martes, 9 de diciembre de 2008

Acción, pensamiento y experiencia 5

La aparición del lenguaje, en mi opinión, surge como una oportunidad y una opción para la comunicación entre los seres humanos. Dicho surgimiento hace aparecer una despersonalización de lo comunicado. O sea, aquello que se comunica, carece de los tintes propios de la emocionalidad y la vulnerabilidad humanas y, consiguientemente, solamente se atiene a lo que, supuestamente, reciben los sentidos externos (o el sentido interno, en el caso de percepciones internas). Esta es la denominada objetivación, tan altamente valorada en la filosofía y la ciencia. Así comienza el recorrido de la mente humana por la filosofía que, posteriormente, da origen a las diversas ciencias. Estas últimas se caracterizan por la medición. O sea, que solamente aquello que puede ser medido puede ser objeto de la ciencia. Y la medida es, esencialmente, número que recoge lo que distancia, duración y cuantificación pueden expresar. Lo cualitativo subyace solamente como manifestación de la diferencia, y la relación y la modalidad hacen referencia a lo distinguible, separable, en términos numéricos.
Ahora bien, lo que la ciencia, o lo objetivo, recogen como información, es un intento de eliminar la indeterminación, la ambigüedad propias del devenir individual, grupal y social para ofrecer un panorama de acción libre de incertidumbres, que es propio del desenvolvimiento del ser humano. Es un ensayo de "inmovilidad", de "pasividad", para la mente humana, que, vanamente, busca una "certidumbre", imposible de satisfacer para la compleja constitución físico-espiritual del ser humano, cuya emocionalidad, imaginación y creatividad se sobreponen a todo intento de sujeción y fijación en sus posibilidades de actuación. Esta es la libertad a la que se refiere toda reflexión, sea filosófica o de cualquier otra naturaleza, que caracteriza al mismo "pensar" que origina la ciencia.
Comunicación, pensamiento y lenguaje se ven, paradójicamente, lanzados a la búsqueda de certezas, y se tropiezan con el Ser humano que actúa independientemente de parámetros fijadores de su conducta. Solamente la experiencia, mediante la creación de patrones de comportamiento, incluyendo la participación de la mente, puede influir en el encuentro del Ser humano con su entorno, tanto natural como grupal y social. Este desarrollo es necesario para que surja la conciencia del "Yo soy" que se sobrepone a toda experiencia, y encuentra una intimidad que lo identifica con los restantes seres humanos y con el universo entero que lo abarca y condiciona en su entorno físico. Solamente la experiencia permanece como referencia del "Yo soy" en los nuevos ámbitos que surgen y que son inexpresables con el lenguaje, salvo como analogías, parábolas y similares que apuntan a una Luz distinta de la luz física que permite la visión y a un Sonido diferente al sonido físico que permite la audición. Y al calificar como físicos, tanto la luz de la visión como el sonido de la audición, inmediatamente surge ese ámbito que denominamos espiritual.
Si el pensamiento dirigiera la acción, sería sumamente sencillo para los legisladores, los santos y maestros espirituales, dirigir a las masas de seres humanos cuya conciencia, cuyo "Yo soy", permanece inexplorado. Pero esto negaría el desarrollo individual de la conciencia, que es, aparentemente, la próxima estación de desarrollo para el Ser humano en su proceso de aprendizaje (no conceptual o intelectualmente, por supuesto, ya que, desde este punto de vista, Descartes es el que "descubre" el "Yo soy" - aunque lo hace como "Yo pienso" - y Kant lo lleva a su culminación reflexiva como "apercepción trascendental". Pero la experiencia del "Yo soy" como director y conductor del Ser del ser humano es un hito que aun está por realizar, y que solamente la psicología y la psiquiatría, en su área de psicoterapia, están, paulatinamente, introduciendo. Sin tomar en cuenta a los santos y maestros espirituales, que ya tienen siglos trabajando en dicha dirección).