martes, 19 de diciembre de 2006

Campos de conciencia 20

Los campos de conciencia son áreas en las que me doy cuenta de mi realidad. Son áreas de conocimiento, que puede ser compartido. A la inversa, los campos de conocimiento no necesariamente son áreas de conciencia, pues pertenecen a lo aprendido, no necesariamente aprehendido mediante la experiencia. En este sentido, los campos de conciencia no siguen una jerarquía, aun cuando puedan subsumirse en jerarquías.
Los niveles de conciencia son, necesariamente, jerárquicos, en el sentido de que están organizados en orden ascendente o descendente, según los enumeremos. Estos niveles pueden establecerse de dos maneras: una en la que atendemos a nuestra particular manera de ordenar los diferentes campos de conciencia, según la importancia que les asignemos, y otra en la que cada nivel, si los hay, está por debajo (es abarcado por el anterior). Por ejemplo: físico, imaginativo, emocional, mental y subconsciente e inconsciente es una enumeración que, en mi opinión, va de menor a mayor significación en el mundo sensible, pues lo físico es el nivel más bajo de conciencia con relación a los que le siguen. En el segundo orden o manera de jerarquizar los niveles de conciencia atendemos más bien a una característica de elevación, como cuando observamos un lugar en la tierra, que puede ser visualizado desde la posición ocupada o elevándonos con un globo o un avión o una nave espacial. En este caso, la posición más elevada gana en la totalidad de puntos de referencia o, mejor aun, en la apreciación de la totalidad como conjunto que incluye la localidad observada, pero pierde en la cantidad de de información o detalles del sitio observado.
La elevación de la conciencia es propia de los santos y maestros espirituales, que, en su afán o necesidad de trascender este mundo físico, se sumergen en la experiencia mística de la totalidad en armonía o sintonía con el ser espiritual interno, que solemos denominar alma. Sin embargo, los filósofos, en su evaluación de la totalidad que buscan aprehender y conocer, también apuntan a los niveles más elevados de conciencia y, en tal sentido, su experiencia del mundo circundante se aleja de los niveles ordinarios del conocimiento para acceder a los principios constitutivos del universo y de las facultades que han permitido dicho conocimiento o conciencia. Los filósofos ( y son pocos los que podemos considerar genuinamente tales: Tales, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Platón, Kant), se han constituído en los "buscadores" de la conciencia a partir de la experiencia y el conocimiento compartido. La ciencia, por otra parte, es la observación local que, aunque busca principios generales que comprendan los fenómenos investigados, siempre está en continuo enfoque de variaciones para poder abarcar nuevas modalidades o particularidades fenoménicas. Es así que podemos considerar que el conocimiento puede establecerse desde dos perspectivas fundamentales: aquella que parte del fenómeno observado hacia principios explicativos de la realidad natural, que es, propiamente, la ciencia; y aquella que parte de los principios que podemos extraer de nuestra razón unificadora de cuanto nos rodea para justificar las experiencias que podemos enfocar en nuestra perspectiva de vida personal. Esta última manera de conocer es la que practican los santos, los maestros espirituales y, en alguna medida, los filósofos; esta es la manera de hacernos conscientes de cuanto nos rodea, de hacernos responsables de cuanto nos rodea en unidad con nuestra propia existencia. El científico puede ser inconsciente de las consecuencias de sus actividades, el santo y el maestro espiritual no; y el filósofo, a la manera del científico, puede no darse cuenta de las consecuencias de su vida personal, por no estar, como los santos y maestros espirituales, en contacto con la totalidad de su acción como parte de un universo en continua interacción. Solamente en la manera de vivir de los santos y los maestros espirituales podemos encontrar una conducta regida por valores y normas autosostenidas. En el caso de los restantes seres humanos debemos conformarnos con el establecimiento de normas éticas, leyes y reglas de conducta que nos permitan convivir. Y dichas normas éticas, leyes y reglas son establecidas a partir del discurso, que es limitado y se restringe a la experiencia real o posible. En consecuencia, las normas éticas, leyes y reglas de conducta están en un continuo proceso de revisión y de renovación. Y, con toda probabilidad, estarán en línea con los poderes constituídos dentro de la comunidad humana que los establece, con la natural desviación que ello conlleva.
Solamente la búsqueda de la conciencia, del "yo soy el que... experimenta, se manifiesta...", que acompaña cada experiencia, puede lograr un sentido de responsabilidad (como capacidad de responder en el contexto humano y general) que permita la supervivencia del ser humano. Esto apunta a la necesidad de una formación temprana de valores y normas autoestablecidas de conducta por parte de cada ser humano, que puedan integrarse dentro de un universo en el que "yo soy..." sea una manifestación que implique e incluya a los restantes seres humanos y el universo en el que nos desenvolvemos. Esto equivale a la afirmación: "Yo creo, promuevo y permito todo lo que sucede en mi vida".