lógico de cuantos pueden acceder a sus teorías y sus posibles comprobaciones experimentales.
El filósofo se aproxima a lo espiritual, puesto que la conciencia de su búsqueda está más allá de lo físico para explicar o tratar de justificar la existencia de lo físico. El científico se centra en lo que puede verificarse físicamente, mediante los sentidos y las ampliaciones físicas de los sentidos. En tal sentido, considero que no se le ha dado suficiente atención al hallazgo kantiano, en la dialéctica de su Crítica de la Razón Pura, de esa necesidad de completud, de totalidad, de perfección, de la Razón en su búsqueda de explicaciones, que se ve impulsada a darle realidad a la divinidad como fuente de origen del mundo. Es esa necesidad de completud, de totalidad, de perfección, lo que da origen a la infinitud, que se limita en la concepción del espacio, de la eternidad, que se limita en la concepción del tiempo, y de Lo Divino, que, probablemente, se limita en la concepción de la energía, en sus dos vertientes de materia y energía pura. Y es en esta última experiencia de la energía, como conciencia, en la que el filósofo se aproxima a la búsqueda de la experiencia que caracteriza a los santos y maestros espirituales: el amor como aquello que une y justifica todo cuanto nos rodea. Una experiencia que está más allá de los sentidos, pero que, estoy convencido, puede abrir las perspectivas de nuestros sentidos, nuestro entendimiento y nuestro intelecto a realidades que podrían darnos una diferente perspectiva del mundo que nos rodea y de nosotros dentro de ese mundo como parte y como un todo, y que podrían aliviar nuestra vulnerable humanidad, y elevarla por encima de los juicios de bondad y maldad que nos agobian.

Deseo y conciencia

El deseo es un movimiento interior de la conciencia que se enfoca impulsivamente en la consecución de algo: Puede tratarse de comida, bebida, sexualidad y abrigo, como necesidades orgánicas propias del cuerpo físico; o puede tratarse de objetos y bienes materiales que satisfacen necesidades menos perentorias, como transporte, ornamentación, entretenimiento, etc. En todo caso se trata de un impulso interno que absorbe toda la atención y deja de lado la conciencia de la conveniencia o no de satisfacer o no dicha necesidad. Es un estado de conciencia disminuído, por cuanto la atención se enfoca casi exclusivamente en el objeto del deseo, y olvida cosas tales como la preservación de normas y conductas, y puede, en determinados casos, conducir a situaciones de riesgo, incluso de la vida.
En este contexto, me doy cuenta que la conciencia no significa falta de presencia con lo que me rodea, sino, más bien, de conciencia limitada a un objeto, situación o circunstancia que desdibuja todo el resto del ámbito circundante, tanto físico como social, económico, y de toda índole distinta al objeto del deseo. Me doy cuenta de que hablar de falta de conciencia, o inconsciencia, no implica un estado similar al estar dormido o inconsciente del todo, sino de un estado en el que la conciencia se ve absorbida por un estado de atención que elimina todo objeto o situación alrededor de mí. Es en este contexto en el que se genera la conciencia de la figura y el fondo de la psicología gestáltica. Y es en tal concepción como me doy cuenta de que la falta de consideración del fondo no implica inconsciencia, sino conciencia limitada. Más aun, puedo entender que hay situaciones de inconsciencia, sin estar dormido o inconsciente, en los cuales, simplemente, estoy abstraído de mi ser personal, en un estado en el que la actividad exterior es realizada automáticamente y la mente se encuentra en un aparente estado de inacción o inactividad, aunque exteriormente esté, para las personas que me rodean, despierto. En mi opinión, no se le ha dado suficiente atención al estudio de estos estados y a la necesidad de crear un estado de alerta que tome en cuenta estas limitaciones de conciencia, que son, a mi entender, las que conducen a los conflictos interpersonales, por no existir de parte del observador una comprensión de la persona limitadamente consciente.

sábado, 8 de julio de 2006

Emocionalidad y conciencia

Siempre había oído y leído acerca de la emocionalidad como una facultad humana posible de ser manejada desde la racionalidad. Sin embargo, y luego de experiencias personales y observación, he llegado a la conclusión de que la única manera de manejar la emocionalidad es desde la conciencia. Cuando estoy suficientemente presente con lo que se suscita o produce dentro de mí, puedo dirigir mi atención de manera tal que maneje la "reacción" que, en forma natural y avasallante, se produce como resultado de una emoción fuerte, como la ira o el miedo. Esto no es fácil de manejar. En efecto, estar presente, estar consciente y darme cuenta del momento en el que surge dentro de mí ese efecto avasallador de la emocionalidad por alguna palabra, gesto o presencia que no son de mi particular agrado, requiere un estado de alerta continuo de mi parte. Y, aun así, la emocionalidad puede ser un brote tan espontáneo e inesperado que mi capacidad de atención se vea sobrepasado por la reacción instantánea.
La emocionalidad es un estado de conciencia totalmente negado a la racionalidad. Amor, ira, miedo y envidia son estados de conciencia que crean una atmósfera interior de total negación de la realidad circundante. Todo lo que me rodea pierde sus características reales para tornarse en un cuadro totalmente teñido por la emoción particular que me inunda. Es por esta razón que mi estado de alerta tiene que irse transformando en un estado de conciencia particular que reciba mis experiencias internas y externas en plenitud de conciencia, de un darme cuenta de cada circunstancia y sus diversos elementos para evitar que la emoción se apodere de mi capacidad de acción y se transforme en una reacción irracional que no atienda a la realidad sino a la pintura interna que se suscita dentro de mí.
Las emociones son como botones invisibles dentro de mí, que se disparan mediante palabras, gestos, actitudes y situaciones que, probablemente, evocan situaciones semejantes en el pasado que me ocasionaron malestar, incomodidad o dolor (físico o emocional). El manejo de tales emociones requiere un estado de conciencia de alerta que solamente puede crearse mediante una constante práctica de la atención y observación internas. En mi condición actual adulta es mi opinión que tal estado de alerta puede ponerse en práctica desde la niñez, mediante una adecuada guía de los padres y maestros en el entrenamiento de la conciencia de los niños para que acompañen cada experiencia con una observación interior de lo que cada una puede significar para su estado de bienestar o malestar correspondientes, y mediante una continua práctica de atención a los resultados de cada acción en función del bienestar o malestar de cuantos nos rodean. Es una tarea que, por el momento, no forma parte de los planes de enseñanza y entrenamiento de los niños.

miércoles, 5 de julio de 2006

Infinitud y eternidad (3)

Cuando soy consciente de la vida en mí y mis semejantes y de unos límites de presencia (aparición, presencia y desaparición definidas como nacimiento, desarrollo y muerte), me doy cuenta de que la vida (definida como presencia física dentro de los límites de nacimiento y muerte) tiene infinidad de manifestaciones: árboles, animales y seres humanos, que se suceden unas a otras y que, también, coexisten en situaciones semejantes. Se me presenta la sucesión de vidas y la sucesión de eventos dentro de dichas vidas como la coexistencia sucesiva de circunstancias que definen cada evento puntual dentro de dicha sucesión. Y, con toda naturalidad, comparo los eventos entre sí como eventos sucesivos y como eventos coexistentes, de acuerdo con características propias a cada sucesión y a cada coexistencia. Es así como distingo la sucesión de padres a hijos y la coexistencia de hermanos o semejantes, dentro de patrones de comportamientos y características interrelacionadas de eventos externos e internos a cada sujeto particular. Así mismo, la comunicación y la memoria compartida de eventos me conduce a extender las sucesiones y coexistencia más allá de muchas vidas anteriores y posibles sucesiones a la mía. De esta manera surge en mí la intuición de eternidad, como facultad de pensar en vidas que no son coexistentes en mi entorno.
En la eternidad se suceden eventos, ocurridos y posibles dentro de mis pensamientos, tanto anteriores como posteriores a mi propia vida. Lo cual, unido con hechos físicos como la aparición de la luz y la oscuridad, las diferencias de condiciones ambientales circundantes (calor, frío, lluvias, nieve, árboles en floración o despojo de sus hojas, e infinidad de otras características físicas) y acciones y reacciones de mis semejantes y mías propias, me impulsan a crear un patrón de medida de la duración, en términos de dicho patrón de medida, de los eventos puntuales y sucesivos dentro de los límites de mi presencia física (nacimiento y muerte) en los que me desenvuelvo. Es así como aparece lo que denominamos tiempo, que, sencillamente es una limitación de la eternidad así como el espacio es una limitación de la infinitud.
Infinitud y eternidad son intuiciones de totalidad en la coexistencia y en la sucesión. La coexistencia y la sucesión se transforman en medidas denominadas espacio y tiempo dentro de las ciencias de lo material. La infinitud y la eternidad no tienen relatividad alguna. Es mi capacidad de observación de los eventos y la limitación de mis capacidades receptivas las que tornan relativas las medidas de espacio y tiempo. No porque espacio y tiempo sean relativos, sino porque los eventos, que constituyen la base de dicho espacio y tiempo (simples instrumentos de medición creados por el ser humano para ubicarse en la coexistencia - simultaneidad - y en la sucesión), me son observables desde perspectivas diferentes, según que mi punto de observación se encuentre en reposo o en movimiento con relación al evento que observo.

Infinitud y eternidad (2)

La naturaleza mental (racional) del ser humano se ve guiada por la naturaleza física (material) a tomar una posición de evaluación, de comparación como manera de enfrentar el entorno que nos rodea. En efecto, para movilizarnos necesitamos hacer apreciaciones de cercanía o lejanía, de estrechez o amplitud, y de otras características del mundo físico, con la finalidad de ocupar posiciones nuevas en nuestra amplia gama de posibilidades. Este hecho requiere que comparemos posiciones, tamaños y situaciones que nos permitan tomar las mejores decisiones de movilización.
Esta capacidad de evaluación y comparación es algo que los animales deben poseer, pues, en forma semejante, deben movilizarse en el entorno físico. La diferencia fundamental es que nosotros utilizamos la experiencia para crear algo que se denomina "medida". Es el medir lo que nos distingue en esta evaluación y comparación de alternativas, por cuanto el animal siempre comparará situaciones y circunstancias entre sí. En cambio, el ser humano, toma un elemento de medida como patrón de comparación entre alternativas.
Como ser humano, pues, la comparación es algo que se me impone mentalmente como elemento de vida en el entorno que me toca enfrentar. Este elemento de comparación, unido con la calificación de bueno o malo, que asigno a las alternativas que me agradan o me molestan, constituyen el origen de lo que denominamos juicio. En todo caso, y para los efectos de lo que quiero plantear en relación con la eternidad, lo que me interesa poner en claro es la natural disposición humana hacia la comparación de circunstancias, eventos y situaciones en mi consideración del entorno en el que me toca convivir con otros semejantes.

domingo, 2 de julio de 2006

Infinitud y eternidad (1)

Tiendo a imaginarme una época en la que el cálculo del área de un terreno se hacía midiendo los lados del mismo con una unidad convenida (un paso dado con cierta regularidad, una rama recta de árbol especialmente acondicionada, o cualesquiera otros convenios establecidos por el o los interesados) y procediendo a establecer el número de triángulos o cuadrados contenidos en el área en función de la medida convenida. Tal forma elemental tendría que repetirse en cada caso particular... hasta que llegaron los griegos y fundamentaron la geometría en un simple elemento repetitivo denominado "longitud", que no es más que la distancia entre dos puntos fijados convenientemente, medida en función de una cierta unidad de medida convencional.
La longitud es la distancia entre dos puntos determinados en una línea recta que los contiene. Y entendemos como línea recta una línea que une dos puntos, con la menor longitud entre ambos, y se prolonga indefinidamente en ambas direcciones: derecha-izquierda, norte-sur, este-oeste, arriba-abajo, y cualesquiera otras direcciones que se nos ocurra definir. Existen, pues, la longitud y la dirección...y la infinitud, entendida como la extensión sin límites en ambas direcciones acordadas en nuestra delimitación.
Así llegamos a entender, tomando como punto de partida uno cualquiera que se nos ocurra fijar arbitrariamente, que existen longitudes en todos los sentidos que se nos ocurra, a partir de dicho punto, y que existe lo ilimitado que denominamos infinito en cualquier dirección. Tal infinitud es, sencillamente, la posibilidad de fijación de nuevos puntos en cualquier dirección. Si dejamos de hablar de puntos y comenzamos a hablar de cuerpos, podemos hablar de la posibilidad de la presencia de cuerpos o la movilización de otros cuerpos a un "punto" determinado, entendiendo como "punto" una posición o lugar determinado en nuestra manera de asignar lugares o posiciones. Vemos así que la infinitud se reduce a nuestro "espacio" circundante, en toda la extensión e infinitud que se presenta a nuestra consideración. Denominando "espacio" a la infinidad de posiciones o lugares con posibilidad de ocupación.
Y así creo haber llegado al punto de expresar que existe la longitud, la direccionalidad de la longitud y el "espacio" como entorno de longitudes dentro de lo infinito, que es lo que, en resumen podemos establecer como existente. Existe la infinitud, sobre la cual dibujamos nuestra limitación humana de longitudes, direcciones y espacialidad. La intuición pura de la elaboración kantiana es la infinitud a la que accedemos como potencialidad de realización de posibilidades de presencias en nuestro entorno.