sábado, 17 de julio de 2010

Reflejos 8

En mi opinión, el lenguaje ha evolucionado hacia una diversificación de significaciones en el vocabulario, que ha impedido una toma de conciencia en el individuo, bajo la dirección de aquellos que lo han forjado a fuerza de penetrar dentro de sí mismos y dentro de lo que, posiblemente, podamos denominar sentido del universo, como unidad de propósito o, más bien, unidad de desenvolvimiento que va revelando posibilidades dentro de un contexto universal unitario que se enriquece en su esencia más que en su manifestación.
Como ejemplo podría citar la palabra fe, que, en muchas mentes, y en la mía en particular en alguna oportunidad, significa creencia en algo sin pruebas de su realidad. Si consideramos la palabra felicidad, que deriva, en mi opinión, de la palabra fe, podríamos acercarnos a lo que alguna vez pudo significar dicha palabra fe: un saber que todo cuanto nos rodea está inmerso dentro de un espíritu que le da certeza de permanencia, pues es inmanente a una conciencia que se revela en el Yo Soy El Que Soy que cada parte, y en particular, cada humano, manifiesta y expresa. Yo soy en cada devenir que, por acción u omisión, delinea experiencias de intercambio con el universo circundante. Proceso en el que surge una confianza, palabra originada en la misma fe de felicidad, en que todo cuanto acontece tiene una connotación de fidelidad (nuevamente la fe revelada como conciencia de un ser y un saber que son uno y lo mismo) al origen y destino de dicho acontecer y experiencia.
Cada ser humano, prescindiendo de espacio, tiempo, materia y energía, es una pura potencialidad en cada manifestación y expresión. Solamente la conciencia (Yo soy), que respalda dicha manifestación y expresión, que aprehende y comprende al semejante y al universo como uno y lo mismo, puede acceder a la confianza fundamentada en la fidelidad para con la fe (saber esencial de la conciencia de unidad) del Espíritu fuente de la felicidad en el éxito (salida y justificación de todo conflicto, como contraposición de manifestaciones y expresiones particulares).
Ahora bien, por algún motivo, conocido o no por santos y maestros espirituales como modeladores de un Yo soy, no todos tenemos acceso directo a dicha fe como saber del todo y de nuestra permanencia en la inmanencia del Espíritu que nos comprende e integra. Y los santos y maestros espirituales son la manifestación y expresión del Espíritu dentro de energía, materia, tiempo y espacio para constituir una conciencia derivada de dicho Espíritu (una conciencia particular dentro de la Conciencia o Espíritu). Los restantes humanos somos maneras de evolucionar hacia dichos modelos, ya sea por haber nacido dentro de comunidades centradas en alguno de ellos, o por ser atraídos al estudio y práctica de las historias, máximas, alegorías, parábolas y expresiones generadas por ellos mientras se manifestaron mediante la cubierta de un cuerpo físico.
El lenguaje media mi convicción interna momentánea, y señala una dirección para la manifestación y expresión de la acción u omisión que los santos y maestros espirituales simplemente modelan, pues mi carencia de la sabiduría (fe y confianza en la que surge la fidelidad como armonía con cuanto me rodea) todavía requiere de la internalización de mi auto observación para que se transforme, mediante la guía y aprobación del Espíritu, en una manera de manifestarme y expresarme en mi universo físico, social y familiar.