sábado, 15 de julio de 2006

Ciencia, filosofía y conciencia.

La filosofía es el primer ensayo científico por parte del ser humano. De la filosofía, junto con la técnica, surge el movimiento científico como intento de explicar la naturaleza en una forma experimental de prueba, elaboración de modelos o explicaciones y comprobación de dichos modelos o pruebas. La diferencia fundamental, como yo lo veo, es que en el momento en que la ciencia se independiza de la filosofía, su enfoque se limita a parcelas cada vez más definidas de la realidad y, en consecuencia, con el enriquecimiento de variables bajo control se empobrece el contexto general de aplicación, y se olvidan o pasan por alto las consecuencias del enfoque científico en la producción de teorías y productos que, probablemente, tienen una incidencia más amplia sobre el mundo que nos rodea.
En todo caso, las personas que se dedican a la ciencia y las que se dedican a la filosofía no lo hacen por criterios externos (en general), sino por inclinaciones personales. Y, en mi opinión, incluso los filósofos pueden dividirse en tendientes a la filosofía, como generalidad o universalidad del contexto de su reflexión, y en tendientes a la ciencia, como universalidad y generalidad dentro de enfoques parciales de la realidad observada y explicada. Así, para mí, los filósofos por excelencia son personajes como Platón y Hegel, y los filósofos científicos son personas como Aristóteles y Kant. Estos últimos no son menos filósofos, ni menos eminentes que los anteriores, sino que se enfocan en aquellos planos de la reflexión filosófica que disciernen lo que puede compartirse como conocimiento, de aquello que simplemente es elaboración (modelaje) intelectual, sometida al juicio lógico de cuantos pueden acceder a sus teorías y sus posibles comprobaciones experimentales.
El filósofo se aproxima a lo espiritual, puesto que la conciencia de su búsqueda está más allá de lo físico para explicar o tratar de justificar la existencia de lo físico. El científico se centra en lo que puede verificarse físicamente, mediante los sentidos y las ampliaciones físicas de los sentidos. En tal sentido, considero que no se le ha dado suficiente atención al hallazgo kantiano, en la dialéctica de su Crítica de la Razón Pura, de esa necesidad de completud, de totalidad, de perfección, de la Razón en su búsqueda de explicaciones, que se ve impulsada a darle realidad a la divinidad como fuente de origen del mundo. Es esa necesidad de completud, de totalidad, de perfección, lo que da origen a la infinitud, que se limita en la concepción del espacio, de la eternidad, que se limita en la concepción del tiempo, y de Lo Divino, que, probablemente, se limita en la concepción de la energía, en sus dos vertientes de materia y energía pura. Y es en esta última experiencia de la energía, como conciencia, en la que el filósofo se aproxima a la búsqueda de la experiencia que caracteriza a los santos y maestros espirituales: el amor como aquello que une y justifica todo cuanto nos rodea. Una experiencia que está más allá de los sentidos, pero que, estoy convencido, puede abrir las perspectivas de nuestros sentidos, nuestro entendimiento y nuestro intelecto a realidades que podrían darnos una diferente perspectiva del mundo que nos rodea y de nosotros dentro de ese mundo como parte y como un todo, y que podrían aliviar nuestra vulnerable humanidad, y elevarla por encima de los juicios de bondad y maldad que nos agobian.