jueves, 21 de enero de 2010

Filosofía, ciencia y espiritualidad

La filosofía surge cuando el Ser humano intenta explicar el mundo que lo rodea en función de sus facultades de imaginar y pensar como herramientas que reflejan lo que su receptividad, percepción e intercambio cuerpo-mundo material ofrecen como material reflejado. En tal dirección, el Ser humano incluye aspectos que el mundo material no entrega de manera directa mediante los sentidos, tales como el orden, la organización y los procesos que, sin tener un causante visible, revelan una semejanza con la actividad humana transformadora del medio ambiente circundante.
Posteriormente, cuando la filosofía se encuentra con la dificultad de explicar las causas subyacentes invisibles a la experiencia directa, se retrotrae a lo que focalmente puede abarcar con sus herramientas de receptividad de las impresiones (fenómenos) y espontaneidad de concebir (pensamiento) y surge la ciencia, que, por otra parte, ha recorrido un camino paralelo en conocimientos como la geometría, la aritmética, la astronomía e, incluso, la biología. Surge así el método científico, constituido por hipótesis, diseño experimental y comprobación, que sistematiza el procedimiento natural de ensayo y comprobación, denominado generalmente como ensayo y error.
La religión, por otra parte, ha establecido desde tiempo inmemorial el origen del universo en dioses, como personificación de las fuerzas de la naturaleza, hasta llegar a la concepción de un Dios como concepción inefable para el Ser humano. Como la espontaneidad del concebir está condicionada, aunque no limitada, por la receptividad de las impresiones, el Ser humano solamente puede inferir a Dios como una Conciencia Superior o Una Energía con direccionamiento, pero no puede establecer parámetros o cualidades propias para dicha inferencia.
La ciencia, por su parte, ha declarado su autonomía con relación a lo espiritual, y, con arrogancia propia de la inconsciencia característica de la espontaneidad del concebir, sigue su camino de generación de tecnologías que no mide los impactos de dichos desarrollos sobre el hábitat del Ser humano y del organismo que lo integra.
La filosofía ha encontrado un "Yo soy" como expresión de la conciencia de unidad de la experiencia para cada ser humano. Tal "Yo soy", como unidad de experiencia, ha sido desarrollado por la psicología y psicoterapia de mediados y fines del siglo XX, y ha encontrado una vía para la expresión de lo que denominamos espiritualidad, que va desde los niveles de conciencia físico, imaginativo, emocional, mental y reactivo (subconsciente e inconsciente), accesibles, hasta los umbrales de lo que, en los más avanzados movimientos espirituales, se denomina la conciencia del alma, sin acceder, por supuesto, a tales niveles, pero anunciando una posibilidad de seguir avanzando en tal dirección. La filosofía se ha negado a traspasar los límites de lo fenoménico, por cuanto su finalidad, como el de la ciencia, es el del común encuentro humano a través del lenguaje y la comunicación. Tal vez si la filosofía se paseara por el mundo de los santos y maestros espirituales, podría encontrar una expresión y manifestación que, con toda probabilidad, conduciría a que los nuevos filósofos deberían convertirse en, por lo menos, aspirantes a maestros espirituales y, de esa manera, podría encontrar una manera de contrarrestar los efectos, cada vez más inquietantes, por no decir amenazadores, que la ciencia, inconscientemente, genera.