jueves, 9 de julio de 2009

Niveles de conciencia: Yo soy el que soy

La filosofía griega nace como un intento y un deseo del ser humano por conocer qué es y cómo está constituido el universo del que formamos parte, en el que nos encontramos. De esa manera, la mirada del hombre está dirigida al mundo que lo rodea. En ningún momento se ha planteado su ser interior. Es el comienzo de la ciencia o conocimiento científico que ha producido tantos y tan variados descubrimientos acerca de los objetos, seres y fenómenos que afectan nuestros sentidos y que, finalmente, a partir de Descartes, Hume y Kant, desembocan en la evaluación de nuestro ser interior, y accede al nivel de conciencia del "Yo soy" como unificación de la experiencia en un individuo. Posteriormente surge la psicología y la psicoterapia como disciplinas que intentan dar respuesta a las inquietudes, desasosiegos y frustraciones del ser humano individual y social.
Como contraposición tenemos el denominado mundo oriental, desde Grecia hacia el este. En dichas sociedades se centró el interés en la vida interior o invisible. El hombre de oriente se dedicó al cultivo del espíritu como un mundo que condicionaba el mundo material y que, en alguna forma, exigía del ser humano una dedicación y atención que lo llevara a superar los dolores, angustias y frustraciones propias de las vulnerabilidades físicas y emocionales individuales y sociales. Pero el interés no era especulativo, de observación, sino, más bien, de práctica y ejercicio de las cualidades propias de la meditación, aunado al uso de la sensibilidad como herramienta para apoyar el desarrollo y evolución interior del individuo. Lo que denominamos el mundo exterior, objetos, seres y fenómenos, eran manejados mediante el arte y la conciencia del orden, de la belleza y de la delicadeza en forma de artesanías y técnicas de manejo de los materiales y el entorno, en forma semejante al manejo de lo social desde la perspectiva del orden y jerarquización de los actores humanos que se involucraban en las actividades de relación y trabajo de convivencia.
En el medio de ambos mundos, e influyendo de alguna manera en ambos, se encuentra el pueblo hebreo y los pueblos cercanos, palestinos, egipcios y sumerios, entre otros que recuerdo de mis lecciones de historia universal en la secundaria. En estas poblaciones, el interés se centraba en lo religioso, entendido como la veneración y servicio a un Dios, en el caso de los hebreos, o varios, en los restantes pueblos.
Visto en una perspectiva kantiana, el occidente se dedicó al cultivo del entendimiento y la razón, el oriente al cultivo del Juicio (por supuesto con las distancias requeridas en tal afirmación, pues lo que entendemos como facultad de juzgar se aproxima al ejercicio del sentido común, como el mismo Kant asimila en su comienzo de la Crítica del Juicio), y los hebreos, en particular, se dedican al cultivo de la razón práctica, entendida como la facultad que rige con miras a una divinidad generadora de la vida en todas sus manifestaciones.
En occidente se llega al "Yo soy" después de una lenta evolución del pensamiento y la reflexión sobre el mundo, los fenómenos y la vida humana. En oriente se conserva un mundo que evoluciona poco en el aspecto material, aunque maneja los materiales en forma que resalta la belleza, la delicadeza y la gracia en forma exquisita, a la par que las sociedades evolucionan muy lentamente en sus interrelaciones, y el ser humano se ve relegado por las costumbres y patrones de jerarquización que originan diferencias en la manera de vivir que concentran en una gran mayoría las frustraciones, dolores y vulnerabilidades de la vida física y enfoca en unos pocos la evolución hacia los mundos invisibles del espíritu, dejando una porción de la población en el disfrute, si lo queremos llamar así, de los beneficios del manejo de las técnicas de producción artesanales y sociales.
Los hebreos encuentran el "Yo soy el que soy" como expresión de la divinidad que se manifiesta en los seres, objetos y fenómenos, insuflándoles vida y significación desde afuera, como si se tratara de una delegación de potencialidades para la vida material y social, instituyendo leyes y preceptos para la dirección de los asuntos sociales e individuales en forma dictatorial más que reguladora.
El "Yo soy el que soy" que encuentra la sociedad judía, y se menciona en su texto histórico religioso por excelencia, La Biblia, es el hallazgo más sorprendende de la espiritualidad, pues es el estado o nivel de conciencia que, en mi opinión, se acerca, desde la razón y el entendimiento, a la conciencia del alma, por encima del "Yo soy". En efecto, en un primer momento el "Yo soy" se hace consciente, se da cuenta, de su expresión y manifestación como ser orgánico material que tiene la potencialidad de acceder a niveles de conciencia invisibles que le hacen responsable ante sí mismo de su acción y omisión en el universo que le rodea. Es el hombre de la razón práctica kantiana, que se autoregula, se autolimita para ser libre ante su conciencia de sí mismo. Posteriormente, cuando se ejercita en la conciencia del semejante, y del universo que lo contiene, que lo complementa dentro del contexto material socio cultural y espiritual, encuentra en el "Yo soy el que soy", la manifestación de la divinidad, casi como un encuentro mágico en el que la palabra amor adquiere connotaciones alejadas de la sensibilidad, cuya primera anticipación es la empatía, y que se traduce en una necesidad imperativa de armonía, cooperación y entusiasmo ante la eternidad y la infinitud que lo integra, comprende y abarca en unidad impronunciable e inefable.