viernes, 28 de marzo de 2008

Experiencia 20

Experiencia y conciencia son dos caras de la misma moneda. Sin embargo no es equivalente a que la experiencia implique el más elevado nivel de conciencia. En efecto, el ser humano, desde su nacimiento, tiene que utilizar sus medios físicos (exteriores) e interiores para desenvolverse en el mundo que le rodea, por consiguiente requiere de un mínimo de conciencia en el uso de sus recursos individuales para sobrevivir y relacionarse con el entorno inmediato. La conciencia se desarrolla en niveles: físico, imaginativo (astral), emocional (causal), mental y etérico (reactivo sub e inconsciente), y cada nivel representa un nivel de experiencia, siempre que el individuo adquiera maestría en la utilización de los recursos de dichos niveles y utilice respuestas conscientes (no automatizadas) en su desempeño. Este no es el caso para la mayor parte de los seres humanos, cuyo comportamiento, en gran cantidad de áreas, no responde al mayor bien de todos los involucrados, incluido el entorno.
El conocimiento no es conciencia. Es, sencillamente, información pertinente para la adquisición de experiencia mediante el uso de las reglas que dicho conocimiento implica. En particular, las reglas de conducta heredadas de las religiones carecen de suficientes elementos que permitan su práctica con la finalidad de adquirir la experiencia requerida. Tomemos, por ejemplo, el primer mandamiento (que origina los restantes) de la Ley Judía y Cristiana: "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo". Lo primero que tenemos es la palabra "amar", cuya connotación más cercana es la pareja, los hijos y los amigos. La significación de amar en todos estos casos es un asunto de afinidad por motivos biológicos y empáticos, cuyo origen causal desconocemos, incluso a nivel científico. Más aun, cuando atendemos a la cotidianidad, podemos observar que las personas más cercanas a nosotros, que son las que se supone que "amamos", reciben maltratos físicos y emocionales de nuestra parte. En consecuencia, no está claro lo que significa "amar". Por supuesto que esta posición extrema puede atenuarse diciendo que el respeto, la aceptación, la gentileza, la amabilidad y las buenas palabras y actitudes de nuestra parte son garantía de lo que podríamos entender como "amor". Sin embargo, queda indefinido lo que debemos conocer como "amor" porque, incluso en la referencia final de la expresión: "como a tí mismo", el término se diluye, pues "amarnos a nosotros mismos" es algo que no tiene una contraparte significativa que el lenguaje pueda aportarnos, salvedad hecha del egoísmo natural que se origina en el instinto de supervivencia propio del ser apetitivo y que, consiguientemente, no puede utilizarse como referencia válida . El "amor", por otra parte, no se refiere al suscitado en forma natural por la pareja, hijos, amigos y personas afines, sino que se solicita hacia cualquier prójimo (semejante) sin poner limitación alguna. Al respecto tenemos la parábola del samaritano de los evangelios cristianos que intenta ilustrar esta última característica: sin limitaciones ni restricciones. Así que la experiencia del amor, que podríamos reconocer en el buen trato, la amabilidad, gentileza y atención por el prójimo, requiere de una práctica que es casi nula, con excepción de las denominadas "buenas costumbres" que hemos dado en denominar "hipocresía social" porque no reflejan los verdaderos "instintos" de supervivencia del ser apetitivo. Así que, después de miles de años de convivencia social y grupal, carecemos de la experiencia requerida para ejemplificar suficientemente lo que podríamos entender por "amar", aunque tenemos conocimiento de algunas características que podrían servir de referencia para iniciar, después de miles de años, la práctica que conduzca a la experiencia de amar.
El siguiente término utilizado es "Dios". Hoy en día nos dividimos, y así ha sido a lo largo de la historia, en creyentes y no creyentes (en Dios). Por consiguiente la práctica del amor se hace más cuesta arriba, pues no tenemos una referencia apropiada. Aun cuando podríamos considerar que el término "Dios" hace referencia a todo cuanto nos rodea, incluida la naturaleza, y señala que El Universo, por darle otro nombre a "Dios", requiere de nuestro "amor" para que la convivencia sea propiamente equilibrada, balanceada, justa. El término "justicia" sería un término propio para el equilibrio y balance si no fuera porque ha sido asociado con el "ojo por ojo y diente por diente" de los sistemas de justicia antiguos y modernos, que en ningún modo predican el perdón y la gracia ante la naturaleza apetitiva de los transgresores. La justicia, en mi opinión, se inicia como una intuición de necesidad de balance y equilibrio (justo) que nada tiene que ver con compensación, y que más bien tiene que ver con bien común, con responsabilidad compartida por todos los integrantes de un grupo, y que atiende a ese otro término "gracia", cuya connotación más cercana es lo agradable de una danza, de un movimiento conjuntado armónico en el que intervienen la voluntad y el sentido del equilibrio de los integrantes de un grupo social, e, incluso, del entorno natural en el que se desenvuelve la vida del "ser" humano.