martes, 23 de diciembre de 2008

Acción, pensamiento y experiencia 6

Cuando el Ser humano "encuentra" el lenguaje, en mi opinión, lo hace como espectador. Y en este caso, una vez más, estoy considerando alternativas, dicotomías, dualidades o polaridades en la manera de ver al Ser humano, tales como hombre-mujer, blanco-negro, bueno-malo, afirmación-negación y muchas otras que han sido objeto de examen en relación con el Ser humano. En efecto, en el lenguaje, en su inicio, en mi opinión, el Ser humano "encuentra" una herramienta para señalar o indicar algo a un semejante, e inicia el denominado proceso de comunicación, entendido como un proceso para mostrar algo visto, oido o sentido. Se inicia así el proceso denominado "conocimiento" como una manera de fijar, mediante el lenguaje, el nombre y la descripción de procesos y fenómenos en general. El conocimiento que se recoge es externo al Ser humano. Es objetivo. Y, en el inicio, debió ser claro y preciso el señalamiento de aquello que se quería comunicar o compartir con otro Ser humano, por cuanto la referencia (significación o significado) tenía características sentidas, vistas u oidas que podían ser adecuadas a la experiencia de cada uno de los interlocutores (hablante-oyente en ciclos intercambiables en la comunicación; o sea, el hablante se torna oyente y viceversa) y ambos participantes tenían un mutuo interés y dedicación a aquello que se quería aprehender mediante el lenguaje.
Posteriormente, el proceso evolucionó mediante la acumulación de "conocimientos" (nombres asignados a objetos o cosas y fenómenos o procesos de la más diversa naturaleza). Surgiendo, de esta evolución, una especie de "costumbre" o "hábito", que modificó la atención o interés (enfoque de la atención) en algo tan natural que comenzó a transformarse en una "interpretación" automática de cada interlocutor-oyente con respecto a cada interlocutor-hablante, de acuerdo con la "experiencia" acumulada individualmente. Esto, por supuesto, se debió a la amplia gama de focos de atención e interés que el lenguaje introduce en el Ser humano. En efecto, mientras el Ser humano está primitivamente inserto en su medio ambiente sus focos de interés son elementales y referidos a las necesidades fundamentales de supervivencia y preservación corporal. En cuanto interviene el lenguaje comienza a desarrollarse la "mente", o el denominado "pensar", como una gama de posibilidades "fácilmente" accesibles en su calidad de imágenes, obviando la limitación física propia de las actividades que hacen del Ser humano un Ser discursivo, secuencial, que debe seleccionar alternativas para actuar hacia objetivos bien definidos dentro de su acontecer vital.
Pero, volviendo al planteamiento inicial, el Ser humano desarrolla el lenguaje como espectador, como aquel que observa lo que le rodea, incluyendo a sus semejantes. Tal actitud se transforma en una manera de ver el mundo que lo aisla de las interrelaciones más sutiles de su acontecer vital. Lo que nos hemos acostumbrado a denominar "vida" es el conjunto de experiencias de cada ser humano en su discurso nacer-desarrollarse-morir. La vida, en la perspectiva de espectador se convierte en "conocimiento", mientras que en la perspectiva de actor puede generar un "saber". Esta es la condición dual del Ser humano en su condición material-espiritual, materia-espíritu, cuerpo-alma. En este contexto el Ser humano se ve exigido por su dual naturaleza a elegir opciones de acción que pueden generar confrontaciones dentro de sí mismo. Y es en este contexto en el que surge la concepción de "libertad" como aquella posibilidad que tiene el Ser humano de seleccionar cursos de acción que contravienen su naturaleza material-sensorial para superar dicha naturaleza en beneficio de su naturaleza espiritual. Y tal "libertad" surge como un proceso de crecimiento, desarrollo o evolución que nace de la conciencia, del "Yo soy", que se descubre como actor-espectador, agente-paciente dentro de una totalidad que lo identifica como un re-presentante de la totalidad del universo que lo comprende. Aquí es difícil expresar aquel estado que los santos y maestros espirituales experimentan como éxtasis y que los hace, en mi entendimiento mental de tal estado, partícipes de la totalidad en la que se encuentran inmersos y que los hace comprender que son una parte de una totalidad que amerita consideración, gentileza y aprecio (amor) en su aproximación e interrelación.
El lenguaje, y la objetividad que lo ha originado, se ha tornado en un hábito externalizador de la experiencia. En tal sentido, hemos debido recorrer un camino de descubrimiento de la conciencia, del "Yo soy", que, al individualizarnos, nos acerque al "Yo soy el que soy" del que somos una experiencia y una posibilidad realizada (una realidad), para recuperar la experiencia como agente-paciente que debe ejercer esa libertad que nos lleve al próximo nivel de conciencia que nos es posible en este estado material-espiritual propio del Ser humano. Tal camino implica una observación de nuestra "mente", como paisaje interior que requiere una transformación para aproximarnos a lo que es y no a lo que interpretamos o suponemos guiados por nuestra emocionalidad, mente e imaginación. Cuando Sócrates, según los diálogos platónicos, interrogaba a sus interlocutores acerca de la prudencia, la moderación, la amistad, la valentía y similares utilizaba un lenguaje de espectador y, en consecuencia, su intento de llegar al actor se veía frustrado una y otra vez. En ningún caso se tomaba al valiente, al prudente, al amigo y se le sometía a su autoobservación. Tal cosa habría sido impensable en un tiempo en el que la psicología era tan incipiente que solamente se la veía como una manifestación externa y no como una posibilidad de transformación interna del Ser humano. Era el tiempo de la búsqueda de "la objetividad" como representación del "conocimiento". Paradójicamente, era el final de la época de los legisladores religiosos y civiles, cuyo "saber" se dirigía a forjar los parámetros de convivencia propios de la civilidad, propios del manejo de los instintos o necesidades físico-sensoriales en beneficio de una cooperación para lograr una "vida" de mayor "significación". Todavía no era posible concebir que al producir daño o deterioro en un semejante (refiriéndonos a los seres humanos) nos dañábamos o deteriorábamos nosotros mismos; menos aun si la referencia era al entorno o mundo animado e inanimado que nos rodea. Tales observaciones no son compatibles con la limitación discursiva del Ser humano, pues requieren una visión tan amplia como la requerida para reconocer que el "Yo soy" es una manifestación y expresión del "Yo soy el que soy", pues en cada experiencia individual está involucrada la experiencia en todas sus acepciones e implicaciones para nuestros semejantes y para el mundo y el universo que nos comprende y abarca.