lunes, 24 de noviembre de 2008

Acción, pensamiento y experiencia 2

La ciencia es la gran conductora de la escolaridad y, consiguientemente, todo nuestro enfoque está dirigido hacia lo exterior, lo físico, nuestro entorno como punto de encuentro de nuestro "Yo soy" con el mundo. Todos los conocimientos se dirigen a "conocer" qué es lo que nos rodea. De esta manera se pierde el "Yo soy", se difumina, se desvanece como foco de iluminación que permita integrarnos con el mundo de una manera más provechosa para nuestra acción y consiguiente logro de experiencia.
La filosofía, como fuente de creación de la conciencia, queda relegada y supeditada, en su tarea de evaluación del entorno, como ámbito que nos comprende, que nos abarca y dentro del cual nos corresponde interactuar para lograr la optimización del ciclo vital. Y las denominadas ciencias humanas, historia, geografía, biología, sociología e, incluso, la psicología, son dominadas por el espíritu científico y atienden el aspecto de "lo otro" como "irrenunciable" confrontación y lucha por la supervivencia y el bienestar del ser humano. La religión adquiere caracter cultural diferenciador de grupos y fijador de valores propios de confrontación de puntos de vista y líneas de evolución histórica que privilegian dichos puntos de vista en detrimento de los alternativos, y se olvida de la espiritualidad como faro de iluminación del "Yo soy" y la concomitante conciencia que apunta a un nivel de "conocimiento" creador de valores y perspectivas inaccesibles para la receptividad propia de los sentidos físicos.
Solamente la psicología contemporánea, apartándose de lo científico, se ha atrevido a adentrarse en aspectos que corresponden a la espiritualidad y los valores desde una concepción "implícita" del "Yo soy", que apunta a un nivel de conciencia propio de lo que, en la antigüedad, se denominaba "metafísica", y que quedó descartado en la filosofía kantiana como "ciencia", como conocimiento que podía aportar una visión propia de la receptividad y la espontaneidad del entendimiento humano. Este "descarte" como "conocimiento científico", unido al "ocultamiento" del "Yo soy" como "simple" "apercepción trascendental" propia de la unidad del entendimiento puro, y el posterior "olvido" de la filosofía de adentrarse en la evaluación de dicho "Yo soy" como fundamentador del conocimiento integrado por el dúo intuición-concepto (receptividad-espontaneidad del pensar) retrasó lo que la psicología contemporánea, apartándose, hasta donde es posible, del "espíritu científico", ha considerado como núcleo de ese nivel inaccesible para los sentidos físicos, pero ha valorado como "una realidad diferente" a la de los sentidos físicos. Esta "realidad" que quedó descartada en la CRP como "conocimiento científico", pero que fue "atendida" en las Crítica de la Razón Práctica y Crítica del Juicio kantianas.
Cuando oímos mencionar la libertad e, incluso, el "libre albedrío", hacemos referencia, implícita, a ese "Yo soy", o conciencia, o conciencia de "sí mismo", que ha sido descartado por el "espíritu científico" como "ciencia", y que ha sido "olvidado" por los filósofos como digna de suscitar su evaluación y "conocimiento" como fundamentadora del modo de ser, del Ser, humano, que incluye a la ciencia como un minúsculo aspecto, aunque sea altamente significativo para la "manera de vivir" material del ser humano. Generalmente tendemos a considerar dicha libertad como algo propio del mundo físico y, consiguientemente, caemos en una intelectualización del concepto, tendiente a generar argumentaciones de muy diferente sentido y aplicación. En este aspecto, y atendiendo al "espíritu científico", deberíamos hablar, preferiblemente, como lo hace la física y la ingeniería, de "grados" de libertad, por cuanto el cuerpo físico está sometido a las mismas limitaciones de cualquier material sólido, líquido o gaseoso. Y, en esta dirección, se ofrecen a nuestra consideración los textos de la ciencia-ficción en las que se superan dichas limitaciones o grados de libertad y el ser humano es capaz de volar, atravesar materiales sólidos, hacerse invisible y otras por el estilo que constituyen la materialización de esa "libertad", referida al cuerpo físico. En ningún momento se plantea esa otra libertad que consiste en el "Yo soy", la conciencia, que supera sus ataduras apetitivas y se "eleva" hacia su naturaleza "metafísica", imposible de expresar en el vocabulario propio de la receptividad y la espontaneidad del pensar, y a la que deberían apuntar las religiones. De hecho, dentro de las distintas religiones, existe siempre un núcleo de practicantes, dedicados a la denominada espiritualidad propiamente, pero que no se ocupan de confrontar con otros puntos de vista religiosos, pues están dedicados a la práctica que les conduzca a experimentar esa "otra realidad" invisible a lo tangible, lo pensable, lo expresable por el lenguaje en sus diversas manifestaciones.