miércoles, 31 de mayo de 2006

Humanismo, humanidad...

Es curioso como puedo ser tan consciente de mi propia individualidad al confrontarme con términos como humanismo, humanidad, humanitario, y otros semejantes. En mi manera de ver, lo humano está definido a partir del ser humano como tal, y, en tal sentido, el ser humano es definido como "ser animado racional". Sin embargo, la manera en la que veo usado el término referido a lo humano se centra más bien en la naturaleza vulnerable y emocional del ser humano. Efectivamente, cuando oigo hablar de un acto humanitario o cualesquiera términos semejantes que invocan lo humano, tengo la impresión de que la referencia inmediata es hacia la empatía y compasión que suscita en las personas el dolor, el sufrimiento y la vulnerabilidad que nos caracteriza desde un punto de vista físico y emocional. En cambio, cuando se trata de la cualidad racional que nos caracteriza como especie, según la definición que existe en mi mente, las referencias que encuentro enfatizan el caracter robótico, automático de las "racionalidades" surgidas del simple razonamiento lógico deductivo a partir de premisas o condiciones dadas. Se me ocurre que la palabra libertad no forma parte de mi concepción del ser humano, por cuanto tal característica sería más universal y apropiada para definir una característica de responsabilidad por todo lo que hago, pienso y digo, y me haría más humanamente empático en mi consideración del otro, desde una racionalidad que no atentaría contra lo que, probablemente, sería un atentado contra mí mismo en mi relación con el otro u otros que me rodean y complementan como grupo. Me es indudable mi individualidad como cuerpo y persona, pero tal individualidad me es, igualmente, evidente en mi apreciación de los puntos de vista que puedo sustentar. Por tal motivo, cada vez me veo más despojado de una posible satisfacción de que mis puntos de vista puedan ser apreciados por otras personas, y me veo como alguien que intenta interrelacionarse desde una individualidad que es irrenunciablente solitaria. Únicamente la empatía, cuyo parentesco con el amor me resulta tan cercana, puede lograr algo de la satisfacción que el total entendimiento con otras personas no hace posible...

lunes, 22 de mayo de 2006

Simplezas 2

La constitución física del ser humano, unida a la facultad de relacionar actividades, hechos y circunstancias, es, en mi opinión, el germen de la emocionalidad. En efecto, la vulnerabilidad del cuerpo humano hace que el dolor, en sus diversas manifestaciones físicas, genere relaciones con un estado de bienestar (me siento bien) o malestar (me siento mal, me duele, no me gusta...), que, sucesivamente se transforma en un continuo evaluar lo que nos rodea como fuente de posibles "daños" o "beneficios". Y tales evaluaciones, que se convierten en expectativas de "lo que podría acontecerme" (desde una perspectiva interna), generan una respuesta energética de nuestra realidad vital, que, poco a poco, de experiencia en experiencia, se transforma en una respuesta que adquiere una denominación emocional. Lo interesante es que dichas denominaciones se comparten con otras personas, por cuanto hay un elemento de empatía (un cierto nivel de energía interpersonal compartido) que nos permite ir moldeando las respuestas en un todo conceptual que denominamos "emocionalidad". Esta emocionalidad es, sencillamente, nuestra apreciación subjetiva de lo que la otra persona puede sentir en situación similar a la que nos toca vivenciar en cada momento específico. Siempre se mantendrá como una respuesta subjetiva ante situaciones internas y externas, aunque podamos comunicarla a otras personas en solicitud de apoyo. Cuando es lo físico lo que ocasiona nuestra situación, acudimos al médico. Cuando es lo interno - emocional - netamente lo que nos aqueja, acudimos al psicoterapeuta o a una persona afín que nos permita descargar algo de la energía de malestar que nos agobia. En todo caso, en mi opinión, la causa y consecuencia de conceptualización se ha originado en una respuesta previa (vulnerabilidad física) ante elementos físicos que han perturbado nuestra situación vivencial primitiva. La complejidad con la que hemos creado un sistema de relaciones, que es cada vez más mental que física, influye en la presencia de causas cada vez más ficticias de males de tipo emocional y mental (imaginativo) que, con frecuencia, se traducen en malestares físicos (enfermedades).

martes, 16 de mayo de 2006

Ser humano

Puesto así, el título, sin artículo, puedo referirme a mi condición de ser humano tanto como a la cualidad de humanidad que puedo o no ejercitar. Pero es sobreentendido en ambos sentidos que lo humano es a lo que hago referencia y no al ser. Ahora bien, ¿puedo decir simplemente ser, sin calificarlo? ¿puedo decir humano, sin delimitarlo? Como ser humano soy heredero, pleno y admitido en mi modo de "serlo", de todas las concepciones que alguna vez han creado otros que me han precedido, por consiguiente, soy responsable de cuanto expreso verbalmente. Como ser humano soy, sencillamente, un ser en proceso de "humanización". Todavía no llego a ser humano, y, por lo tanto, la exigencia de humanidad abarca únicamente mi condición presente y no un ideal supuesto delante de mí. Cuando oigo hablar de derechos humanos me veo ante un ideal establecido por alguien como meta, buscando darme la conciencia plena de lo que se supone que debo entender con relación a otros en mi comportamiento, en caso de estar, dichos otros, a mi cargo. En el caso de tratarse de mí mismo, entiendo que soy yo quien debe lograr que dichos derechos humanos se ejerciten en su máxima expresión desde la realidad del otro hacia mí.. y, ese otro, por definición, debe ser alguien con poder para ejercitar o no una conducta regida por dichos derechos humanos. Si no hay delante de mí un enunciado de los supuestos derechos humanos no me será posible ejercer o exigir dichos derechos humanos. Es el absurdo de pensar que un enunciado puede establecer lo que debiera ser natural, desde una perspectiva humana, como ejercicio de humanidad. Lo humano se me impone desde afuera para juzgar mi ser, cuando debiera ser desde mí mismo que lo humano se impusiera como ejercicio pleno de mi humanidad, tanto respecto de mí mismo como respecto del otro que recibe o ejerce, a su vez, dicha humanidad. Es asfixiante el ejercicio retórico de establecer el ser humano como elemento de conceptualización, por haber perdido, en algún momento de la historia humana, el sencillo arte de vivir y convivir. ¿Habrá existido tal época sencilla de vivir y convivir?

lunes, 15 de mayo de 2006

Simplezas 1

Como ser humano me veo con un cuerpo dotado de algo que lo anima. Voy a denominarlo alma. Y es que no creo que el cuerpo se mueva por su cuenta, como no puedo imaginarme que un ordenador o computador personal pueda funcionar sin una fuente energética y un operador que le introduzca instrucciones (y que, a la vez, lo ha conectado a la fuente de energía necesaria para su operatividad). El cuerpo es visible y el alma se manifiesta en el accionamiento de la parte física mediante la movilización y la intercomunicación con el medio que lo rodea y otros seres semejantes. Visto así, hay otros seres, denominados animales, que puedo considerar, constitutivamente, de la misma manera: un cuerpo y un alma. La diferencia reside en la cualidad de relación con el medio circundante. Mientras el animal se ocupa, aparentemente, en tareas de supervivencia, el humano tiene otros niveles de relación, dominio y manejo del entorno para cumplir tareas con fines distintos a la simple supervivencia: creación de un entorno amplio y protegido de eventuales alteraciones, que le permiten convivir con otros seres semejantes en un conglomerado de intereses y satisfacción de apetitos no relacionados con lo puramente corporal (sensorial). La comunicación entre los seres humanos crea un elemento adicional al entorno físico: el elemento cultural y social. Con una amplia gama de acciones e interacciones que generan un nivel de energía, por darle algún nombre genérico, denominado espíritu, que permea, con su influencia, todos los niveles de vida, tanto del mismo ser humano como de los seres orgánicos e inorgánicos que lo rodean e incluso del planeta que lo cobija. En tal sentido, veo al ser humano como un ser en constante evolución de sí mismo, voluntaria o involuntariamente, mediante fuerzas internas que lo motivan y constituyen, hacia niveles de expresión y manifestación cada vez menos físicas, más sutiles que el mismo aire que lo alimenta. Niveles que son más de energía y poder del alma que del cuerpo que originalmente nos permite visualizarlo desde el nivel corporal mismo. El ser humano parece superarse en la superación de su constituyente físico y en el predominio de los elementos que escapan al conocimiento meramente físico del mundo que lo rodea.

sábado, 6 de mayo de 2006

Dios y equilibrio

En alguna oportunidad me planteé la idea de Dios como equivalencia de la idea de Amor, por cuanto el amor es lo que puedo concebir como unificador de todo cuanto puede existir. Me quedaba la duda de los rechazos existentes en la naturaleza, tanto inanimada (polos positivo y negativo de un imán) como animada (rechazo o antipatía entre personas), que no podía justificar de ninguna manera (al menos en mi mente no encontraba la manera de hacerlos presente, salvo como manifestaciones de la naturaleza "negativa" de este "mundo" físico). En mis actuales circunstancias se me ha presentado la idea de que el "equilibrio", como "neutralidad", puede complementar mejor la idea del amor como ese Dios que todo lo acepta, todo lo sostiene, todo lo promueve desde la posibilidad de la experiencia como valor supremo que busca conocer todas las posibilidades de la manifestación y expresión. Es así como se me ha ocurrido que las personas que encarnan dicho equilibrio, santos y maestros espirituales, son la expresión de una peculiar manera de ser que "ve" la vida y el "mundo" como una simple manifestación de todas las posibilidades, y que, en consonancia con esa divinidad, no califica de bueno ni malo lo que acontece o se presenta, sino que, desde una perspectiva más elevada, tiene valores que dirigen su vivir, pero no condicionan la vida de los demás, o de la naturaleza en sus manifestaciones, a su propia vivencia. En tal sentido, su apreciación de cuanto acontece a su alrededor no genera juicios internos que puedan afectarle, sino que, más bien, promueve valores alternos que pudieran "funcionar" en forma más apropiada para los que pueden sintonizarse con su manera de percibir y de considerar su propia vivencia personal.