sábado, 24 de julio de 2010

Reflejos 9

Como Ser humano somos un complejo de mecanismos de acción física, imaginativa, emocional, mental y sub e inconsciente. Los dos últimos, sub e inconsciente, son, en realidad, un compuesto de los cuatro primeros en función de la experiencia vivida, pues, desde que estuvimos en el vientre de nuestras progenitoras, comenzamos a padecer las experiencias en su compleja significación de beneficiosa o perjudicial a nuestra existencia física y emocional, y los mecanismos de defensa construyeron, con nuestra participación activa refleja, respuestas ante situaciones, circunstancias y experiencias.
La racionalidad, que es la capacidad de relacionar sucesos simultáneos o secuenciales, es uno más de nuestros mecanismos de acción (reacción por excelencia), pues, en lugar de evaluar posibilidades de actuación, simplemente los utilizamos como conjunto de respuestas establecidas con anterioridad. O sea, son como pre condicionamiento de nuestra conducta. Es así como, sin saberlo, estamos en un continuo estado de alerta, lo que denominamos respuesta de lucha o huida ante la sucesión de experiencias que generamos a nuestro alrededor e, incluso, en nuestro interior, sin correspondencia alguna con seres, hechos o circunstancias.
La conciencia es, sencillamente, un darse cuenta, un estado en el que participamos como observadores de nuestra propia acción y reacción, sin la muleta de proyectar en nuestros semejantes, circunstancias o experiencias lo que nos afecta para bien o malestar. Desde esta conciencia, según los maestros espirituales, nos elevamos un paso más para acceder a la conciencia del alma, que es un estado de conciencia en el que, desde nuestra individualidad, participamos con el universo en el que nos encontramos como un todo unitario, como una totalidad, como un Ser que participa de la infinitud y eternidad que transcurre sin divisiones ni separaciones que ameriten la calificación de bien o mal, pues nuestro enfoque está centrado en el mayor bien de cuanto nos rodea, incluyéndonos, según el mandamiento más elevado de "amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo por amor a Dios".
Amar es, de acuerdo a las enseñanzas de los maestros espirituales, la acción más elevada que podamos experimentar, y la que nos eleva por encima de todas nuestras limitaciones. Tal amar es activo y se manifiesta en el servir, en actuar para el mayor bien de todos los involucrados. En tal amar nos damos cuenta que dicho amor es nuestra felicidad y bienestar y que lo amado es libre de ejercer su naturaleza y potencialidades, sin coacciones o limitaciones de nuestra parte, salvo lo que corresponda a nuestra potencialidad de actuar en favor de aquello que produzca experiencias de aprendizaje por parte de quienes crean, promueven y permiten acciones, circunstancias y experiencias que les afecten en forma limitante.


sábado, 17 de julio de 2010

Reflejos 8

En mi opinión, el lenguaje ha evolucionado hacia una diversificación de significaciones en el vocabulario, que ha impedido una toma de conciencia en el individuo, bajo la dirección de aquellos que lo han forjado a fuerza de penetrar dentro de sí mismos y dentro de lo que, posiblemente, podamos denominar sentido del universo, como unidad de propósito o, más bien, unidad de desenvolvimiento que va revelando posibilidades dentro de un contexto universal unitario que se enriquece en su esencia más que en su manifestación.
Como ejemplo podría citar la palabra fe, que, en muchas mentes, y en la mía en particular en alguna oportunidad, significa creencia en algo sin pruebas de su realidad. Si consideramos la palabra felicidad, que deriva, en mi opinión, de la palabra fe, podríamos acercarnos a lo que alguna vez pudo significar dicha palabra fe: un saber que todo cuanto nos rodea está inmerso dentro de un espíritu que le da certeza de permanencia, pues es inmanente a una conciencia que se revela en el Yo Soy El Que Soy que cada parte, y en particular, cada humano, manifiesta y expresa. Yo soy en cada devenir que, por acción u omisión, delinea experiencias de intercambio con el universo circundante. Proceso en el que surge una confianza, palabra originada en la misma fe de felicidad, en que todo cuanto acontece tiene una connotación de fidelidad (nuevamente la fe revelada como conciencia de un ser y un saber que son uno y lo mismo) al origen y destino de dicho acontecer y experiencia.
Cada ser humano, prescindiendo de espacio, tiempo, materia y energía, es una pura potencialidad en cada manifestación y expresión. Solamente la conciencia (Yo soy), que respalda dicha manifestación y expresión, que aprehende y comprende al semejante y al universo como uno y lo mismo, puede acceder a la confianza fundamentada en la fidelidad para con la fe (saber esencial de la conciencia de unidad) del Espíritu fuente de la felicidad en el éxito (salida y justificación de todo conflicto, como contraposición de manifestaciones y expresiones particulares).
Ahora bien, por algún motivo, conocido o no por santos y maestros espirituales como modeladores de un Yo soy, no todos tenemos acceso directo a dicha fe como saber del todo y de nuestra permanencia en la inmanencia del Espíritu que nos comprende e integra. Y los santos y maestros espirituales son la manifestación y expresión del Espíritu dentro de energía, materia, tiempo y espacio para constituir una conciencia derivada de dicho Espíritu (una conciencia particular dentro de la Conciencia o Espíritu). Los restantes humanos somos maneras de evolucionar hacia dichos modelos, ya sea por haber nacido dentro de comunidades centradas en alguno de ellos, o por ser atraídos al estudio y práctica de las historias, máximas, alegorías, parábolas y expresiones generadas por ellos mientras se manifestaron mediante la cubierta de un cuerpo físico.
El lenguaje media mi convicción interna momentánea, y señala una dirección para la manifestación y expresión de la acción u omisión que los santos y maestros espirituales simplemente modelan, pues mi carencia de la sabiduría (fe y confianza en la que surge la fidelidad como armonía con cuanto me rodea) todavía requiere de la internalización de mi auto observación para que se transforme, mediante la guía y aprobación del Espíritu, en una manera de manifestarme y expresarme en mi universo físico, social y familiar.