martes, 15 de septiembre de 2009

Niveles de conciencia: ejercicio de la conciencia

Cuando hablo de la conciencia hago referencia a un estado interior que me es conocido de manera parcial. En mi opinión, solamente los maestros espirituales y los santos de todas las tendencias religiosas conocidas pueden hablar de la conciencia en plenitud de experiencia, y no lo hacen porque, probablemente, se referirían a un mundo que es completamente desconocido e incomunicable para la gran mayoría de los seres humanos, aun cuando una cierta porción de la humanidad pudiéramos sintonizarnos con sus palabras. Como cuando dicen que el amor es la fuente de todo cuanto existe y que disuelve todas las limitaciones y carencias que nos caracterizan en la vida cotidiana, y que debemos amarnos unos a otros. Tal "amor" nos es conocido únicamente con referencia a las relaciones familiares, sociales e interpersonales en las que "el otro" es empáticamente afín a nuestra "personalidad". Tal "amor" nos es desconocido como el amor incondicional que "suponemos" en la divinidad que nos inspira como fuente creadora, por oposición a esa otra divinidad punitiva y vengativa que se nos dio a conocer en nuestros primeros años a los que crecimos en hogares judeo-cristianos.
El ejercicio de la conciencia debería ser incluído en los programas de estudio primarios y secundarios como tarea propia para el trabajo en equipo y para la comprensión de las bases sobre las que debería funcionar la sociedad. La meditación, la contemplación y los ejercicios espirituales deberían formar parte de la formación de los niños y adolescentes en todos los niveles. Lo que ocurre, en mi opinión, es que los que pudieran hablar sobre los beneficios a largo plazo de dichas procesos de autoconocimiento, pertenecen a esa clase de seres humanos, santos y maestros espirituales, que son considerados ajenos a lo normal dentro de la sociedad; esto es acentuado por la naturaleza propia de dichos santos y maestros espirituales que, en su gran mayoría, solamente se dedican al mundo interior y a la preparación para un mundo que solamente ellos han podido experimentar. Lamentable desconexión alimentada por ambos "desintereses" en el mundo de lo sensible por parte de los santos y maestros espirituales y de lo metafísico por parte de la sociedad denominada laica por su menosprecio de lo religioso.
La sociedad laica se apoya y fundamenta en las leyes denominadas civiles, que regulan las relaciones entre los seres humanos en conceptos y costumbres propias del antiguo "ojo por ojo y diente por diente" de la ley mosaica del viejo testamento judeo-cristiano. Aunque no se lo considere así, puesto que en pueblos como el griego y el romano, de alto nivel intelectual, las leyes llegaron a fundamentarse en forma casi paralela a la formación de cuasi religiones que tenían un valor formal en la consideración de las relaciones humanas con lo divino o metafísico, que siempre estuvo en la mente de los grandes legisladores y pensadores que influyeron en las distintas civilizaciones de la historia.
En la época presente, adoradora de los derechos humanos y, en consecuencia, carente de la visión y conciencia que los valores humanos aportan como fundamento de la sociedad en sus diversas manifestaciones, la ley pretende ser la reguladora de todo cuanto se presenta en las interrelaciones humanas, grupales y nacionales. Sin tomar en cuenta que el único elemento regulador es la conciencia personal y que, en tal sentido, el ser humano está en continuo proceso de evasión de aquello que no es propicio a sus urgencias apetitivas.
En el caso de los niños y adolescentes, en particular, se han elaborado "leyes" denominadas "derechos humanos" que, sin la base de los valores humanos, que son propios de cada Ser humano y no del grupo o de la sociedad, se transforman en barreras para el ejercicio apropiado de formación, pues los niños y adolescentes, en gran número, se transforman, de manera casi natural, en pequeños tiranos que impiden cualquier labor civilizadora por parte de los adultos responsables, quienes se sienten, cada vez más, impotentes. En efecto, el "amor" propiamente incondicional solamente puede ser ejercido con una dosis de firmeza y disciplina que "los derechos", interpretados en formas indebidas, pueden coartar. Y es que, en mi opinión, los derechos son contrapartidas de deberes, y solamente en un equilibrio de deberes y derechos pueden ejercitarse los "juicios" que pudieran hacerse de un adulto en su tarea de guiar a un niño o a un adolescente, y como los niños y los adolescentes pueden entender perfectamente sus derechos pero también pueden, como seres animales racionales, evadir las incomodidades de los deberes como contraprestación de sus derechos, y, entre estos deberes, se cuenta el de la obediencia a los que han sido designados como sus guías, ya sea por la naturaleza, en sus padres, ya por la organización social en sus maestros y adultos.
Los valores humanos, por otra parte, son elementos de conciencia que se forman a muy temprana edad, y tienen una relación estrecha con "la formación de conciencia" como proceso instructivo, que debería haber evolucionado hacia la formación de conciencia como proceso educativo, pero, lamentablemente, estuvo ligado con la religiosidad, y esta estuvo ligada con la ritualidad y no con la espiritualidad. Y es que la espiritualidad ha sido practicada por una minoría muy selecta dentro de los credos religiosos. Estos se han dedicado más que todo a fundamentar una serie de reglas y ritos parecidas a las leyes, pero con poco asidero en la experiencia natural de la convivencia humana, y, en consecuencia, han entrado en conflicto con el uso de la razón común, en detrimento de los aspectos metafísicos a los que la espiritualidad, bien entendida, como proceso de autoconocimiento interior y contacto con realidades más allá de los planteamientos de las ciencias denominadas duras, accede mediante una larga práctica de las disciplinas de la meditación, la contemplación y los ejercicios espirituales.
La formación de la conciencia ha tenido su representación laica en la psicoterapia. Y en tal medida se ha desarrollado en la psicología que, actualmente, la espiritualidad ha llegado a ser el puerto de llegada para las personas que tienen la fortuna de acercarse a un buen psicoterapeuta. En efecto, el papel del psicoterapeuta es el de facilitar que cada persona se encuentre consigo misma y, en tal sentido, dicho encuentro final no tiene nada que ver con algo "científicamente establecido" sino, más bien, con una ductilidad y flexibilidad suficiente como para entender los tres planteamientos fundamentales de : No te lastimes ni lastimes a otros; cuida de tí para que puedas cuidar a otros; y, utiliza todo para aprender, para crecer, para expandir tu conciencia. Síntesis de los diez mandamientos en el "amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo".