jueves, 15 de octubre de 2009

La voluntad: la selva orgánica

Así como existe una colmena humana que condiciona y automatiza en diversas y múltiples maneras la acción individual, también hay una selva orgánica que contribuye a que la voluntad dependa de condiciones más que de decisiones. Efectivamente, formamos parte de un universo, incluido el vasto universo que acompaña al planeta tierra, que nos integra en forma orgánica, de manera que las interconexiones, por vías energéticas más que físicas, influyen en nuestro contexto y, consecutivamente, en formas desconocidas para nuestra receptividad sensorial, en nuestras acciones individuales.
Nuestra constitución física, cuerpo y facultades de receptividad y espontaneidad, están entrelazados en forma tal que, para efectos de supervivencia y desempeño, condicionan nuestra capacidad de acción para atender, primeramente, nuestras necesidades físicas, emocionales y mentales. Cual selva primordial en plena oscuridad nocturna, es fuente inagotable de estímulos encontrados de euforias y temores que, contraponiéndose constantemente, acicatean y disuaden, respectivamente, a los individuos menos dotados genéticamente e, incluso, en mi opinión, conduce a los más audaces representantes de la especie humana a excesos que limitan sus potencialidades de acción, pues la voluntad, transformada en capricho y testarudez por encima de la racionalidad, puede conducir a situaciones de vulnerabilidad extrema y desaparición física. En estos casos, sin embargo, la voluntad, por encima de la selvática oscuridad primordial, sirve a la especie, ya que no al individuo que ejerce dichas acciones en contra de la racionalidad común, para enriquecer su experiencia y para extender, en alguna medida, el campo de ejercicio de la voluntad más allá de lo razonable.
Entre los elementos selváticos más cercanos, en nuestra corporalidad, destacan el componente electroquímico constituido por el sistema nervioso y sus ramificaciones, desde la parte superior en nuestra cabeza (cerebro y anexos) hasta la columna vertebral, cual sistema de ductos que llevan los cables (nervios y sus derivaciones); las sustancias producidas por las glándulas especializadas de nuestro organismo y los flujos sanguíneo, linfático y similares que recorren nuestro cuerpo en funciones de alimentación, renovación y disposición de desechos. Estos elementos de nuestra particular selva primordial se encuentran a todo lo largo y ancho de nuestra contextura material biológica (huesos, carne y piel), constituyendo una maraña organizada que está, a su vez, influida por nuestra imaginación, emociones, mente y reactividad (reflejos y sub e inconsciente, propios de la acumulación de experiencias que nos condicionan a reaccionar ante determinadas situaciones, circunstancias y presencias). Mientras está en equilibrio tal selva primordial, como correspondiente a un paraje conocido, pasa desapercibida. En cambio, cuando hay algún desajuste (dolores, incomodidades, enfermedades y desequilibrios en general), se destapan temores y actividades que corresponden a parajes selváticos desconocidos y llenos de situaciones potencialmente peligrosas, a nuestro juicio. Es en estos casos cuando somos testigos de nuestra vulnerabilidad ante situaciones que atentan, desde nuestros niveles de conciencia imaginativo, emocional y mental, contra nuestra vulnerabilidad corporal. Contra nuestra función de vida en sus diversos y delicados equilibrios.
El tejido orgánico individual, y el extendido al entorno cercano y lejano del individuo, condiciona y automatiza el uso de la voluntad en forma semejante al de la organización familiar y social. La denominación de colmena humana para esta última y de selva orgánica para la primera son una referencia a factores íntimamente ligados a la supervivencia humana, y constituyen factores irrenunciables e indispensables para su desempeño. Son, de alguna manera, límites que el espíritu humano buscará extender cada vez más, mediante el ejercicio de la otra constituyente de la naturaleza material y orgánica del individuo: la espiritualidad, que, mediante el ejercicio de la voluntad, y exploración de motivaciones no apetitivas, puede conducir a la superación de la colmena humana y la selva orgánica.