viernes, 19 de marzo de 2010

Reflejos 2

Una de las primeras palabras que aprendemos o, por lo menos, escuchamos de niños es el no, como expresión de acciones que debíamos suspender o evitar para no incurrir en penas o castigos por parte de nuestros padres y representantes en general. Curiosamente, también a nivel histórico, la humanidad, en lo que conozco de la historia, naturalmente, instituyó la negación como uno de sus primeros mandamientos en el establecimiento de leyes y normas de conducta. Así tenemos en los diez mandamientos de la ley judeo cristiana que, apartando los primeros mandamientos, que son afirmativos, todos los demás son negaciones. Más aun, los mandamientos negativos son explicaciones del primer mandamiento, en mi manera de ver las cosas. Y es que en el nivel de lo material, guiado por lo espiritual, no hay manera de explicar más clara que la negación, por cuanto es específica, concreta y directa, y atiende a nuestra estructura perceptiva de figura fondo, texto contexto y similares. Incluso en la forma moderna que, en mi opinión, sintetiza la ley antigua, una de las tres reglas (No te lastimes y no lastimes a otros, cuida de ti para poder cuidar de otros y utiliza todo para avanzar, para crecer, para aprender) es negativa, aunque pudiera haber sido enunciada en forma afirmativa (Sé amoroso, gentil y amable contigo mismo y con los demás). Y ello se debe a la claridad meridiana que tiene la negación en su aprehensión plena de nuestra parte, fundamentada en nuestra vulnerabilidad física y emocional ante el universo que nos rodea, incluidos nuestros semejantes.
En esta particular manera de ver las cosas, en mi opinión, reside el largo camino que le llevó a la filosofía encontrar el Yo soy como expresión de la conciencia. A pesar del Yo soy el que soy del Antiguo Testamento que pudiera haber sido una guía en otro contexto, menos enfocado hacia lo divino separado de nuestra participación en dicha divinidad, expuesta por Jesús de Nazaret en sus enseñanzas sobre el amor y el Reino de Dios (el cielo interior, modernamente la conciencia trascendente). Y ello se debe a que, en la evidente claridad de la negación, por su fundamento en nuestra estructura perceptiva de figura fondo y nuestra vulnerabilidad física y emocional, se esconde la inconsciencia a la que conduce como resultado de regir nuestra vida por algo exterior, algo separado de nosotros, algo que está fuera y sobre nuestra condición trascendente, nuestra conciencia, nuestro Yo soy, que es el que, finalmente, se impone sobre cualquier reglamentación externa.
La psicología moderna, en la psicología clínica y la psicoterapia, ha logrado crear un recurso denominado facilitar, mediante el cual, una persona guía a otra en el descubrimiento de su particular manera de crecer, de aprehender sus experiencias para aprender a descubrir sus potencialidades, su Yo soy, su conciencia. En el caso de los niños, dichos conocimientos han encontrado una manera de orientarlos positivamente para guiarlos fuera de las experiencias de manera que, en lugar de utilizar el no (hagas eso), desvía su atención hacia una actividad o foco de atención que le resulte interesante. Demás está señalar la dificultad que implica para un adulto tener la creatividad requerida para tal acción motivadora. E implícita está la necesidad de estar atento al apoyo requerido para que tenga sus propias experiencias de vida que le permitan adquirir herramientas para manejar situaciones que le confronten o que le permitan aprender el valor de seleccionar entre opciones que satisfagan su bienestar a mediano y largo plazo en lugar de las que le originan placer pasajero a corto plazo que pudieran significarle un debilitamiento de carácter o una penalidad a mediano y largo plazo.
En todo caso, es significativo el hecho de que la negación, que es el factor más resaltante en nuestra concepción de los pares de opuestos característico de nuestra cultura intelectual, puede tener una opción explicativa de la carencia que pudiera encontrar nuevas maneras de expresión, que apunten a la creación de conciencia por encima de las vulnerabilidades de nuestra constitución física y emocional, y que nos preparen para el encuentro con nuestro ser trascendente. En efecto, las dificultades de explicar el primer mandamiento de la tradición judeo cristiana, pudieran ser substituidas por una nueva apreciación de la conciencia del Yo soy, complementada por el que soy como elemento de concreción que aclare lo que el Yo soy pudiera tener escondido, pues el soy no necesariamente lo transformamos en manifestación y expresión, como sí lo transforma el que soy, que, aunque redundante en un nivel de conciencia que preste su atención a la esencia del Yo vivo, siento, padezco, expreso, manifiesto, etc. sintetizado en el soy, puede quedar sobre explicado en el que soy.
Es notorio, incluso en personajes tan significativos de la cultura universal como Platón, que establecen la negación de lo humano como medida de perfeccionamiento en la búsqueda del ideal, olvidando que solamente la experiencia personal conduce a la sabiduría que permite elegir entre las opciones que, sin cesar, se presentan en nuestras situaciones de vida. Es así como hemos llegado a la situación actual en la que el conocimiento se presupone como requerimiento para vivir una vida consciente, olvidando que nadie escarmienta en cabeza ajena y que solamente la experiencia vivida nos capacita y fortalece, con la debida guía por parte de nuestros padres y maestros. Igualmente, solamente la conciencia del Yo soy, debidamente sustentada en el proceso de enseñanza aprendizaje, puede conducirnos a una vida plena de significación y progreso interior hacia el encuentro con nuestro ser trascendente.
Entre las prohibiciones significativas que vienen a mi memoria se encuentran tres que son ejemplo de la negación de la conciencia como parte de la negación de lo humano. La primera es la existencia de "libros prohibidos" en la tradición cristiana. Se supone que la no lectura de dichos libros libera la mente de pensamientos que atentan contra el mandamiento fundamental, o sus explicaciones. Pobre argumento frente a la creatividad humana que busca satisfacer sus apetitos más elementales y que no necesita de lecturas para encontrar caminos hacia tal satisfacción. Vana manera de evitar el esfuerzo que significaría crear conciencia para que la persona sea autónoma (autos: por sí misma; nomía: leyes, reglas), o sea, se dirija a sí misma, de acuerdo con normas y reglas que le permitan una vida más plena y satisfactoria en el mediano y largo plazo en contraposición con los placeres y gustos pasajeros que debilitan, enferman y causan todo tipo de malestares, físicos y psicológicos, en dicho mediano y largo plazo. Otro ejemplo, alejado de nuestra civilización occidental, es la que se practica en los pueblos del islam, que obligan a las mujeres a ocultar su femineidad, su condición femenina, con el pretexto de evitar la lascivia propia de los hombres (y de las mujeres mismas); negación de la condición natural humana y reglamentación inhumana para las mujeres, que se ven sometidas a un trato denigrante. Es como intentar tapar las flores y frutos de la naturaleza vegetal, para evitar que los humanos puedan acceder a los placeres de la vista y el gusto y así se fortalezcan en su carácter insensible ante el universo que le rodea. Nuevamente, vano intento por eliminar lo que la naturaleza ha producido, en lugar de crear la conciencia de autocontrol y aprendizaje de la naturaleza trascendente del Yo soy. Y el último ejemplo, el más universal, es el referido a la prohibición de las drogas denominadas recreativas, cuyos efectos sobre la biología humana son de naturaleza francamente destructiva. Este es el caso de mayor ignorancia en el sentido social. En efecto, si la conciencia del Yo soy costó tanto tiempo para su descubrimiento, y aun hoy en día se encuentra en una incipiente perspectiva de aprehensión por parte de las grandes mayorías de la población del planeta, la conciencia social, paralela a dicha conciencia individual, está bien lejos de ser descubierta y puesta en ejercicio por parte de la humanidad organizada. Solamente cuando los seres humanos en posiciones de dirección, tanto religiosa y docente como administrativa y gubernamental, puedan ser conscientes de su propio Yo soy, y encuentren formas de mostrar a las poblaciones la necesaria disciplina autocrítica y autónoma en la consecución de su bienestar a mediano y largo plazo, por encima de los placeres y complacencias del momento, podremos acceder a un mundo acorde con los mandamientos que los pensadores más dotados han encontrado en su experiencia y contacto con niveles de conciencia trascendentes a nuestra naturaleza biológica y emocional (psicológica en general).

lunes, 8 de marzo de 2010

Reflejos 1

El reflejo más conocido es el del espejo que regresa nuestra imagen al iniciar cada día con las rutinas de aseo personal. Luego está el referido a la reacción automática ante un estímulo físico (biológico nervioso) o condicionado (psicológico). Y, menos comunes, están los originados en reproducción, muestra o manifestación de cosas o fenómenos cuando, mediante el lenguaje, hacemos mención o descripción de hechos, situaciones y circunstancias. En todo caso, reflejo implica un ir y un regresar de imagen, sea física o representativa.
Me gusta pensar en las palabras como representaciones de algo que alguien, en alguna oportunidad, alguien perspicaz, identificó en forma muy precisa y, con el tiempo, dicho vocablo o expresión perdió su significación específica. En el caso de reflejo se me ocurre la imagen de re flexión, de algo que se flexiona repetidamente hasta llegar a la identificación con su contraparte. Y como las palabras son insuficientes para dibujar lo que intento reflejar, tomaré el caso de una cabilla redonda (la cuadrada o rectangular sirven también para el ejemplo, pero la redondez optimiza la cantidad de materia dentro de la forma). O sea, una cabilla cuyas caras extremas son redondas. Si tomamos dicha cabilla y la doblamos suficientemente hasta hacer que sus caras se enfrenten, y unimos apretadamente dichas caras, habremos obtenido el reflejo perfecto, en mi opinión, consistente en el encuentro del objeto consigo mismo en una nueva manera de concebir su presencia física. No es lo que el reflejo, como representación, quiere significar, pero es una manera de ejemplificar lo que el extremo del símil puede evocar. En efecto, el lenguaje como medio para representar, mediante la comunicación, cuanto nos rodea, intenta substituir la experiencia por su reflejo, y se queda corto, puesto que la experiencia vivida lleva aparejado un aprendizaje que, quien tiene la experiencia, puede tener una utilidad instrumental, mientras que el reflejo, que es lo que se comunica desde dicha experiencia, apenas es un pálido anuncio de lo que el receptor de dicho reflejo puede intuir. Máxime, si tomamos en consideración la limitación perceptiva de figura fondo que caracteriza nuestra manera de ver el mundo, puesto que la figura, el reflejo, no se adscribirá al fondo, nuestra realidad circundante, mientras no tengamos una experiencia similar a la recibida por comunicación.
Las perspectivas de la que este "Reflejo 1" forma parte, son totalmente subjetivas, son opiniones, son puntos de vista que, incluso cuando el receptor ocupara mi lugar, si ello fuera posible, resultaría milagrosa la coincidencia de las perspectivas paralelas, pues siempre serían paralelas, sin encuentro posible, salvo el hecho de representar el Ser humano. Y los reflejos intentan presentar los "pálidos reflejos" que anuncien lo que la experiencia puede aportar a quien se tome el trabajo de convertir la información en experiencia. Cosa, esta última, a que aspiran los maestros espirituales, que apuntan hacia algo que, según lo que ellos expresan, es inefablemente único y universal para el Ser trascendente que reside en nuestro Ser humano, en contraste con la multiplicidad que el universo encuentra, como reflejo, en cada Ser humano que lo comunica.
El conocimiento es, aparentemente, simple, puesto que los parámetros, que miden, unifican. Sin embargo, incluso en la medida, encontramos interpretaciones que escapan a su verificación, igual que el color permanece con un nombre común sin contar con la verificación de que lo observado es coincidente en lo recibido por cada Ser humano. Posición extrema, es verdad, pero innegable cuando se trata de reflejar lo que, realmente, está implícito en el termino subjetividad. Pues, así como lo objetivo puede calificarse como tal sin que la subjetividad quede menoscabada, puesto que, incluso lo objetivo pasa por el filtro de lo subjetivo para transformarse mediante mediciones, mediante números que indican separación y distancia, en común apreciación, en comunidad reflejada en el lenguaje, el fin último es la consecución de aquello que nos caracteriza como unidad dentro de la diversidad, como mismidad dentro de la separación, como conciencia, una y única, de apreciación del Ser parte de un Ser total, que intenta explicar y explicarse algo que no requiere dicha explicación, por estar implícita en lo que trasciende la separación que lo físico. La conciencia, en oposición a la aparente facilidad del conocimiento, es compleja, para no decir complicada, pues incluye lo conocido y el conocedor. Lo conocido está regido por nuestra manera de ver, por figura sobre un fondo, ambos cambiantes, y el conocedor, a pesar de significar, de hacer señales en una dirección, también se ve sometido al proceso de figura sobre un fondo, ya no sentido sino concebido, por lo menos en su reflejo mediante el lenguaje, pues, en lo intuido, hay una unidad que apenas se vislumbra cuando interviene el lenguaje para hacerlo objetivo dentro de la subjetividad que lo caracteriza.
El lenguaje fue creado, en mi opinión, para referirse a lo presente. Con el tiempo surgió, en mi opinión, su utilidad para referirse a lo presente en una de las experiencias, Ser humano, presentes en la comunicación. Posteriormente aparece el conocimiento como producto del lenguaje en su evocación de la experiencia no compartida (temporalidad y espacialidad separadas). El lenguaje se convierte en espejo en el que el Ser humano quiere reflejarse para sí mismo y sus semejantes. En tal sentido surge la objetividad, calidad de representación que puede comunicarse, en oposición a lo subjetivo, calidad de representación que no es comunicable, por referirse a experiencias que han de ser, necesariamente, sentidas, aprehendidas, por cada Ser humano, para poder ser, al menos, evocadas mediante referencias indirectas.