lunes, 3 de marzo de 2008

Experiencia 13

La experiencia es tan íntima al "Yo soy" que su transferencia a otro "Yo soy" para su utilización como referencia para enfrentar al entorno que lo rodea es prácticamente inoperante. Es la vieja norma de que "nadie escarmienta en cabeza ajena". Por otra parte es el fundamento (establecimiento, aseguramiento y cimentación) del conocimiento y, por extensión, de la enseñanza escolar, secundaria y universitaria. En tal sentido requiere, en la época moderna, una actualización para garantizar que sus beneficios se transformen en verdadero progreso del "ser" humano en su elevación hacia su naturaleza trascendente, partiendo de su naturaleza racional apetitiva.
Modernamente ha surgido, en relación al proceso de enseñanza aprendizaje, un modelo de relación denominado facilitación. Sobre todo se utiliza en psicoterapia individual y de grupos para introducir al individuo en un proceso en el que actúe como su propio maestro, observando su "ser" interior, su sentido interno alerta o silencio interior activo (la conciencia), en mi manera de ver estos temas, para acceder a las mejores alternativas disponibles para su acción ante las diversas situaciones, circunstancias y "experiencias" que le toca manejar, para lograr, con su pensamiento, palabra y acción, el mejor resultado para sí mismo y su entorno, incluyendo a sus semejantes ("el mayor bien de todos los involucrados").
En cuanto al conocimiento, cuya fundamentación en la experiencia es reconocida en el método científico de hipótesis, experimentación y comprobación de modelos y teorías científicas, debe sufrir una crítica de sus fundamentos desde la perspectiva filosófica. En particular, en mi opinión, dicha crisis de fundamentos comienza con los términos de identidad y mismidad que definen lo denominado objetividad. En efecto, la identidad es un término que, similar al de experiencia, establece una relación íntima entre el "Yo soy" y el entorno. La identidad define el "Yo soy". La identidad es propia y definitoria para el "Yo soy" en su entorno, y constituye, como lo estableció Descartes en su época, el núcleo sobre el cual se constituye su establecimiento, aseguramiento y cimentación individual, su objetividad paciente desde la subjetividad actuante. La mismidad, por otra parte, es la fuente desde la cual se alimenta la comunicación interhumana para acceder al entorno desde perspectivas individuales. La mismidad está definida como aquello común (mismo) a los distintos seres humanos en su aprehensión del entorno objetivo y sucesivo (infinitud y eternidad representados en sus medidas de espacio y tiempo).
El lenguaje, en sus diversas vertientes, es el depositario de la mismidad. Cuando es nominativo tiene su máximo logro, cuando es conceptual atiende a lo temporal y, en ese caso, tiene amplias posibilidades de interpretación, o sea, deja de representar la mismidad para adentrarse en la identidad subjetiva, en la individualidad que tiene una historia personal que lo limita en su aprehensión del universo que lo comprende y sustenta en sus vulnerabilidades y potencialidades. El vocabulario, nominativo por excelencia, se ve limitado por la memoria humana, incapaz de nominar la infinitud de cosas, situaciones y circunstancias, y acude al discurso conceptualizador para universalizar terminologías que establezcan mismidades sujetas a la interpretación en grados diversos de amplitud y comprensión. Estas amplitudes son tan laxas, tan elásticas, que cubren diversas aprehensiones para una misma identidad, para un mismo individuo, para un mismo "ser" humano. Y es tan amplio que este mismo enunciado en curso, y los inmediatos precedentes han requerido del término "mismo" para referirse a un individuo y señalar que dicho individuo (término universalizador de persona, ser humano, etc.) es único, es "el mismo individuo".
En resumen, la mismidad, la identidad y la experiencia transformada en proceso de enseñanza aprendizaje requieren de un planteamiento novedoso en la manera de acceder al universo, de manera tal de acortar las distancias entre el lenguaje y la experiencia, entre el lenguaje y los individuos que lo utilizan como medio de intercambio de información para el pensar, hablar y actuar en la consecución de objetivos comunes que atiendan el mayor bien de todos los involucrados, incluyendo el entorno o universo cercano, paciente y actuante. Por ahora, la mejor manera de introducir a un individuo en una comprensión (aprendizaje) del universo que lo rodea y sus potencialidades de acción y reacción es la facilitación, es poner al individuo a interactuar con el entorno en circunstancias que pueda controlar bajo la tutela observadora (en ningún caso actuante) de alguien que tenga ya la "experiencia" requerida para que su aprendizaje pueda resultar en el mejor creador de su pensamiento, palabra y obra. En tal sentido, el resultado se transforma en experiencia-conocimiento que puede ser concretado en el lenguaje de intercambio facilitador aprendiz y puede ser consolidado en un lenguaje común que señale unívocamente conceptualizado dicha experiencia-conocimiento.