martes, 28 de agosto de 2007

Exploraciones de la conciencia 3

Con alguna frecuencia he compartido acerca de los estados de conciencia (estados de ánimo), y me he dado cuenta de que los he identificado, mayormente, con estados emocionales en los que la conciencia se adhiere a la emocionalidad correspondiente (tristeza, depresión, miedo y otras). Realmente, en mi opinión, todos los estados normales de conciencia son estados de conciencia (estados de ánimo) en los cuales la conciencia, el yo soy que acompaña mi estado de vigilia, se identifica con una determinada (o ninguna - indiferencia - en gran cantidad de oportunidades) manera de ver el mundo y las circunstancias. Aquí se dan los racismos, los fanatismos religiosos y de todo tipo, odios y demás diferenciaciones que nos separan de otras personas. El yo soy de la conciencia está, como cualquier otra manera de ver de lo humano, constituída por la dualidad: el yo es la presencia que se incluye dentro de la infinitud y el soy que se incluye dentro de la eternidad y señala mi potencialidad que se hace manifestación y expresión en mi hacer y decir corporal; la presencia y la sucesión identificadas en una personalidad que las conlleva. Esta conciencia, como núcleo identificador, puede elevarse por encima de los estados de conciencia ordinarios para incluirse en la universalidad y la totalidad. Este es el más elevado estado de conciencia, que, en mi opinión, es el estado que alcanzan los maestros espirituales y los santos. Es el entendimiento de que cuanto me rodea y yo somos una misma unidad de sentido y de integración.
La conciencia se torna estado de vigilia no consciente de sí misma más que como accidentalidad circunstancial, influida como dolor físico o emocional o necesidad de comida, agua, procreación y todo un conjunto de actividades que nos han conformado desde nuestra primera infancia, principalmante, por el ego como estado de conciencia más frecuente. Esta no conciencia es cíclica, relacionada en nuestra dependencia del día y la noche como transcurso del movimiento de la tierra alrededor del sol. La mayor parte de nuestras actividades cotidianas transcurren dentro de la formación del ego como rutinas, como repeticiones de actos y rituales cíclicos diarios, semanales, mensuales y anuales, tornándose, imperceptiblemente, en una concepción temporal de nuestra vida. En este estado, rara vez nos hacemos conscientes de nuestros actos como seres de naturaleza trascendente, más aun, la temporalidad y espacialidad, que conceptualizamos, substituye nuestra libertad para estar conscientes y presentes en cada momento como simple potencialidad y poder de decisión. Somos una presencia trascendente que se ve envuelta en las circunstancias físicas y orgánicas de nuestra constitución animal. Pero, fundamentalmente, somos, en cada situación, circunstancia y experiencia una potencialidad de posibilidades según un conjunto de decisiones que vamos, automatizadamente, tomando y que, al final, pueden originar estados de conciencia indeseados o disfuncionales para nosotros y para quienes nos rodean. El ego es repetición y toma de decisiones dentro de un contexto predefinido por nuestra historia personal. Es no conciencia en estado de vigilia, para diferenciarlo del estado de sueño y de otros estados de inconsciencia como desmayos y estados de anestesia.
Adicionalmente al estado de conciencia rutinario del ego en la vida cotidiana tenemos otras situaciones en las que el estado de no conciencia es voluntario: cuando estamos ante un espectáculo, una proyección cinematográfica y otras actividades públicas que denominamos de entretenimiento y diversión, la conciencia se abstrae y nos desligamos de lo que nos rodea para, en una especie de estado de sueño en vigilia, enfocarnos en una "actividad contemplativa o activa".
Es así, pues, que nuestra conciencia, nuestro yo soy, está mayormente ausente, como presencia activa, y se mantiene apegada a maneras rutinarias, cíclicas y no cíclicas, de involucramiento con situaciones, circunstancias y experiencias. Tomamos decisiones alternativas continuamente dentro de patrones de comportamiento social, familiar e interpersonal sin detenernos a hacernos presentes, como una conciencia yo soy, y a separarnos de las situaciones para una mejor o, tal vez, diferente manera de encarar las cosas. Esto es, a mi manera de ver, inevitable, pues, incluso en nuestra manera de caminar, es más eficiente, aparentemente al menos, dejar que los automatismos sustituyan a la conciencia para que las actividades transcurran dentro de pautas naturales. Sin embargo, todo ello contribuye a que la conciencia se oculte casi permanentemente y que no la utilicemos cuando tenga mayor incidencia en la toma de decisiones acerca de las opciones que se nos presentan. Tal vez, solamente tal vez, esta es la causa de que nuestra capacidad para aprender se vea disminuida con relación a la capacidad de aprendizaje que nos caracterizaba como niños desde nuestro nacimiento hasta la adolescencia. No implicando esto que nuestra conciencia estuviera presente a dicha edad como estado maduro, pero sí que nuestra conciencia estaba absorta en el manejo de las situaciones en una forma que nos deparara la mayor ventaja y se tornara una constante busqueda de alternativas de decisión. Tal vez podríamos idear una mejor manera de madurar hacia la conciencia del yo soy de manera que la rutina y la repetición de ciclos y modos no apagara nuestra facultad receptiva. Pero esto es especulación porque nuestra naturaleza física debe condicionar de alguna manera nuestras receptividad y facultades internas para que el desenvolvimiento sea lo menos exigente desde una perspectiva mental. Al fin y al cabo nuestro cerebro tiene limitaciones que lo obligan a enfocar y discernir tareas externas para no sobrecargar con información las decisiones más simples. En tal sentido actúa también un factor que ha sido mencionado en estudios e investigaciones de naturaleza fisiológica y que se refiere a la necesidad que tienen nuestros sentidos físicos, nuestra capacidad receptiva de estímulos, de filtrar toda la información que nos rodea y que podría agobiarnos. Dentro de la masa de estímulos visuales, auditivos y sensoriales que nos rodean solamente accedemos a un conjunto muy pequeño de dichos estímulos, pues nuestra receptividad los selecciona dentro de rangos limitados en su amplitud y su especificidad.
Otro factor digno de mención, en nuestra no conciencia en estado de vigilia, es el denominado interés en nuestra manera de ver el mundo que nos rodea. A veces he compartido acerca de la no presencia en la conciencia de un cuadro que, de improviso, se hace presente a nuestra receptividad visual. Otras veces tal ausencia tiene que ver con nuestra constitución personal. Por ejemplo, los hombres, en la mayor parte, somos poco conscientes de la presencia de cortinas y otros elementos ornamentales dentro de las viviendas y otros lugares habitables. Las mujeres, por el contrario, son propicias a observar detalles como el calzado, el vestido, las cualidades ornamentales de objetos y distribuciones en los lugares públicos y privados. Todos estos factores contribuyen a nuestra no conciencia de la presencia de muchos elementos dentro de nuestra vida cotidiana. Nuestra no conciencia se ve favorecida por la amplia gama de estímulos de todo tipo, y contribuye de esa manera a que nuestra conciencia permanezca como "estado de conciencia" y no se haga presente como "conciencia dentro de un contexto".

lunes, 20 de agosto de 2007

Exploraciones de la conciencia 2

Hasta ahora había compartido acerca de los estados de conciencia como situaciones emocionales que condicionan la conciencia por la presencia de miedo, ira, ansiedad y otras emociones semejantes. Pero, en mi opinión, los estados de conciencia son condicionantes del denominado sueño o no conciencia y pueden estar atados a los niveles físico, imaginativo, emocional, mental y reactivo (sub e inconsciente). En efecto, si es el nivel físico de conciencia el que ata la conciencia a las sensaciones y situaciones propias de dicho nivel, nuestras respuestas estarán condicionadas por dicho nivel. En forma semejante ocurre con los otros niveles de conciencia.
La conciencia abierta y despierta es un observador no condicionado de nuestro universo interior y exterior que utiliza, en forma flexible, lo físico, imaginativo, emocional y mental de acuerdo a las mejores opciones presentes para el mayor bien de todo cuanto nos rodea. Es, para describirlo de alguna manera, un estado ideal. Los santos y maestros espirituales se encuentran en dicho estado y, en consecuencia, su apreciación del mundo circundante está subordinado a un nivel de conciencia tan elevado que, lo denominado terrenal o mundano, se ve voluntariamente reducido a lo estrictamente necesario para la subsistencia y mantenimiento personal.
Por lo anteriormente indicado podemos deducir que el filósofo y el científico, atados al nivel mental, no aprecian, en su mayoría, al menos desde Kant en adelante, el mayor contexto en sus elaboraciones. Así podemos entender el caso de científicos que crean elementos de destrucción y de confrontación para que los seres humanos se destruyan entre sí. Y podemos entender, también, el caso de filósofos que apoyan situaciones de poder político que atentan contra la dignidad humana, en aras de la supuesta creación de mejores entornos sociales y en detrimento de la libertad de elección de su respectivo desarrollo por parte de los seres humanos.
El sueño o no conciencia del que hablan los maestros espirituales, cuando se refieren al estado de vigilia de la mayoría de los seres humanos, tiene, así, su explicación tanto en los condicionamientos de los sistemas educativos en los que interviene la ciencia y la filosofía como en la natural presencia de estados de conciencia ligados a los niveles inferiores de conciencia. En estos niveles inferiores de conciencia se encierra la conciencia en determinados linderos fijos que impiden una apertura observadora que utilice todos los recursos disponibles para la acción.
Tenemos, pues, una conciencia que puede permanecer abierta y observadora dentro de cada contexto, permitiendo que los distintos niveles interactúen de la manera más conveniente para todo lo involucrado en cada situación, o que puede ligarse a un nivel determinado, físico, imaginativo, emocional, mental o reactivo (sub o inconsciente), y, de esa manera, limitar sus posibilidades de acción a parámetros fijos dentro de dichos límites de conciencia.
En mi opinión, los primeros sabios de la humanidad, que en alguna forma eran maestros espirituales, intentaron influir en los seres humanos mediante la creación de preceptos normativos de vida que les permitiera interrelacionarse de una manera acorde con los niveles más elevados de conciencia. Sin embargo, en la creación de dicha normativa introdujeron sus propias consideraciones sobre las limitaciones del ser humano común y corriente, y en lugar de elevar su conciencia lo indujeron en limitaciones que no promovían la elevación de la conciencia sino, más bien, un uso indebido del uso de la mente y las emociones (miedos a castigos, interpretación de los preceptos orientada a satisfacer sus deseos por encima de las significaciones más sencillas, y otras limitaciones mentales e imaginativas). Un ejemplo lo tenemos en los diez mandamientos del pueblo judío, cuyo primer mandamiento sintetiza toda la ley y, sin embargo, se extendió en la especificación de campos de aplicación y especificidades que no promovían una mayor elevación de la conciencia para acercarse a todo lo que estaba implícito en "Dios", "a sí mismo", "prójimo". Se ocultó en las especificidades la posibilidad del acceso a la conciencia del universo como incluyente de todo lo que involucraba la existencia y la subsistencia. Entendiendo, por supuesto, que la observación anterior es un anacronismo, por considerar un estado de conciencia ya evolucionado al nivel presente, no deja de ser una observación válida para referirse a maestros espirituales que tenían una perspectiva más amplia y, consiguientemente, pudieron instrumentar el logro de niveles de conciencia y, no tan sólo, de niveles de actuación. Esto indica que los primeros maestros espirituales tenían un mayor nivel de conciencia pero no un mayor nivel de conocimiento. O sea, el nivel de conciencia era elevado para acceder a la realidad más alta posible pero la mente, el conocimiento discursivo, requería de una mayor elaboración y evolución para comunicar no ya los niveles más elevados de conciencia, cosa que aun hoy en día es imposible, pero sí la internalización de los estados de conciencia físico, imaginativo, emocional, mental y reactivo propios del ser humano como ser de naturaleza apetitiva. Nueva aseveración anacrónica que no toma en consideración que, incluso los maestros espirituales, están en proceso de evolución en tanto seres humanos perecederos.
Es notable la presencia, a partir de Sócrates (tal vez Pitágoras y otros en edades y lugares próximos o lejanos en el extremo oriente, estaba en esa misma línea de desarrollo), de maestros espirituales que sí promovieron el desarrollo de la conciencia de manera tal que los discípulos accedieran, por sus propias potencialidades, mediante guías generales acerca de su naturaleza apetitiva y trascendente. En todo caso el proceso discursivo estaba ya bastante avanzado como para suministrar herramientas de internalización de los procesos apetitivos y trascendentes propios de la naturaleza humana.

jueves, 16 de agosto de 2007

Exploraciones de la conciencia 1

Solamente los maestros espirituales pueden ser guías para elevarnos a los más elevados niveles de conciencia posibles para el ser humano. Esta es una tarea personal y voluntaria de cada ser humano consigo mismo, una vez que toma conciencia de su naturaleza trascendente. Mi intención es, desde mi particular manera de ver las cosas, compartir aquellas experiencias internas que pudieran servir de guía para que las personas que no han tomado conciencia de su naturaleza trascendente puedan acercarse a su conciencia interior. La psicoterapia es el mejor medio "científico" para la toma de conciencia, pero, una vez más, es accesible solamente para aquellas personas que se dan cuenta de sus limitaciones en un mundo cada vez más complejo de aspiraciones y deseos frustrantes, y, en tal sentido, no es utilizada por las personas "normales", porque consideran que la psicoterapia es para personas desequilibradas, rechazando, de esa manera, un recurso que puede ser de invalorable ayuda en la clarificación de sus ansiedades, frustraciones, miedos y estados emocionales limitantes.
La conciencia interior es un proceso en movimiento continuo de acuerdo a los estados de ánimo y situaciones que la persona debe enfrentar en el estado de vigilia. Normalmente nuestra conducta es dirigida desde ese particular ser interior denominado ego por los psicólogos. El ego es el conjunto de experiencias que, desde la infancia más temprana, incluso desde el vientre materno, estructuraron una manera de responder ante las situaciones y circunstancias del entorno, y que, mediante la direccionalidad física, imaginativa, emocional y mental vía el subconsciente y el inconsciente utilizamos para responder a los estímulos a los que nos vemos sometidos continuamente. La mente, en constante elaboración de ideas, emociones e imágenes, estructura en cada momento cursos de acción que, aparentemente son "conscientes", cuando son, sencillamente, maneras estructuradas, condicionadas, de responder a las situaciones, circunstancias y personas. Esto se ve agravado por el hecho de que las personas que nos encontramos, o que forman nuestro entorno, generan en nuestro interior sentimientos de aceptación, neutralidad o rechazo que pueden afectar nuestras relaciones personales en formas indeseables para nuestro bienestar y el de nuestros semejantes, y tales sentimientos no nos son conscientes de una manera que nos permita evaluar su incidencia en nuestra conducta.
La conciencia interior es como un faro de luz que puede iluminar y dirigir nuestra imaginación, emociones y pensamiento discursivo (mente) en direcciones que promuevan el mayor bien de todos los involucrados en nuestra vida personal, familiar, laboral y social, pero solamente está disponible como "faro de luz" que ilumina nuestro estado interior, nuestros condicionamientos, nuestros estados de ánimo, nuestras empatías y antipatías constitutivas y, de esa manera, contribuir a que, mediante el uso de nuestra capacidad discursiva y física, nuestros pensamientos, palabras y acciones sean mayormente constructivas.
Una manera de acceder frontalmente la conciencia interior es mediante la denominada intuición pura de espacio y de tiempo. Este es un trabajo individual para el que solamente voy a contribuir con mi propia manera de acceder a la experiencia fundamental de espacio y tiempo en una forma que, mediante el discurso, pueda servir de guía.
El espacio es la contrapartida del cuerpo u objeto material. No hay espacio sin materia, ni hay materia sin espacio. El espacio es una manera, un modo, una forma de ver del ser humano. Si yo quisiera especular científicamente (elaborar una teoría discursiva) diría que espacio y materia son dos formas de energía intercambiables. Sin embargo, reconozco que tal especulación será rebatida por cualquier científico que se respete, por cuanto el científico está firmemente arraigado en su uso del espacio geométrico para la construcción de los modelos físico y químico de la materia. Pero lo que yo me propongo es ir a la raiz del espacio como forma particular de la experiencia del ser humano. La experiencia a la que accedemos como seres humanos está constituída por una infinitud de objetos. Es la infinitud lo que nos es, físicamente, comprensible. No podemos recorrer, por limitaciones materiales de nuestra movilidad física, la infinitud de objetos que constituyen nuestra experiencia cotidiana. Esta infinitud podemos imaginarla como abarcando todo cuanto existe, y todo cuanto existe está constituido por materia tangible y espacio. Si queremos imaginar un espacio vacío, podemos hacerlo. Si queremos imaginar una materia ilimitada, el océano puede servirnos de imagen análoga que podemos extender y ampliar para convertir todo cuanto nos rodea en un sólido inabarcable. Seríamos como un árbol, anclado a su lugar de nacimiento, pero debemos eliminar la posibilidad de crecimiento y movilidad de sus partes. Materia y espacio son intercambiables como formas de energía. Si imaginamos un recipiente cerrado suficientemente resistente y rígido y lo sometemos al vacío, veremos que aparecen fuerzas que son formas de energía potencial, similares a la energía potencial que origina la aceleración de gravedad sobre cualquier masa (materia) situada a alturas sobre el nivel del terreno o pavimento. El espacio es una manera de ver lo vacío de materia sólida. La materia sólida es una manera de ver lo lleno del espacio potencial. Dentro de ese espacio creamos una multidimensionalidad direccional que podemos representar, matemáticamente (o geométricamente, para el caso es lo mismo desde que Descartes desarrolló la geometría analítica), con tres direcciones fundamentales. Pero el espacio es multidimensional desde una perspectiva direccional, o sea, considerando las infinitas direcciones que puede tomar un cuerpo en movimiento. Si yo fuera científico me dedicaría a mostrar que materia, espacio y energía son formas alternativas de mostrar la experiencia que nos es accesible. En cuanto a materia y energía, ya ha sido mostrado en la teoría física moderna. Únicamente quedaría mostrar que espacio y materia son dos maneras de señalar la realidad que nos rodea.
En relación al tiempo, a partir de la diferenciación hecha por Heidegger de tiempo físico y tiempo histórico como dos formas, una cuantitativa y otra cualitativa de la realidad que nos rodea, podemos darnos cuenta, una vez más, que, en nuestra perspectiva humana, el tiempo es sencillamente la manera en la que se nos presentan los sucesos. Sin sucesos no hay tiempo, y sin tiempo no hay sucesos. Lo que se nos presenta en la experiencia es una eternidad (otra manera de "concebir" la infinitud de lo físico) de sucesos. Nuestra presencia, si fuéramos eternos físicamente, o sea, si nuestra experiencia material no estuviera regida por el ciclo de nacimiento, crecimiento, madurez y desaparición del material que nos constituye, es un suceso más dentro de los sucesos que nos interrelacionan en lo físico. Somos, incluso, agentes generadores de sucesos. Entre dichos sucesos incluimos una forma de acceder a los sucesos mediante un movimiento circular repetitivo (o una vibración u oscilación natural de un material dinámicamente activo y accesible para nuestra receptividad) que constituimos como "medida" (semejante a la direccionalidad que mencionamos en el caso del espacio). Si nos tomamos la tarea de cualificar los sucesos de manera tal que los diferenciamos en su secuencialidad, nos encontraremos con dos tipos de secuencia: un tipo que depende de nuestra direccionalidad de enfoque y atención en el espacio que nos rodea y otro tipo que depende de nuestras acciones y de las acciones de los elementos generadores de secuencias en nuestro universo (vida orgánica y alteraciones de los elementos constitutivos de la naturaleza inorgánica). Una vez más encontramos que el tiempo es una manera de ver los sucesos así como los sucesos son una manera de generar un tiempo. El aquí y ahora de la psicología es sencillamente nuestra capacidad de generación de secuencias. Somos, en cada situación, circunstancia y experiencia, seres con potencialidad de generar y cambiar secuencias dentro de nuestro universo. En cada situación, circunstancia y experiencia estamos en condiciones de seleccionar opciones, alternativas de acción física o discursiva, en función de aquello que nos sea más funcional dentro del universo que nos rodea. Somos conscientes de la eternidad como potencialidad de sucesos. Una vez más encontramos una multidimensionalidad direccional constituida por todas las posibilidades disponibles para nuestra escogencia dentro de las alternativas que nuestro universo incluye como potencialidad activa y pasiva.
El discurso, por supuesto, no puede substituir a la experiencia interior que se introduce en lo que el discurso intenta señalar. Es mediante la reflexión interior, acerca de lo dicho en el discurso, lo que puede acercar a la comprensión de lo dicho. Es la transformación del discurso en experiencia lo que puede acercar lo comunicado con dicho discurso a una experiencia interior significativa. Este es el intento de acercar la experiencia a la conciencia y hacer presente la conciencia como luz que "comprende" la experiencia.

martes, 7 de agosto de 2007

Descubriendo la conciencia

Des-cubrir es similar a des-tapar y consiste en quitar una cubierta o tapa de un objeto que se encuentra, por tal cubierta o tapa, oculto a la vista. El término adecuado para el caso de la conciencia sería el de despertar, por cuanto se trata de traer al estado de alerta y vigilia una facultad que se encuentra adormecida o subconsciente, en forma semejante a la situación de nuestros sentidos durante el estado de sueño o inconciencia. Y la cubierta que oculta la conciencia es el conocimiento objetivo de la ciencia y la filosofía, que, a su vez, son productos propios de la conciencia instrumentados por el pensamiento.
El despertar o descubrir la conciencia es el acto más subjetivo y a la vez más objetivo que puede concebirse. En efecto, solamente la persona individual puede despertar o descubrir su conciencia mediante la guía de una persona, situación, circunstancia o experiencia que la ponga en contacto con esa particular manera de observar en la que lo observado se deslinda del observador en un acto interior de la persona, y dicho "observado" hace referencia a algo que no forma parte del observador más que como una acción de su intuición o su pensamiento.
Solamente los maestros espirituales pueden guiar a una persona en su acceso, su despertar, a la conciencia. Y los maestros espirituales pueden hacerlo por tener plenitud de conciencia de los niveles ordinarios de conciencia (físico, imaginativo, emocional, mental y subconsciente e inconsciente), pero, adicionalmente, tienen, por calificarlo de alguna manera accesible a nosotros los seres humanos ordinariamente inmersos en el mundo de las cosas y los hechos, una receptividad que los pone en contacto con niveles de conciencia más elevados (conciencia del alma, de lo que acostumbramos denominar Dios y del denominado Espíritu Santo). El primero del que tenemos noticia en la guía hacia la conciencia de los seres humanos que lo rodeaban fue Sócrates, y la manera en la que acostumbraba hacerlo era mediante la conversación y el cuestionamiento de nociones de índole moral (la templanza, el valor, la bondad, la justicia...) de manera tal que el interlocutor de Sócrates se veía precisado a entrar dentro de su conciencia para delimitar lo planteado en preguntas y sugerencia por parte de Sócrates. A Sócrates le sucedió su discípulo Platón, que sigue en sus inicios la técnica socrática para cambiarla luego a una forma personal en sus explicaciones, sobre todo en "La República", utilizando las alegorías. La más famosa y ejemplarizande como guía hacia la conciencia es la alegoría de la caverna, en la que Platón hace ver cómo el mundo (sensible) que se nos presenta es una sombra del mundo real (el mundo de las ideas, que hoy en día identificaríamos con el mundo del Espíritu). El siguiente guía hacia la conciencia es Aristóteles, que utiliza la mente como fuente de exposición y, en tal forma abarca todos los aspectos de la conciencia que los convierte en conocimiento, en conceptos concatenados uno tras otro. Incluso en el ámbito de la ética expone mediante conceptos y transforma en conocimiento lo que Sócrates utilizaba como herramienta para que cada persona entrara dentro de sí misma para dilucidar y discernir. A partir de Aristóteles la conciencia queda irremediablemente cubierta con el conocimiento. La capacidad de concebir se separa del sujeto que concibe en forma tal que la mente adquiere una preeminencia y preponderancia tales que los siglos venideros servirán para reflexiones sobre reflexiones acerca de los conceptos y su correspondencia entre los dos mundos emergentes de los conceptos: el mundo sensible y el mundo inteligible.
Antes de seguir con el proceso de des-cubrir la conciencia, utilizando las herramientas del pensamiento, la imaginación, las emociones y la acción, es bueno detenernos en el maestro por excelencia en el mundo occidental, Jesús de Nazareth, quien utilizaba como medio para guiar a la conciencia a sus discípulos las famosas parábolas, que luego debía explicar suficientemente para que pudieran ser captadas por el entendimiento ordinario.
Fue Descartes quien des-cubre nuevamente la conciencia mediante el "yo", pero inmediatamente la cubre nuevamenta al anexarle el "pienso" como facultad fundamental de conocimiento y no como simple herramienta para la conciencia. Posteriormente Kant, definitivamente abre la conciencia mediante el "Yo soy" implícito en su evaluación de la intuición y el entendimiento puro, aunque siguió utilizando el "yo pienso" cartesiano, que aparece en su exposición del proceso de producción del conocimiento mediante las síntesis de aprehensión en la sensibilidad, reproducción en la imaginación y reconocimiento en el concepto. A pesar del "pienso" cartesiano, aparece bien delimitada la apercepción trascendental del "Yo" que se manifiesta en la intuición y el entendimiento puro mediante el "soy" propio del ser que se despliega en la multiplicidad de formas de la experiencia. A continuación siguen los idealistas alemanes, que, en lugar de evaluar lo planteado por Kant y desarrollarlo en toda su amplitud, se centran en el "Yo". Esto podría haber conducido a la conciencia plenamente preeminente y preponderante, sobre todo a partir del consiguiente "no-Yo" que utiliza Fichte. Pero surge Hegel, quien, poseedor de un pensamiento riguroso y poderosamente enfocado en su temática, vuelve a cubrir la conciencia con el conocimiento y el proceso dialéctico que, considerado ilusivo por Kant cuando no es utilizado en función de la experiencia, toma el lugar que debía ocupar la conciencia en la creación de conocimiento. A continuación ya la conciencia queda inexorablemente oculta, pero los pensadores subsiguientes comienzan nuevamente el tejido de conceptos que los llevará paulatinamente a los aspectos olvidados de la conciencia: lo que no es pensamiento sino subjetividad minusvaluada. Kierkegaard y Nietzsche son producto de la preeminencia del conocimiento y del olvido de la conciencia como fuente de uso de las facultades humanas para la producción del conocimiento.
Kant, que había iniciado el reencuentro de la conciencia del "yo soy", intentó, sin mayor éxito, la consolidación del "yo soy" en su "Crítica de la Razón Práctica" y su "Crítica de la facultad de juzgar", pero, a pesar de la notable afirmación del imperativo categórico, que requiere de la conciencia para su evalución extensiva e intensiva, su vuelta reiterativa a lo establecido en la "Crítica de la Razón Pura" hace que sus sucesores se centren en esta última y que no evalúen la totalidad de su pensamiento a la luz de la conciencia del "yo soy" subyacente al conjunto.
Las intuiciones puras de espacio y tiempo, que yo, personalmente, substituyo con la infinitud y la eternidad, cuyos esquemas son el espacio y el tiempo, son buenos elementos para introducirnos en la conciencia. En efecto, si nos enfocamos en la materia no nos queda otra alternativa que considerar al espacio como la no-materia y, en tal sentido, podemos idear una disolución total de la materia para quedarnos con un espacio cubierto totalmente por la materia en disolución; y si nos enfocamos en el espacio e ideamos una consolidacion de materia tal que cubra todo el espacio solamente nos queda la materia ocupando todo el espacio como una y la misma cosa. Si nos imaginamos un globo elástico inflado y lo dejamos que se desinfle, el espacio que ocupaban las paredes del globo inflado se contraen y las paredes del globo se pegan para dejar simplemente la lámina elástica doble de las paredes juntas en el espacio que antes era ocupado por el globo inflado. Si en lugar de un globo elástico nos imaginamos una superficie resistente, por ejemplo metálica, y hacemos el vacío, las paredes del recipiente metálico no colapsan, pero aparecen fuerzas que, en caso de agrietarse las paredes, podrían hacer que el recipiente colapsara y, nuevamente aparecerían las paredes juntas y el espacio dentro del cual se encuentra el recipiente se encontraría potencialmente libre para que otro cuerpo lo ocupara. Se dice que los griegos tenían repugnancia por el vacío. Si interpretamos tal repugnancia como un firme entendimiento de que el vacío no existe (cuando hay "vacío" aparecen fuerzas correspondientes que substituyen dicho espacio vacío por tensiones que, a la luz de la concepción de materia como forma de energía, podríamos considerar una forma de la materia). Cosa que podemos extrapolar al espacio sideral, que se considera "vacío", sin detenerse a pensar que pudiera estar lleno de una forma de energía equivalente a la materia y a la energía de nuestro ámbito terrestre. Los griegos hablaban del "lugar" y, en tal sentido, podemos considerar el espacio como una potencial (posibilidad) de ocupación por parte de la materia. Es así que podemos ver que lo que Kant denomina intuición pura del espacio, como una forma (una manera) propia de la sensibilidad del ser humano para acceder a su universo circundante es una irrenunciable e irreductible particularidad de nuestra manera de "ver" el mundo que nos rodea. No hay forma de "concebir" el espacio más que como una "forma pura", una intuición pura, análoga a la intuición empírica, que es, sencillamente, la manera en la que nos presentamos y se nos presenta el universo. El espacio no es un concepto, es una manera en la que nuestra receptividad capta la materia en sus diversas posibilidades de ubicación. Es semejante al concepto de energía potencial de posición que aprendimos en física: Si un objeto se encuentra a determinada altura sobre el nivel del piso tiene una energía potencial que es función de su masa y la aceleración de gravedad. Tal energía potencial existe en la medida en la que el objeto pueda caer desde la altura que ocupa, pero si rellenamos todo el espacio que está debajo del objeto y lo cubrimos dicha energía potencial no se manifiesta. Así mismo el espacio que ocupa un cuerpo es contrapartida del cuerpo, o potencialidad de ocupación en el caso de que dicho cuerpo pase a ocupar otro espacio diferente, otro lugar en la terminología griega. Espacio y materia son contrapartidas de una manera de acceder a la experiencia. Hay tal cantidad de objetos (materia) y espacios (lugares potencialmente ocupables por objetos) que no nos queda otra alternativa que considerar que hay una infinitud de cosas, lugares y cualesquiera otros términos que queramos utilizar. Tal infinitud la abarcamos ( la "comprendemos" con el entendimiento) pero nuestra naturaleza física y limitación humana no nos permite recorrerla en toda su amplitud.
En forma semejante podemos hablar del tiempo. Es la otra intuición pura kantiana. El tiempo es simplemente una manera en la que accedemos a los sucesos, a la sucesión. Una vez más, en mi opinión, el tiempo es el esquema de la eternidad. Hay una secuencia "infinita" (para utilizar una analogía espacial) de sucesos probables (potenciales) en cada situación o circunstancia en la que nos encontremos. No hay otra forma de "concebir" el tiempo más que como la forma en la que accedemos a los sucesos, a las secuencias que se nos presentan en la experiencia del mundo que nos rodea. El mejor discernimiento del tiempo lo ha dado Heidegger en su delimitación de la diferencia del tiempo histórico (verdadero tiempo de las secuencias discernibles) y el tiempo de la física. El primero atiende a la cualidad, a la definición de los hechos discernibles que definen un suceso dentro de la secuencia. El segundo atiende a la cantidad, al monto de sucesos patrón (vueltas del segundero, del minutero, del horario, de la tierra o, modernamente, vibraciones u oscilaciones de instrumentos fundamentados en las propiedades de los materiales), que son "sucesos idénticos", en función de los cuales se "miden" los sucesos del universo circundante. El tiempo, una vez más, es un modo, una manera de acceder de nuestra sensibilidad y nuestro entendimiento a los sucesos del mundo que nos rodea.
El hecho de que dispongamos de la imaginación, la emoción y la memoria nos impide, en alguna forma, darnos cuenta de que no existe el aquí y el ahora más que como referencia al potencial que nos caracteriza en cada instante para moldear, para decidir, para elegir entre las opciones que se nos ofrecen en función de aquello que nos sea más significativo en cada momento. Nuestra capacidad de trascender el nivel fenoménico que nos constituye como seres apetitivos solamente se hace presente cuando accedemos a la conciencia que nos discierne como un potencial de realización o de permanencia dentro del contexto que nos toca en cada experiencia. No podemos desligarnos del espacio y del tiempo como elementos constitutivos de nuesta experiencia, salvo que logremos la conciencia interior de totalidad del universo, del cual somos parte, y de nuestra facultad de hacer o dejar de hacer que nos permita acceder a los niveles no visibles de nuestra vida física, imaginativa, emocional, mental, subconsciente e inconsciente y que nos permita trascender lo material como una simple etapa hacia lo espiritual, hacia lo trascendente, hacia lo que podemos denominar el Espíritu Santo, en contraposición de ese Espíritu Absoluto hegeliano cuya producción nos sumerge en la prisión de la necesidad material apetitiva.