lunes, 11 de diciembre de 2006

Campos de conciencia 19

Ira, miedo, amor y odio son emociones básicas que todo ser humano, alguna vez, ha sentido. A estas emociones se añaden los estados de conciencia: depresión, vacío interior, soledad, sentido de minusvalía, carencia de sentido y otros que constituyen un amplio abanico de estados internos desagradables. También tenemos los estados de alegría, gozo, contentamiento, euforia, entusiasmo y otros semejantes como contrapartida agradable ante situaciones, circunstancias y experiencias diversas. Todos estos estados internos de conciencia han sido evadidos por los filósofos en sus estudios especulativos, salvo en sus consideraciones éticas o como descripciones semicientíficas. Y me refiero al estudio de la influencia más o menos significativa en la concepción del mundo natural y sus posibles equivalencias en el mundo no humano.
En la psicología y la psicoterapia se estudian las emociones y estados de conciencia como estados patológicos que deben ser enfrentados en beneficio de una vida personal satisfactoria.
Otro aspecto de interés en este sentido es el área biológica de los apetitos y de los placeres físicos, imaginativos, emocionales, mentales, subconscientes e inconscientes. Todo ello apuntando a la naturaleza dual del ser humano como ser físico y como ser espiritual. Incluso este último término (espiritual) no ha sido suficientemente evaluado, en mi opinión, desde una perspectiva unitaria especulativa.
La concepción occidental de la filosofía ha tomado un camino puramente especulativo acerca del hombre y el universo que lo contiene, mientras que en el oriente (India, China y Japón) la filosofía ha tenido como contexto una manera de vivir en consonancia con las concepciones del universo y el hombre dentro de tal contexto.
Como especulación, los resultados de la filosofía han sido frustrantes, pues apuntan a una indefinición ideal de la vida humana como aspiración en una dirección definida: espíritu o materia. Como manera de vivir, los resultados han sido selectivos (también ha sido selectivo en el aspecto especulativo), pues solamente unos pocos seres humanos han logrado trascender la materialidad para elevarse a la espiritualidad.
Hay dos maneras de ver el mundo: la manera en la que nos adaptamos al mundo circundante y acogemos la materialidad como equilibrio interior para lograr el máximo beneficio de nuestra condición humana material; y la manera en la que aspiramos a superar nuestra condición material para acceder a una naturaleza superior propia de nuestra naturaleza espiritual (suponiendo una superioridad de lo espiritual sobre lo material). En la primera perspectiva nos olvidamos de nuestra limitación, y pretendemos manejar el mundo que nos rodea sin atender a las posibles consecuencias de nuestra acción de maximizar beneficios. En la segunda perspectiva nos consideramos una parte del universo que busca entrar en equilibrio permanente con cuanto nos rodea. Son las diferencias que caracterizan el desarrollo occidental y oriental. Lamentablemente, en mi opinión, la manera occidental está teniendo predominio sobre la manera oriental, pues los valores materiales se están imponiendo sobre los valores espirituales. Sin embargo, creo que esta apreciación es subjetiva. En efecto, tanto en occidente como en oriente, siempre ha sido una minoría la que ha captado las sutilezas y el valor de la filosofía, como manera de vivir. En tal sentido, la supervivencia del mundo va a depender de la minoría y su poder de ejemplificar una nueva manera de concebir y manejar la realidad que preserve la materia y que promueva la espiritualidad como fin y objetivo de la vida del ser humano. Es ver el mundo desde la unidad del espíritu, en contraste con la separación y aislamiento propio de la maximización de los beneficios para la vida del ser humano como individuo, olvidado de su contexto natural y universal.