viernes, 27 de noviembre de 2009

La voluntad: experiencia, conocimiento y conciencia

La palabra experiencia evoca, cuando se la reflexiona como significante asociada a su significación, el origen, evolución y utilidades del lenguaje. En efecto, en mi opinión, el lenguaje surge como manera de ver el entorno, dos o más seres humanos en actividad conjunta, para designar objetos, situaciones y experiencias comunes. Posteriormente, la palabra adquiría entidad propia para comunicarse unos a otros eventos, situaciones y objetos en su ausencia. En una época más avanzada surgen palabras para designar experiencias internas no visibles, pero posibles de experimentar por el cuerpo, imaginación, emoción y mente de cada ser involucrado en la comunicación. Y, finalmente, la etapa socrática, platónica y aristotélica de consolidación del concepto como entidad propia, para comprender el uso de términos dentro del lenguaje oral y escrito, y su extensión a otros contextos de significante-significado.
La experiencia se refiere al contexto "fuera y alrededor de los entes" (ex-peri-encia) para aprehender, en una comunicación, lo que un Ser humano puede comunicar a otro sobre situaciones, circunstancias y eventos vivenciales, incluidos los objetos participantes en dichas vivencias. La experiencia involucra la participación total de un individuo: cuerpo, imaginación, emoción, mente y reacciones (experiencias previas transformadas en respuestas automatizadas). En este sentido se diferencia de un experimento, pues este ha sido diseñado por la mente con el objeto de interpretar el comportamiento de secciones del universo en función de hipótesis o teorías científicas (que expliquen el universo en términos comprensibles). La experiencia puede ser comunicable pero nunca puede ser transferible sin la correspondiente participación del oyente en una situación similar a la que estuvo sometido el comunicador de dicha experiencia. Es de aquí de donde surge la necesidad de transformar la información (comunicación en cualquiera de sus formas) en experiencia, para aceptarla como vivencia propia y comunicable.
El conocimiento, por otra parte, es toda comunicación con pretensión de ser considerada verdadera por parte del que la emite. En consecuencia, dicha comunicación ha de estar fundamentada en una vivencia del emisor, pues, en caso contrario, dicha comunicación pertenece al tipo de información carente de bases de sustentación. Es aquí donde surge el término "opinión" como equivalente de "información o comunicación" cuya validez está sujeta a comprobación en situaciones que ameriten su utilización o ejercicio. También entran en este caso aquellas experiencias de carácter íntimo o interno, cuya transmisión vale únicamente como punto de referencia para la guía de aquellos que quisieran, de alguna manera, tomarlas como señalamientos de posibles formas de ver o sentir situaciones, circunstancias y eventos de naturaleza personal. Aquí entran las reflexiones de los santos y maestros espirituales, pues no pretenden veracidad, sino posibilidad de uso para la comprensión de niveles de experiencia que no están dentro de lo que los sentidos físicos y la mente pueden aprehender, aunque se refieren a vivencias que pueden servir de guías. Se parecen a las indicaciones que pudiera utilizar un viajero para indicarle a otro las características de un camino, región o situación que debe recorrer en ausencia del primero. El primer viajero ha tenido la experiencia y, consiguientemente, sabe de lo que está hablando, pero su saber no tiene elementos de conocimiento que pudieran servir universalmente como guías a cuantos viajeros quisieran emprender el viaje, porque el conocimiento tiene elementos accesibles a los sentidos físicos y presupone que muchos viajeros han recorrido el camino y encontrado los mismos elementos tangibles y sensibles que pudieran ser interpretados del mismo modo por potenciales desconocedores de dicho viaje.
La conciencia es la unidad de la experiencia que se sintetiza en un "Yo soy". Comprende las opiniones como elementos propios y externos que pretenden encontrar unidad en el saber individual como representación de un saber universal, cuando dichas opiniones atienden "al mayor bien y los más altos fines". Intenta asomarse al "como a ti mismo" del primer mandamiento de la ley judeo-cristiana, como unidad que descarta las separaciones e individualidades, en atención a la unidad del universo en un todo orgánico con sentido de divinidad comprensiva, que integra, modela y unifica a la manera del amor incondicional de los padres por los hijos, cuando dichos padres e hijos están bajo la tutela del guiar y ser guiado en comunidad de vida, que comparte circunstancias, situaciones, eventos y experiencias en situación permanente de crecimiento, tanto físico como mental y emocional, en seguimiento del "como a ti mismo". El "Yo soy" es un constante planteamiento en el que el individuo se identifica con cuanto le rodea, para encontrar la unidad de los contrarios y conseguir el equilibrio de la naturaleza apetitiva en constante viaje hacia la trascendencia del nivel físico. Hacia lo que se conoce como la trascendencia del alma, pues en dicha trascendencia se encuentra primero el alma y luego el denominado "océano de amor y misericordia" de la divinidad comprensiva que los santos y maestros espirituales han encontrado e intentado transmitir de una generación a otra y que, en mi opinión, debería denominarse "océano de amor y bondad".

domingo, 15 de noviembre de 2009

La voluntad: yo, no-yo y prójimo

El yo es la unidad de la multiplicidad y pluralidad de experiencias del Ser en el "Yo soy". Equivale a decir que la multiplicidad y pluralidad de experiencias de manifestación y expresión sintetizadas en el "soy" (el Ser de Ser humano) se unifican en el "Yo", para dar significación a cada individuo frente a su universo personal. El no-yo es el universo considerado en la multiplicidad y pluralidad de entes o seres (manifestaciones y expresiones de cada presencia) confrontados con un yo individual. Y, finalmente, prójimo, del latín proximus, es cualquier no-yo humano (ser humano, semejante) respecto de un yo determinado. Quedan, de esta manera, delimitados los ámbitos de validez del denominado mandamiento de la ley judeo-cristiana: "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Los restantes mandamientos son una exposición de aspectos implícitos en este mandamiento. En la versión moderna hemos expuesto las tres reglas fundamentales: No te lastimes y no lastimes a otros; Cuida de ti para que puedas cuidar a otros; y, Utiliza todo para avanzar, para aprender, para crecer.
Parece que, desde los primeros tiempos, la única manera de gobernar o dirigir a los humanos ha sido la ley, concebida como mandato o prohibición por parte de la denominada voluntad soberana o autoridad pública, representada en el poder legislativo, con la imposición de castigos por su incumplimiento. En el caso de las religiones, dicho castigo se supone sujeto a la divinidad, y en el caso de las leyes de gobierno civil, las penas o castigos se establecen a continuación de la normativa, atendiendo a factores y requisitos que han de ser dirimidos por tribunales de justicia, o sea, lugares en los que, jueces especializados, dictan sentencias e imponen sanciones por el incumplimiento de las leyes. De allí que la denominada ley judeo-cristiana tenga carácter de ley, aunque el cumplimiento y la satisfacción del incumplimiento caen fuera de la jurisdicción ordinaria o humana, pues se supone que el legislador y juez es Dios. En todo caso, tanto esta ley como las leyes civiles, cuya diferencia, según se dice, está en que la primera es autónoma, porque es el individuo el que la pone o no en ejercicio, y la última es heterónoma, porque está impuesta por el Estado o sociedad que la dicta, están fundamentadas en el antiguo "ojo por ojo y diente por diente" de La Biblia, con Dios o los órganos jurisdiccionales del Estado como juez, jurado y verdugo. O sea, una justicia que podríamos denominar de compensación, para no denominarla con el nombre más significativo de venganza.
La tradición humana más extendida, en lo social, ha sido la de promover el conocimiento y no la conciencia, pues las leyes se elaboran para establecer una fuerza coercitiva sobre el individuo, para superar su naturaleza apetitiva en conflicto con sus semejantes. En pocos casos, según lo que he podido conocer, se atiende a la superación del nivel apetitivo para acceder al nivel trascendente de la conciencia. Al respecto, recuerdo una película cuyo ambiente estaba situado en una provincia del Canadá indígena, gobernada por autoridades formales canadienses, pero con participación y comprensión de la cultura indígena del lugar. Un caso de violación es visto en dos perspectivas distintas: el órgano acusador o fiscal tomaba en cuenta las leyes establecidas en el código vigente, mientras que la defensa se apoyaba en la comunidad y su concepción muy particular de la vida social. En esta comunidad, cualquier contravención de la ley o moralidad (en el sentido de costumbres aceptables en la convivencia social) era vista como una deficiencia de la comunidad en su tarea de educación del individuo, y la satisfacción de la falta o corrección, que debía ejercitarse, correspondía con un reencuentro supervisado de la adaptación del individuo transgresor, dentro del grupo social, y no aislándolo en prisión alguna, mediante el cumplimiento de tareas que contribuyeran con su reeducación y toma de conciencia de la violación cometida y su significación, tanto para la víctima como para el transgresor.
Las leyes civiles o, más apropiadamente, de convivencia social, en mi opinión, tienen su fundamento original en las leyes o normas religiosas, cuya manifestación primera debieron ser las tradiciones y costumbres de las primeras comunidades humanas. La moral, fundamentada en estas tradiciones y costumbres, eran fijadas por los individuos sobresalientes de dichas comunidades y, consiguientemente, tenían un carácter de modelaje para el seguimiento por parte de los miembros de dichas comunidades. De aquí que los primeros pensadores, que dejaron sus reflexiones en formas transmisibles en el tiempo, mezclaron sus opiniones o "conocimientos", que describían el universo circundante, con máximas o frases o proverbios que, probablemente, en los inicios, pasaban como tradición oral de unas generaciones a otras, y, así, "escribían" en la tradición oral los primeros códigos morales y civiles para la convivencia. Esta forma de transmisión se fue convirtiendo en "conocimiento", y este conocimiento se transformó, cada vez más, en "información" carente de "fuerza evolutiva" de la conciencia.
A pesar de la carencia de "fuerza evolutiva" para la conciencia, siempre han existido y seguirán apareciendo individuos particularmente dotados para los asuntos de la trascendencia. O sea, individuos cuyos sentidos físicos se ven complementados por una visión que trasciende el nivel físico y se adentra en niveles de conciencia que "experimentan" otra realidad que sustenta la presencia física del universo sometido a las "leyes" del conocimiento científico y tecnológico. Dichos individuos siempre atraen a una comunidad que los sigue y "entiende", más allá de las palabras, la posibilidad de acceder a una experiencia más amplia que la que ofrecen los sentidos físicos de vista, oído, olfato, gusto y tacto. Más aun, dichos individuos, cuando tienen la legitimidad de origen de la experiencia personal, son modelos que promueven, mediante su actuación en la vida común, el acceso a las experiencias que sustentan su "conocimiento". Y en tal modelaje no interviene la imposición sino la guía de un viajero que señala a otro los caminos para que convierta su propia experiencia en fuente de conocimiento y, a la vez, pueda transformar en experiencia la información que le es entregada. Este es el gran aporte de los maestros espirituales modernos que, junto con algunos psicólogos y psicoterapeutas excepcionales, entregan herramientas para la transformación de información, conocida desde tiempos inmemoriales, en experiencia. Experiencia esta que no ha podido ser explicada con palabras por ningún maestro, aunque haya sido ejemplificada en historias, anécdotas y parábolas, pues dicha experiencia ha de ser vivencial. Como es el caso del mandamiento "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo", pues la palabra Dios no puede ser asimilada con experiencia alguna, salvo la analogía poco iluminadora de artesano o fabricante en la experiencia humana; la palabra amar solamente puede ser aprehendida a través de la experiencia de pareja, familia, amistad y semejantes, con la consiguiente falta de aplicación al caso de rechazos o faltas de afinidad entre personas; y la falta de ejemplos para el amor con los no-yo del universo circundante, y así podríamos extendernos indefinidamente.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La voluntad: familia y religión

La familia es la base de la agrupación humana, lo social, la sociedad. La religión es, dentro de la sociedad, la reguladora de las costumbres, la moral. Ambas nacen con los orígenes de la civilización, lo cual equivale a decir, con la necesidad humana de convivir para protegerse y garantizar la supervivencia a mediano y largo plazo. En la familia, formada en su base por hombre y mujer en convivencia de intimidad y apoyo, nacen los hijos y se estructura una jerarquía de orden natural que, posteriormente, sirve de modelo para la jerarquía social. Las primeras experiencias de convivencia se dan en la familia, y tienen como facilitadores naturales a los padres. Si la familia tiene estabilidad, y los valores de la pareja hombre-mujer son firmes, las personas (hijos) que surjan en dicho grupo llevarán su estabilidad y valores a la sociedad en la que se desenvolverán.
La religión nace con el primer humano dotado para ver más allá de los sentidos físicos y percibir la naturaleza trascendente que forma parte del Ser humano. También surgen los primeros legisladores civiles como parte de la necesidad de convivencia bajo reglas, costumbres, que garanticen la protección de los más débiles frente a los más fuertes. Ambos tipos de ser humano trascienden la naturaleza apetitiva para adentrarse en la unidad que reside más allá de la diversidad y multiplicidad de caracteres propios de cada individuo. Son estos, religiosos (inicialmente hechiceros, brujos, piaches, chamanes, que, en mi opinión, evolucionan en las religiones históricas para transformarse en santos y maestros espirituales) y legisladores civiles, los creadores de códigos y legislaciones que fundamentan la vida social. Ejemplos de tales "religiosos y legisladores civiles" son, junto a Buda, Confucio, Lao Tse, Jesús de Nazaret, Mahoma, y muchos otros, los primeros filósofos griegos.
La primera institución social es la familia, y el matrimonio, como forma de fundamentarla socialmente, es la manera de crear unos códigos particulares, no escritos en su mayoría, para regular las relaciones entre el hombre y la mujer. Esta institución tiene una regulación que las costumbres no lograron consolidar en un código estable y uniforme. La existencia histórica de sociedades matriarcales y patriarcales, con el predominio de esta última forma, han establecido unas reglas de subordinación alejadas de la conciencia individual como soporte firme y duradero. Tal vez se haya debido a que los legisladores, tanto religiosos como civiles, han dado por sentado que el vínculo afectivo, que origina la unión, es suficiente legislación para el respeto, convivencia y estabilidad de la familia, cuando no es la obligación impuesta desde la tradición socio cultural en la que el matrimonio es arreglado sin la participación de los cónyuges.
Los códigos y legislaciones, tanto religiosos como civiles, se fundamentan en la conciencia o visión de personas dotadas particularmente para ver realidades trascendentes a los sentidos y apetitividad propias de los seres orgánicos. Tales códigos y legislaciones, costumbres o moral, según se lo quiera ver, intentan substituir la conciencia individual desde una perspectiva de autoridad moral de los legisladores y la racionalidad natural de los individuos para ver la correspondencia entre reglas y fines. Es aquí donde radica la deficiencia fundamental de dichas legislaciones morales, pues, olvidándose de promover el desarrollo de la conciencia individual, han establecido una ritualidad y rigidez en el cumplimiento de reglas y costumbres que caducan con el avance del conocimiento del universo circundante al Ser humano. También allí reside la debilidad institucional de la familia, pues el afecto inicial de la pareja no tiene una evolución que permita la consolidación de lazos basados en la aceptación, respeto y reconocimiento del cónyuge, junto con la superación de lo apetitivo propio de la afinidad que puede multiplicarse en las relaciones interpersonales con individuos del sexo de dicho cónyuge. Solamente mediante la valoración social eminente del matrimonio y el establecimiento de costumbres, moral, basadas en la conciencia individual, puede consolidarse la célula fundamental de la sociedad y cimentarse una armonía social que, sin las rigideces propias de la legislación escrita, contribuya a la salud de la sociedad.

martes, 10 de noviembre de 2009

La voluntad: legislación y necesidad

La necesidad tiene varios ámbitos, entre ellos destacan: el orgánico de hambre, sed, sexualidad y similares; el social (colmena) del deber, como emoción, a la manera descrita por Emilio Mira y López en "Cuatro Gigantes del Alma" (miedo, ira, amor, deber) que hace referencia a lo que consideramos ética y moralidad, código y costumbre, a la manera de "lo práctico" de la concepción kantiana; y, final y significativamente eminente, por iluminar de alguna manera el extremo conceptual del término, el matemático de "condición necesaria" o "necesidad", que precede a la "necesidad y contingencia" de la categoría de modalidad de la filosofía kantiana, que, a su vez, hace referencia a lo natural de "lo orgánico" y lo conceptual de "deber".
Así que nos movemos, en nuestras actividades, pensamientos y relaciones, dentro de un intrincado tejido de condicionamientos que, a la vez que nos presenta opciones, nos muestra "límites" para el ejercicio de dichas opciones. Y es, en la atención a dichos límites, donde se desenvuelve la libertad de la que nos hablan los filósofos y los guías espirituales, e, incluso, los políticos en su, en mi opinión, "inconsciente", consideración de la libertad como sometimiento de seres humanos a otros en gobiernos de carácter autoritario. La libertad, en consecuencia y aparentemente, consiste en la potencialidad de traspasar los límites que lo orgánico, lo humano y lo conceptual nos "imponen".
Para el político, la libertad de traspasar los límites se contrapesa con la prisión del cuerpo físico, mediante el cumplimiento de formalidades legales que muestren, como "delitos", el incumplimiento de las legislaciones correspondientes a diversos aspectos de la convivencia civil. Para el maestro espiritual, la libertad se encuentra en la autorregulación del individuo en sus diversas formas de expresión y manifestación: orgánicas, sociales y conceptuales. Y para el filósofo, la libertad es el ejercicio de la inteligencia en sus diversas posibilidades expresivas y de manifestación: una vez más lo orgánico, lo social y la intelectual.
Desde tiempo inmemorial tenemos códigos y legislaciones políticas, éticas y morales. En mi opinión, lo primero que debió darse fue el código moral propiamente, pues las costumbres fueron las que establecieron lo que era o no permitido dentro de la comunidad. Seguidamente, deben haber surgido los planteamientos, más que códigos, éticos, como en los primeros filósofos griegos, en los escritos de Confucio y Lao Tse y en los más cercanos de los filósofos-meditadores hindúes. Estas legislaciones, códigos, filosofías y planteamientos, señalan la presencia de hombres "iluminados", en el sentido de particularmente dotados por la naturaleza para "darse cuenta", "percibir", o como quiera denominarse ese "sentido" no físico de participación de una experiencia que supera los sentidos físicos y que, en la mayoría de los humanos, permanece oculta en la multiplicidad de "necesidades" (apetitos), sensaciones, sentimientos, emociones y condicionamientos. Son estos eminentes seres humanos los que han fundamentado la idea de la eternidad del espíritu interior o alma de cada Ser humano como síntesis de una conciencia más elevada que lo comprende e integra. En efecto, la gran mayoría de seres humanos se guían por una experiencia limitada a lo que la memoria finita y limitada de sus experiencias individuales permite aprehender a la manera descrita por Kant en su "Crítica de la Razón Pura", mientras que los "iluminados", filósofos y maestros espirituales, estos mediante sus experiencias trascendentes y aquellos mediante su intelectualidad privilegiada para aprehender totalidades comprensivas, han accedido a una "realidad" que supera la realidad de las categorías kantianas.

sábado, 7 de noviembre de 2009

La voluntad: libertad y motivación

La palabra libertad es un vocablo semejante al ser, que, como motivo de reflexión en sí, dejan de ser fáciles de explicar y comprender para convertirse en misteriosos motivos para la elaboración de extensos tratados sin conclusión alguna. Apuntan, en tal caso, a la metafísica que Kant señaló como carente de valor científico. Es decir, como carente de términos correspondientes a experiencias en general, aunque las experiencias específicas son múltiples y significativas. Podemos referirnos a "ser blanco, negro, animal, y similares", así como "libertad de hablar, para movilizarse, de ataduras, para actuar, y semejantes". El ser, como ya lo hemos afirmado anteriormente, es una universalización de manifestación y expresión. O sea, es la manera de generalizar todos los verbos posibles que manifiestan y expresan una determinada presencia o secuencia: materia y energía, quietud y movimiento, orgánico o inorgánico, etc.
La voluntad señala una manera de entender la libertad de pensar y actuar que caracteriza al Ser humano dentro de sus contextos orgánico y humano. Ahora bien, ser libre no implica arbitrariedad en el contexto que nos toca manejar. Es, sencillamente, la potestad de elegir entre opciones presentes en dicho contexto, como alternativas de movilización o abstención. Por lo general podemos elegir entre tres opciones en cada situación o circunstancia: dos direcciones con sentidos opuestos y una consistente en abstenerse de decidir y dejar que nuestro universo tome el curso correspondiente a nuestra omisión decisoria.
Por otra parte y, dentro de la libertad de decidir ante situaciones en conflicto o en armonía, podemos dirigirnos por motivaciones internas. Estas motivaciones, o motivos para la acción, pueden ser de naturaleza apetitiva o trascendente. Las primeras corresponden a consideraciones de naturaleza sensual o emocional, y pueden fundamentarse en cualidades genéticas o educativas cónsonas con habilidades naturales o técnicas aprendidas y nuestra posición en el contexto humano en el que nos toca desenvolvernos. En cuanto a las motivaciones trascendentes, en mi opinión, corresponden a condiciones genéticas que nos permiten aprehender experiencias más allá de los sentidos físicos ordinarios o al aprendizaje religioso que nos pone en contacto con creencias y experiencias que, aunque no son propias, son afines o generan empatía a nuestra particular manera de pensar y sentir.
La voluntad se ve guiada por motivaciones o aprendizajes, dentro de un contexto humano que nos permite la libertad de expresarnos y manifestarnos, hacia la realización de actividades y movimientos que satisfagan un proceso continuo de crecimiento en nuestra potencialidad de realización personal en el contexto orgánico y humano que constituye nuestro universo individual. Partiendo de lo apetitivo, en el mejor de los casos, llegamos a lo trascendente. En la generalidad de los casos nos quedamos en el ámbito apetitivo, y solamente, hasta el presente, un pequeño grupo de individuos, a lo largo de la historia humana, ha logrado trascender los límites de la conciencia apetitiva material.