viernes, 13 de noviembre de 2009

La voluntad: familia y religión

La familia es la base de la agrupación humana, lo social, la sociedad. La religión es, dentro de la sociedad, la reguladora de las costumbres, la moral. Ambas nacen con los orígenes de la civilización, lo cual equivale a decir, con la necesidad humana de convivir para protegerse y garantizar la supervivencia a mediano y largo plazo. En la familia, formada en su base por hombre y mujer en convivencia de intimidad y apoyo, nacen los hijos y se estructura una jerarquía de orden natural que, posteriormente, sirve de modelo para la jerarquía social. Las primeras experiencias de convivencia se dan en la familia, y tienen como facilitadores naturales a los padres. Si la familia tiene estabilidad, y los valores de la pareja hombre-mujer son firmes, las personas (hijos) que surjan en dicho grupo llevarán su estabilidad y valores a la sociedad en la que se desenvolverán.
La religión nace con el primer humano dotado para ver más allá de los sentidos físicos y percibir la naturaleza trascendente que forma parte del Ser humano. También surgen los primeros legisladores civiles como parte de la necesidad de convivencia bajo reglas, costumbres, que garanticen la protección de los más débiles frente a los más fuertes. Ambos tipos de ser humano trascienden la naturaleza apetitiva para adentrarse en la unidad que reside más allá de la diversidad y multiplicidad de caracteres propios de cada individuo. Son estos, religiosos (inicialmente hechiceros, brujos, piaches, chamanes, que, en mi opinión, evolucionan en las religiones históricas para transformarse en santos y maestros espirituales) y legisladores civiles, los creadores de códigos y legislaciones que fundamentan la vida social. Ejemplos de tales "religiosos y legisladores civiles" son, junto a Buda, Confucio, Lao Tse, Jesús de Nazaret, Mahoma, y muchos otros, los primeros filósofos griegos.
La primera institución social es la familia, y el matrimonio, como forma de fundamentarla socialmente, es la manera de crear unos códigos particulares, no escritos en su mayoría, para regular las relaciones entre el hombre y la mujer. Esta institución tiene una regulación que las costumbres no lograron consolidar en un código estable y uniforme. La existencia histórica de sociedades matriarcales y patriarcales, con el predominio de esta última forma, han establecido unas reglas de subordinación alejadas de la conciencia individual como soporte firme y duradero. Tal vez se haya debido a que los legisladores, tanto religiosos como civiles, han dado por sentado que el vínculo afectivo, que origina la unión, es suficiente legislación para el respeto, convivencia y estabilidad de la familia, cuando no es la obligación impuesta desde la tradición socio cultural en la que el matrimonio es arreglado sin la participación de los cónyuges.
Los códigos y legislaciones, tanto religiosos como civiles, se fundamentan en la conciencia o visión de personas dotadas particularmente para ver realidades trascendentes a los sentidos y apetitividad propias de los seres orgánicos. Tales códigos y legislaciones, costumbres o moral, según se lo quiera ver, intentan substituir la conciencia individual desde una perspectiva de autoridad moral de los legisladores y la racionalidad natural de los individuos para ver la correspondencia entre reglas y fines. Es aquí donde radica la deficiencia fundamental de dichas legislaciones morales, pues, olvidándose de promover el desarrollo de la conciencia individual, han establecido una ritualidad y rigidez en el cumplimiento de reglas y costumbres que caducan con el avance del conocimiento del universo circundante al Ser humano. También allí reside la debilidad institucional de la familia, pues el afecto inicial de la pareja no tiene una evolución que permita la consolidación de lazos basados en la aceptación, respeto y reconocimiento del cónyuge, junto con la superación de lo apetitivo propio de la afinidad que puede multiplicarse en las relaciones interpersonales con individuos del sexo de dicho cónyuge. Solamente mediante la valoración social eminente del matrimonio y el establecimiento de costumbres, moral, basadas en la conciencia individual, puede consolidarse la célula fundamental de la sociedad y cimentarse una armonía social que, sin las rigideces propias de la legislación escrita, contribuya a la salud de la sociedad.