jueves, 20 de noviembre de 2008

Acción, pensamiento y experiencia 1

Escudriñar acerca de la experiencia implica ir dentro de mí mismo y buscar las significaciones y señales que pudieran darme una pista sobre mi perspectiva personal de lo que pudiera señalar la palabra en relación con lo ocurrido, presente y por ocurrir, en mi entorno y dentro de mí mismo.
Cuando introduzco la palabra acción, necesito hacer mención de aquello a lo que apunta: el hacer. Encuentro en el recién nacido, el bebé y el niño, la génesis de todo cuanto pudiera mencionar como significante (palabra, imagen, concepto, etc) para significados actuales en mí (experiencias de diversa naturaleza, de mi mundo interior y del entorno que me rodea). De la misma manera me imagino el surgimiento del lenguaje que quiere recoger las experiencias referidas. El ser humano original (el que podemos imaginar, previo a la prehistoria inclusive) carecía de lenguaje para enfrentar el mundo circundante, pero su mundo requería una acción, un hacer de su parte, surgido de sus impulsos primarios (alimento, protección, compañía) y de sus apetencias menos impulsivas (curiosidades y exploraciones). En la medida en que adquiere una historia personal y puede referirse (sin palabras) a una experiencia, hace contacto con su facultad creadora interior para manifestarse y expresarse en áreas independientes de sus impulsos y apetencias y para introducir referencias que configuren un inicio de "experiencia" como referencia que le oriente en la atención de sus necesidades inmediatas. El hacer, la acción como proceso, adquiere un caracter de posibilidades cada vez más amplia según lo acontecido y las nuevas oportunidades de elegir posibilidades personales en su accionar. El solo hecho de enfrentarse, en su recorrido cotidiano, con posibilidades de elegir caminos, direcciones, satisfacción de necesidades (alimentos, cobijo y similares) va configurando un conjunto de "opciones" cada vez más diversificado, no tanto a nivel individual, que pudiera ser rutinizado por el miedo y la comodidad momentánea, sino más bien grupal, por la diversidad de concepciones en los miembros que paulatinamente forman parte de su entorno. El hecho de que nos imaginemos que, en los primeros estadios de la socialización, dominara el más fuerte, hace aparecer inmediatamente las apetencias y posibilidades en individuos menos dotados físicamente pero más preparados para usar su naturaleza racional en la búsqueda de su predominio individual por vías diferentes a las de la fuerza y, tal vez, pudiera ser este el origen de los brujos que, mediante artificios y conocimiento de su entorno natural, pudieron adquirir un papel de dominación en un ámbito paralelo al del jefe impuesto por la fuerza. La acción es la selección de opciones ante el entorno para adquirir la individualidad requerida por la vida personal, y se presenta como un añadido a la simple recepción de estímulos y observación de posibilidades. En todo caso, el origen de la experiencia y del lenguaje para manifestar y expresar la individualidad tiene como inicio irrenunciable el accionar, el hacer, la acción individual que, posteriormente, adquiere caracter grupal para enfrentar los desafíos de mayor amplitud que lo individual, y que, constituyendo una fuente externa de experiencia, comienza a configurar esa otra vertiente de experiencia que es el mundo interior del individuo, manifestado y expresado en su etapa más creativa por el lenguaje en sus diversas modalidades: corporal, señalizador y, finalmente, verbal. Acción y reacción son los elementos básicos de la experiencia en sus orígenes más remotos.
El pensamiento, o proceso de pensar, es tan discursivo como el accionar, tanto en su origen de selección de posibilidades de acción como en su etapa madura de eslabonamiento de posibilidades simplemente opcionales. Para mí, como Ser humano civilizado y escolarizado, es difícil imaginarme otra manera de pensar que no sea mediante el lenguaje. Tal vez pudiera incluir las imágenes como elemento alternativo, y los símbolos, pero siempre he de incluir el lenguaje verbal internalizado en ideas y posibilidades diversamente planteadas internamente.
La experiencia incluye tanto el hacer como el pensar como áreas que se entrelazan para constituirla, pero que, en su distinción involucran nuevas maneras de adquirir experiencia. Kant, en su CRP, menciona el hecho de que "intuición sin concepto es ciega, y concepto sin intuición es vacía", haciendo referencia al hacer sin el ordenamiento pensante y el pensar sin el hacer exterior que lo sustente, sin la experiencia correspondiente a dicho pensar. Y es en este aparente aparecer de una experiencia pensante individualizada, y carente de la necesidad de correspondencias tangibles, donde aparecen los conflictos de comunicación que el lenguaje recoge en forma "inconsciente" en planteamientos que apuntan a significaciones supuestamente coherentes y a paradojas cuya significación "puramente lógica" nos deja perplejos, como la de Aquiles y la tortuga del filósofo Zenón de Elea. Y, a partir de la falta de discernimiento entre pensar y hacer, surgen posturas sofísticas en la filosofía e, incluso, en la misma ciencia.
La experiencia está constituida fundamentalmente por pensamiento e intuición, que, en esta perspectiva, he resumido con los nombres alternos de pensamiento y acción, para hacer referencia al hecho de que el mismo pensamiento es una acción, que puede tener vida propia y constituir una fuente de saber, siempre que no se separe de su natural constituyente: lo que es y la conciencia.