viernes, 30 de marzo de 2007

Campos de conciencia 28

La conciencia de lo físico, astral, causal, mental y etérico es un intento de conocimiento con fines de comunicación, cuando se trata de un ser humano que reflexiona sobre los asuntos y temas del conocimiento y de la vida natural. Es el denominado conocimiento, aunque sin las connotaciones de conocimiento científico del experimento planificado para mostrar, sino, más bien, el conocimiento filosófico. Cuando se trata de un ser humano en busca de la trascendencia, el camino es el de la experiencia, sin motivaciones de comunicación en el nivel del conocimiento, aunque puede, dicho ser humano, guiar a otros por dicho camino de la trascendencia. El primero se denomina camino de la mente y el segundo camino del corazón.
El conocimiento del corazón se transmite, usualmente, mediante anécdotas, historias y analogías del mundo físico que apuntan a las experiencias de iluminación, que constituyen, propiamente, el "conocimiento" en los niveles de conciencia que trascienden los niveles inferiores (físico, astral, causal, mental y etérico).
El hecho de que los filósofos no se hayan ocupado, hasta la presente fecha, del conocimiento del corazón, se ha debido, probablemente, al origen de la filosofía en sus comienzos en Grecia y a la secuencia de dicho conocimiento, que fue enfocándose en el mundo sensible y su interpretación en términos de comunicación interpersonal mediante la palabra, primeramente hablada y, posteriormente, escrita. Cuando dicho conocimiento se enfocó en el área de las matemáticas y la geometría (campos de la intuición pura), el tema adquirió cierto misticismo que, con toda probabilidad, condujo a ciertas experiencias del conocimiento del corazón y, consiguientemente, relacionados con la trascendencia (como en el caso de Pitágoras). Incluso, en mi opinión, en los temas de la moral (costumbres y relaciones entre los seres humanos), filósofos como Heráclito y Parménides exponen, en los escasos fragmentos que conocemos, temas de profundidad propios del conocimiento del corazón que, posteriormente, son interpretados desde la perspectiva del conocimiento sensible.
Cuando Sócrates toma su tarea de comunicarse con sus conciudadanos con fines de educación, sus temas son la templanza, la valentía, la sabiduría, la justicia y otros por el estilo. Y su objetivo era mostrar la manera inconsciente en que tales temas eran manejados por sus contemporáneos. En efecto, su manera de interrogar apuntaba a clarificar la significación de dichas palabras, con la finalidad de lograr un entendimiento común, que, por cierto, nunca logra en sus diálogos, según la transmisión que nos dejó su más distinguido discípulo, Platón. De alguna forma, la conciencia claramente diferenciada y trascendente de Sócrates se hace patente en su manera de mostrar que las experiencias a la que apuntan dichas palabras no podían resumirse en términos del lenguaje sensible, y, más bien, debían buscarse las experiencias que clarificaran la razón de sus interlocutores para introducirlos en el camino de la trascendencia. Aunque los posteriores intérpretes, después de Aristóteles, se quedaron en los términos de conocimiento de la mente, y, a partir de una interpretación afortunada de los diálogos Socráticos, transmitidos por Platón, iniciaron la lógica del conocimiento a partír de la definición o concepto intuídos en dichos diálogos.
Cosa diferente ocurre con Platón, quien parece haber entendido el objetivo que perseguía Sócrates, aunque se desvió en su interpretación y, en su diálogo genial La República, al buscar la clarificación del término justicia, que modela en la creación de una hipotética república que diseña de manera tal que hay un equilibrio de todos los elementos constitutivos que semejan un modelo de las facultades del ser humano justo, parece, según los historiadores de la época, que intentó llevar al mundo sensible dicho modelo que, sencillamente, era trascendente e imposible de reflejar en el mundo físico, sin tomar en cuenta las limitaciones propias del ser humano y del mundo sensible que lo rodea y constituye. En todo caso, la teoría de las ideas de Platón se dirigía a establecer ese mundo trascendente que no puede ser recogido en conceptos y definiciones, pero que sí puede ser señalado como mundo de principios en el más elevado sentido de la Razón Pura Kantiana, aunque el mismo Kant no pudo concebir dicho proceso trascendente. Kant señala que la RP es el mundo de los principios, y, en mi opinión, desde dicha RP, al estilo de la Intuición Pura, que es el mundo de la infinitud y de la eternidad, pudiera "pensarse" la posibilidad de señalar una manera de entender el universo, a partir de Principios constitutivos, al estilo de la máxima de la Razón Práctica, que, como fundamento de la actividad humana, se eleva por encima de la sensibilidad para constituir un mundo interhumano de amor y comprensión, aunque no aparezca, explícitamente, dicha connotación en la Crítica de la Razón Práctica. En todo caso, se trata de una imagen que trasciende los sentidos físicos para centrarse en ideas constitutivas de un mundo al estilo Platónico.
Las palabras, creadas por el ser humano en sus comienzos para intercomunicarse, son una excelente muestra de la creatividad humana. Sin embargo, con el paso del tiempo, la creatividad se limitó cada vez más, hasta llegar a un tiempo en el que cada palabra adquiría significaciones diferentes, probablemente análogas, y, consiguientemente, el mundo de las experiencias, que es específico, se vio representado mediante palabras que tenían significaciones análogas. Más aun, en los comienzos del lenguaje, creado por los primeros genios de la humanidad, se economizaba en forma natural la creación de nuevos términos, suponiendo que una misma palabra podía señalar objetos y situaciones semejantes, aunque diferentes. En el caso de los objetos y cosas sensibles la probabilidad de confusión es limitada, pero en el caso de situaciones, sucesos y experiencias comienza a darse una diversidad de significaciones, según las maneras individuales e inconscientes (por automáticas) de entender el mundo circundante. Es así como surge la diferencia dicotómica más importante de ser y esencia, figura y fondo, texto y contexto, y toda una familia semejante de términos; y, simultáneamente, la definición y el concepto que, en forma muy simplificada, consiste en utilizar un conjunto de palabras para definir un determinado término. O sea, un concepto se deriva o define en término de otros conocidos, en una indefinida cadena de relaciones que hacen, cada vez más, que los automatismos o usos inconscientes de las palabras y los términos, originen un mundo propio de la denominada historia de la Torre de Babel Bíblica, según la cual los seres humanos dejan de entenderse entre sí. Incluso, en la edad contemporánea, surge el estudio de la linguística como área de estudio para clarificación del conocimiento, sin la toma de conciencia de que el lenguaje no es adecuado para la conciencia, como conocimiento superior que sustituya al conocimiento científico, parcelado y limitado a grupos humanos especializados. Es necesario introducir un nuevo modelo de comunicación humana accesible a todos los seres humanos, sin distinción alguna. Y tal modelo de comunicación se hace posible si la filosofía retoma su reflexión sobre lo humano, sin parcelamientos, asentada sobre los principios de la trascendencia que han recorrido los santos y maestros espirituales de todas la épocas y culturas, pero en una perspectiva de aceptación de la experiencia humana como base para elevarse desde la naturaleza apetitiva y sensorial, sin negarla ni menospreciarla, hacia la naturaleza comprensiva y compasiva del Espíritu. Comprensiva en su significación de comprender, abarcar, enlazar, unir, con el entendimiento de las diferencias e individualidades innegables de la corporalidad. Compasiva en su significación de "padecer con" que unifica, entendiendo que las experiencias consideradas negativas (dolor, enfermedad y muerte en todas sus connotaciones) son, sencillamente, señales de transformación y cambio que pueden ser, apropiadamente, comprendidas y atendidas en forma contextual por el individuo y su entorno humano.
Las ideas Platónicas y la Razón e Intuición Puras Kantianas son elementos de partida para esa renovada reflexión filosófica que implique, realmente y para todos y cada uno de los seres humanos, lo que el término filosofía implica: el amor a la sabiduría, que, a la vez que individual, se transforma en un nuevo "conocimiento" que se denomine "consciencia". Tal conciencia apunta a la trascendencia, al entendimiento de que todo lo que nos rodea y todo cuanto experimentamos es parte de un camino compartido de crecimiento en nuestros niveles de conciencia. Reflejándonos unos a otros en los principios del amor, la aceptación, la comprensión, la cooperación y el entusiasmo en nuestras facultades de receptividad, espontaneidad y voluntad (información que recibimos, elaboración de dicha información en términos de principios de solidaridad y cooperación, y voluntad dirigida a la acción creativa y constitutiva de nuestro mundo personal e interpersonal).

sábado, 24 de marzo de 2007

Campos de conciencia 27

La condición necesaria y suficiente para la conciencia es la presencia. En efecto, si hay presencia, necesariamente habrá conciencia; y, recíprocamente, si no hay presencia, no habrá posibilidad alguna de conciencia. Esto es casi una tautología, al estilo de la afirmación kantiana "Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas". Aquí están expresados los dos lados del conocimiento, al igual que en nuestra afirmación de entrada, constituídos por receptividad (intuición, presencia) y espontaneidad (pensamiento, conciencia). La conciencia es la presencia del "YO SOY" junto con el pensamiento, por lo que la conciencia tiene un grado superior al conocimiento. La presencia es mutua entre lo que se manifiesta y lo que concientiza.
La conciencia es, por analogía, como un radar que amplía su alcance, en la medida en que se refina la capacidad receptiva de las facultades que la constituyen. En términos de la espiritualidad podemos distinguir cinco niveles de conciencia: físico, astral (imaginación), causal (emocionalidad), mental (pensamientos), etérico (niveles del subconsciente e inconsciente de la psicología natural: niveles reactivos y de condicionamiento), y del alma (nivel que está por encima de los niveles anteriores, y que solamente está activado en aquellos individuos que han tenido experiencias de contacto con lo espiritual).
Para estar consciente es necesario que se activen simultáneamente los niveles distintos niveles. Esto implica estar presente con las experiencias de lo corporal (lo que sentimos físicamente, tanto interior como exteriormente, con nuestro cuerpo físico); la experiencia de lo astral (lo que mantenemos en nuestro nivel de imaginación); lo mental (los pensamientos que se presentan en nuestra mente); e, incluso, en la medida en que ello se amplía con nuestra experiencia de lo consciente, el nivel etérico (las reacciones y condicionamientos que se nos hacen presente). Ya por encima del nivel etérico no podemos afirmar cosa alguna mientras no tengamos experiencias de iluminación en las que nos percibamos como una parte del todo que nos rodea, y con el Espíritu que todo lo abarca y lo constituye (y en esta afirmación hablamos de una experiencia que conocemos por instantes de bendición y gozo que son difícilmente expresables en términos de la experiencia física). Los maestros espirituales, para referirse, ante sus discípulos o estudiantes, a tales niveles, utilizan anécdotas, historias y otras particularizaciones de la experiencia corriente, en forma tal de señalar, de apuntar, hacia lo que intentan expresar. Solamente la experiencia personal (pues somos individuales en nuestra constitución corporal) puede lograr un vislumbre de ese campo denominado "la conciencia del alma", que es el objetivo de la vida consciente en los niveles inferiores.
La clave más universal de que disponemos para acceder a los niveles de conciencia en progresiva ampliación es la observación. La observación de lo que sentimos, lo que aparece en nuestra imaginación, en nuestras emociones, en nuestros pensamientos y en nuestras acciones y reacciones. Esto luce sencillo, y de hecho lo es, pero no es fácil estar presente con nuestras emociones en todas las situaciones y circunstancias. Únicamente mediante un entrenamiento continuado de nuestros distintos niveles de conciencia es posible alcanzar, paulatinamente, un estado de presencia. La otra herramienta recomendada por los maestros espirituales es la práctica de la meditación, la contemplación y los ejercicios espirituales. Dentro de estos últimos son dignas de mención la meditación de la respiración y la meditación con mantras, consistentes en enfocar toda la energía de nuestra atención y observación en la respiración o en un mantra cantado interiormente.

sábado, 17 de marzo de 2007

Campos de conciencia 26

El "Yo soy..." que acompaña a la experiencia consciente, igual que el "Yo pienso" cartesiano, es una manera de expresar la conciencia. Sin embargo, la simple indicación de tal expresión no parece, en mi opinión, garantía suficiente de lo que denomino conciencia. En efecto, el sentimiento de culpa que, en épocas anteriores, era señal de la conciencia, surgía en un aparente sentimiento que apuntaba a la necesidad de la toma de conciencia, pues dicho sentimiento de culpa era posterior a la experiencia correspondiente. La conciencia no es un estado posterior a la experiencia sino un estado de presencia continuo de la experiencia consciente. Y la palabra "presencia" apunta, tal vez, al elemento necesario para calificar la conciencia, pues la conciencia implica que estoy presente en mi "Yo soy..." cuando experimento cualquier acto, en forma tal que mis palabras, pensamientos y acciones participan plenamente de mi "presencia", y no son respuestas o reacciones automáticas debidas a reflejos condicionados, emociones o experiencias previas o pensamientos relacionados con creencias o preconcepciones fijadas en mi mente.
Puedo pensar en la enseñanza de conciencia como un señalar las alternativas, posibilidades y consecuencias de los pensamientos, palabras y acciones en una forma interactiva facilitada por una persona consciente en reunión e interacción con las personas que se pretende enseñar. En todo caso se trata de utilizar un proceso dinámico de interacción personal para señalar la esencia del estado de conciencia requerido para considerar que una experiencia es plenamente consciente.
El modelo receptividad-espontaneidad de la filosofía kantiana define las bases para la determinación de lo consciente, pues toda experiencia humana requiere de ambos elementos: por un lado está la receptividad de intuiciones y por el otro la espontaneidad del pensar que asigna (categoriza) significaciones, objetivos y posibilidades a cada intuición presente, dentro del modelo figura-fondo de la psicología gestált. Este último modelo puede servir para establecer, panorámicamente, el fondo, como posibilidades dentro de un universo finito de alternativas de presencia y acciones. Se trata, entonces, de ampliar nuestra capacidad receptiva, para lograr el máximo alcance en nuestra sensibilidad de los elementos presentes e interactuantes en toda situación, circunstancia y experiencia dadas, desde los elementos aparentemente inanimados, como la naturaleza y objetos circundantes, como los seres conscientes potencialmente participantes en dichas situaciones, circunstancias y experiencias. Es todo un programa de desarrollo personal para abarcar el mundo físico y no físico en nuestra manera de ver el mundo, nuestra manera de integrarnos en nuestro universo personal, familiar, social y humano en general.

domingo, 4 de marzo de 2007

Campos de conciencia 25

Todo campo de conocimiento puede convertirse en un campo de conciencia. Tal cosa ocurre cuando al conocimiento se une el "yo soy el que...". En tal sentido, es curioso reflexionar acerca del ejemplo de conciencia referido a la experiencia de entrar en una habitación y, después de mucho tiempo, "darse cuenta" de la presencia de un objeto que anteriormente no se había observado. Anteriormente, podemos deducir, siempre estuvimos en la capacidad de ver dicho objeto, pero, por algún motivo, no llegó a tener la suficiente "presencia" para convertirse en figura dentro del fondo o contexto de nuestra percepción visual. En tal sentido, podemos decir que la conciencia o el tener conciencia o ser consciente consiste en la posibilidad de transformar cualquier elemento del contexto o fondo en figura; en poder dirigir nuestra atención perceptiva a cualquier elemento del contexto.
Cuando recuerdo mis años de escolaridad, puedo darme cuenta de que muchos de los aprendizajes obtenidos fueron de naturaleza automática. Es como si, mi paso por la escuela, hubiera sido un entrenamiento mental más que un aprendizaje. Si entiendo por aprendizaje un estado de conciencia que pudiera generar en mí una voluntad de poder dirigir mi atención a cualquier elemento del contexto de la materia aprendida. En tal sentido, en particular, recuerdo mi temor, y el temor generalizado en muchos de mis compañeros de escolaridad, ante las pruebas o exámenes escolares. Tal temor era, simplemente, una manifestación del estado de automatismo o inconciencia propio del aprendizaje obtenido. En efecto, si el aprendizaje hubiera sido un aprendizaje consciente, no hubiera habido temor alguno ante la prueba en perspectiva, por cuanto solamente existirían dos alternativas: estar consciente de haber o no haber aprendido la materia en cuestión. Y, en tal caso, la seguridad ante la prueba o la certeza de requerir de mayor estudio para la presentación del examen o prueba correspondiente.
Lo anterior me orienta a pensar que el estado opuesta a la conciencia no es, propia o claramente, la inconciencia, sino el automatismo. Un automatismo que confía a la memoria y a la respuesta automática (casi diría por condicionamiento reflejo) el aprendizaje escolar. Y creo que, en este sentido, el primer aprendizaje, que debería atenderse durante los primeros años de escolaridad, sería el de la conciencia, el "yo soy el que..." que debe acompañar a cualquier conducta, comportamiento o tarea activa que debe realizar cada persona. Tal "entrenamiento" en la conciencia sería altamente provechoso para enfrentar el posterior aprendizaje de materias como la matemática, la física, la química, la biología y otras semejantes, así como podría mejorar el aprendizaje de materias de naturaleza humanística tales como la filosofía, la historia, la moral y cívica, que, probablemente, serían enriquecidas por los elementos de concientización propios para la formación del hombre en su contexto social y ciudadano.
La consciencia, que es un "saber con - migo mismo, que es confirmado y consolidado por las consecuencias", en complementación con el conocimiento, que es un "saber con otro, que puede confirmar o consolidar lo que yo percibo", es la más elemental y fundamental área de formación para los seres humanos. Un área que no ha sido atendida hasta la presente fecha, y que solamente una pedagogía enriquecida con habilidades de facilitación psicológica y psicoterapéutica puede atender en forma estructural y progresiva.
Tal vez el hecho de que la psicología no haya sido tratada por la filosofía en su elemento más importante, como lo es la subjetividad, que siempre fue menospreciada en su formación de conocimiento, es un factor que haya conducido a la sociedad humana a la pérdida de valores y a la deshumanización del contexto social en el que nos desenvolvemos. En efecto, si la filosofía se hubiera ocupado de lo emocional, de lo subjetivo, en forma menos "objetiva", en forma más integradora, como contexto, de lo que significa conocer y saber, tal vez, solamente tal vez, la acción de los santos y de los maestros espirituales, e incluso de los denominados farsantes (brujos y otros por el estilo), pudieran haberse transformado en experiencias humanas válidas para definir el contexto civilizador y transformador del ser humano hacia campos de conciencia más elevados que los simples campos de percepción física. Incluso puedo avizorar que, en tal caso, tal vez una teoría del campo unificado pudiera haber sido concebida más bien como una teoría de la energía subyacente a todo proceso de vivencia y convivencia natural en el contexto humano, y, en lugar de hablar de un proceso humanizador del ser humano, podríamos, tal vez, estar hablando de un proceso integrador de la visión humana dentro del contexto universal.