jueves, 26 de enero de 2006

Tiempo e ilusión

Si yo coloco varios objetos unos detrás de otros en una secuencia lineal se forma una hilera. Pero tal "hilera" no existe, lo que existe es el conjunto de objetos situados en hilera. Este es el origen de lo que denominamos ilusión: tomar como real algo que hemos formado en nuestra capacidad de conceptualizar. Y es esto lo que Immanuel Kant presentó en su Crítica de la Razón Pura. Por supuesto que esta es una manera muy simplista de ver tan fundamental obra del pensamiento en la historia humana. Pero me es útil para simplificar lo atormentador de la noción de tiempo, que fue concisamente dibujada en dicha obra. En efecto, tengo una serie de situaciones, eventos, circunstancias y objetos que mi receptividad sensorial y mi espontaneidad pensante elaboran para constituir el tiempo. No existe tal tiempo, pues solamente puedo dar noticia de una serie de eventos y objetos que se han sucedido ante mi capacidad receptiva y pensante, y que, finalmente, me han servido para crear un ente denominado tiempo. Lo que no he podido dilucidar es la emocionalidad que tales eventos y objetos han suscitado en mí, y que, en su parte más significativa dentro de mi memoria, han resultado poco agradables para mí. ¿Cómo despojar tales eventos de la carga de dolor, carencia, ira, tristeza... para, de esa manera, hacer desaparecer el tiempo pasado y las expectativas de lo porvenir, y así, enfocarme en el momento presente, que es el único que existe y el único desde el cual puedo tomar lo que se me presenta y elaborarlo en forma creativa y provechosa y saludable desde todo punto de vista? Decididamente la emocionalidad es el hilo conductor que fija la conceptualización temporal en forma tan sólida como si de algo real se tratara. ¿Cómo hacer para que la emocionalidad: ira, miedo, tristeza, resentimiento, dolor... desaparezcan? Los maestros espirituales han tenido la experiencia de lo trascendente que les permite liberarse de las demandas del cuerpo físico, pero el resto de los seres humanos seguimos sin acceder a tal bendición, cual si se tratase de un don que solamente algunos tienen, igual que no todos podemos ser un pintor, un científico, o cualesquiera de esos otros dones que parecen depender de la peculiar constitución humana de los seres que las manifiestan. Y no me refiero a eso que se denomina "profesión" y que implica una larga cadena de estudios para lograr un título académico, sino a esa otra característica que manifiestan ciertos seres humanos para expresarse en forma casi natural en la matemáticas, las ciencias y las artes. Es como si estuvieran en contacto, al igual que los maestros espirituales y los santos, con el universo que nos rodea en una forma que implica una comunicación a través de sus respectivas cualidades o dones peculiares. Es, por decir lo menos, desesperante darme cuenta de que la conciencia a la que aspiro es un don que viene predeterminado en la constitución subjetiva, y que la comunicación requerida para tal condición viene desde algún lugar al que no tengo acceso por mi peculiar constitución genética... Y, con todo, seguiré en el trabajo de acceder hasta donde pueda llegar desde mi manera personal de ser y hacer...