miércoles, 24 de febrero de 2010

Racionalidad y conciencia

La racionalidad, como ya he opinado anteriormente, es una herramienta del Ser humano como animal. La conciencia es lo que muestra al hombre como potencialmente trascendente. La racionalidad exige y requiere de la memoria como fundamento para la capacidad de relacionar, y de allí, que la memoria sea fundamental en la elaboración del conocimiento que, sencillamente, es un producto de la receptividad (sentidos internos y externos) y de la espontaneidad del pensar (categorías del entendimiento kantiano).
La conciencia y la racionalidad surgen, en la historia humana, con la religión y el conocimiento. Desde el comienzo de la filosofía griega se observa que los pensadores que intentan explicar el mundo circundante, mezclan la explicación de lo que observan con sus sentidos físicos con apreciaciones sobre la mejor manera de convivir con sus semejantes y dicho mundo circundante. Esta es la filosofía. Una apreciación personal sobre cuanto me rodea, aunado a una valoración interna de la vida y el acontecer en el que me encuentro como participante y observador al mismo tiempo.
Cuando la filosofía griega se encuentra con los aportes religiosos de Egipto, Mesopotamia y la India, comienza un período de diferenciación entre el conocer y la denominada metafísica. El conocimiento es físico, aunque la aritmética y la geometría pueden considerarse una primera aproximación a lo metafísico, tanto como la cumbre de lo físico, pues el número y la medida se convierten en abstracciones cuyo manejo es cada vez más revelador de la conciencia en sus niveles más cercanos a la materia (imaginación, emoción y mente racional). En efecto, en la antigüedad griega, la matemática era considerada como requerimiento previo a las prácticas místicas en la escuela pitagórica y, según entiendo, también entre los egipcios.
Tanto lo físico como lo metafísico son vividos, por los primeros pensadores, como una experiencia en la que están involucradas todas las facultades del Ser humano. En tal sentido, la educación y la instrucción están adecuadamente mezcladas con la experiencia del vivir cotidiano. O sea: el modelaje, educación, y la información, instrucción, están debidamente complementados en la experiencia familiar y social, de tal manera que no hay un claro predominio de lo intelectual sobre lo vivencial, aunque, según los historiadores, en Grecia la actividad laboral (artesanal y otras) era menospreciada. Sin embargo, tal apreciación, en mi opinión, no discierne lo vivencial de lo enunciativo, pues, en toda sociedad, la experiencia es apreciada y considerada como algo valioso que une saber con saber hacer; y, aunque el trabajo, como actividad requerida para el intercambio de bienes y servicios, pueda ser menospreciado, no lo es menos que las personas que no trabajan con sus manos por obligación de supervivencia, sí deben contar con la experiencia requerida para saber cómo instruir a otros que deben realizar las tareas manuales en la consecución de objetivos específicos como agricultura, ganadería, artesanía y otras actividades. En tal sentido, el menosprecio es más un asunto de jerarquía social que de realización manual propiamente dicha. Y podemos pensar en un escultor, arquitecto o pintor de la época clásica griega para darnos cuenta de que tales "artesanos" o "trabajadores manuales" debieron contar con el respeto y aprecio de sus conciudadanos.
Pues bien, la educación y la instrucción, debidamente hermanadas, son la fuente de supervivencia de todo grupo social. Cuando comienza el predominio de lo intelectual sobre lo educativo, de lo instructivo sobre el modelaje, propio del entorno familiar y social, comienza el predominio de lo racional sobre la conciencia. Y es así como llegamos al estado actual de la civilización, en la que la instrucción escolar, en todos sus niveles, tiene el predominio sobre la conciencia. La racionalidad ha sustituido la responsabilidad y la integridad, en un aparente predominio de lo intelectual sobre lo trascendente, con el consiguiente extravío de valores de vida y convivencia. Y, en mi opinión, tal predominio es aparente, porque no puede resistir el espíritu de supervivencia de todo ser natural. Efectivamente, el predominio de la racionalidad implica un desmoronamiento de las bases de convivencia y, en tal sentido, promueve, en el mediano plazo, un replanteamiento de lo humano como evolución hacia la trascendencia, del modelaje por encima de la instrucción como valor requerido para que la convivencia social pueda sustentarse sobre cimientos sólidos y con un aglutinante constituido por la conciencia personal, la responsabilidad, la honestidad y la integridad en intercambio visible de los participantes en el universo del que los humanos somos un integrante más; tal vez el más significativo para nosotros mismos, pero en intercambio permanente y armonioso con nuestros semejantes y el mundo que nos comprende.