lunes, 25 de agosto de 2008

Experiencia 28

Las experiencias que forman parte de cada experiencia (ser humano) son tan individuales que resulta paradójico el hecho de que constituyan la base del conocimiento. En efecto, cuando una persona quiere explicarle a otra cuál es el sabor de una fruta o alimento conocido por ambos o cuál es la "sensación" que produce un determinado fenómeno (un terremoto, por ejemplo), solamente queda decir que dicha persona tiene que someterse a la experiencia correspondiente (comer o experimentar personalmente el fenómeno sugerido). El conocimiento denominado científico está constituído por aquellos fenómenos de naturaleza exterior que pueden compartirse con el discurso (vocabulario en sus diversas modalidades: verbal, matemático, lógico, simbólico, musical y cualesquiera otros vocabularios correspondientes a símbolos que impliquen un significante - símbolo propiamente dicho - y un significado - fenómeno al que hace referencia el símbolo referido). Hasta la presente fecha no es posible hablar sobre las sensaciones propiamente dichas. En efecto, a pesar de que todos parecemos compartir una misma significación para dulce, salado, ácido, agudo, grave, áspero, liso y semejantes, no todos compartimos dicha sensación en forma unívoca para determinadas experiencias modelo o patrón (como el kilogramo, el metro y la hora). Y sería difícil imaginar que, una vez establecidas determinadas experiencias modelo (vista, oido, olfato, gusto y tacto), pudiéramos compartir exactamente las mismas sensaciones ante experiencias definidas, pues nuestros sentidos dependen de muchas variables individualizadas para cada sujeto determinado, además de los niveles de sensibilidad tan diferentes en el mismo tipo de sensación particular.
Es notable que podamos hablar, siquiera, del conocimiento científico, y ello ha requerido de siglos de reflexión por parte de filósofos, primeramente, y de científicos de diversas especialidades, posteriormente al establecimiento del método científico de ensayo, teoría y experimentación, así como los enormes esfuerzos de forjación de modelos o patrones de comparación en los diferentes ámbitos del conocimiento. Y esto ha requerido de hombres particularmente dotados para transformar los fenómenos más conocidos en modelos verbales, matemáticos y de toda índole, y, a la vez, buscar correspondencias compartibles unívocamente para determinados modelos intelectuales, como las escalas de colores, sonidos y semejantes.
Todavía existe una extensa área de conocimientos (ciencias sociales y humanísticas) que difícilmente comparten la univocidad de planteamiento por parte de sus cultores o especialistas. En efecto, la vida del ser humano es siempre individual y está sometida a los avatares de cada persona en sus idas y venidas por el universo circundante. Solamente aquellos aspectos que podemos considerar, en alguna medida, indiferentes a su imaginación, emocionalidad y constitución discursiva individual, pueden ser motivo de ciencia en el estricto sentido de la palabra: univocidad de lo que se mienta con relación a lo mentado (significante - símbolo - en relación con significado - fenómeno referido). Es así como surgen la física, la química y las ciencias conexas, incluída la biología en sus aspectos físico-químicos y estructurales (excluída la denominada "vida" propiamente dicha. "Eso" que surge y desaparece con cada ser animado).
Y es este el objeto de las reflexiones de muchos pensadores, filósofos y no filósofos, en relación al "ser" humano en particular, pues el mundo científico y tecnológico, con el que nos toca interactuar en la actualidad, está sobrecargado de utilitariedad en el encuentro, cada vez más acelerado, de nuevas posibilidades tecnológicas para la comodidad y "calidad física" de vida del "ser" humano. Y en tales nuevas posibilidades parece escaparse lo más significativo: la calidad de vida propiamente dicha, que parece no corresponder con facilidad ni comodidad física. El viejo "pan y circo" de la época del Imperio Romano no parece ser el ideal de vida que satisfaga al ser humano, sometido a la enfermedad, el dolor y la muerte como metas universalmente terminales para su "vida". Pareciera que el "ser" humano se ha dedicado, sin siquiera saberlo conscientemente (ni a nivel individual ni a nivel grupal), a favorecer aquello que es perecedero (el cuerpo físico, la imaginación, la emocionalidad y la mente) por encima de la conciencia. Considerada esta última como aquello a lo que apuntaban los grandes "pensadores" religiosos como Buda, Cristo y Lao Tse, y que, en todas las épocas, se ha denominado el alma.
Es notorio, por ejemplo, que todos conocemos, aunque no "nos demos cuenta", que el afecto, la armonía y gentileza en el trato entre seres humanos produce bienestar y permite el logro de objetivos externos de mayor duración y satisfacción que la confrontación, el resentimiento y las luchas de poder. Igualmente es notorio que la existencia de seres humanos con carencias y necesidades no satisfechas es causa de malestar e insatisfacción para la sociedad humana en conjunto. Es notable cómo "la humanidad" ha logrado manejar el ámbito físico para incrementar el bienestar y la seguridad en conjunto, pero se ha olvidado del manejo de los "seres" humanos que "disfrutan" de tales niveles de bienestar y seguridad. Y es que los científicos y tecnólogos investigan y manejan las áreas indiferentes a la emocionalidad humana y logran objetos y sistemas que mejoran los alcances de su manipulación del medio ambiente circundante, pero se olvidan del equilibrio requerido para" que la manipulación no confronte las variables delicadas de la "vida" propiamente dicha. De "eso" intangible que subyace al cuerpo, que lo sostiene y mantiene en un "proceso" de intercambio con el medio ambiente "inerte". Lo orgánico frente a lo inorgánico, que, por otra parte, es solamente una visión parcial y limitada por los órganos sensoriales y la "inteligencia" humana, pues, por lo que podemos intuir, el ser humano y su contexto constituyen una unidad que trasciende lo meramente físico para adentrarse en lo orgánico en una nueva manera de "ver" el universo. Es como si descubriéramos que somos, como el dedo meñique en nuestro cuerpo, una parte en interacción en un organismo más amplio que nos incluye y que requiere de nuestro aporte para su conservación y mantenimiento. Pero la imagen resulta desafortunada, pues nos damos cuenta de que la palabra organismo no incluye la diversidad y similitud que parecen constituir nuestras almas, dentro del conjunto de "energías" que intuímos como partes de esa "divinidad" que es la totalidad que experimenta el conjunto de una manera consciente: La Conciencia, La Divinidad o como queramos denominarlo, que, incluyéndonos como manifestación y expresión propia de dicha Conciencia y Divinidad, nos entrega una "divinidad", una "conciencia", que se abre para diferenciarse y para integrarse en una forma que, todavía incipiente, apenas podemos adivinar, salvo los maestros espirituales y los santos que han experimentado la totalidad como participación y unificación.

jueves, 14 de agosto de 2008

Experiencia 27

En un nivel individual hablo de experiencias para referirme a los eventos, situaciones y aconteceres que involucran a un individuo como actor, participante u observador (vivencias). En dicho nivel la palabra experiencia o la experiencia, que puedo resaltar iniciando su escritura con mayúsculas: Experiencia o La Experiencia, la refiero al conjunto total de vivencias de un individuo hasta el momento del que se habla. En tal sentido, tanto las experiencias como La Experiencia son, siempre y en todo momento, cambiantes. Cuando hablo de los niveles de conciencia físico, astral (o imaginativo), causal (o emocional), mental y etérico (subconsciente e inconsciente), me refiero a las experiencias específicas de cada área: física, imaginativa, emocional, mental y sub e inconsciente. Este último calificativo, inconsciente, se contrapone a lo consciente como algo presente para el individuo, y hace hincapié en aquellas experiencias en las que actúa o participa sin una intención dirigida hacia lo que la vivencia realiza o hace aparecer, por ejemplo, cuando un individuo tropieza con un objeto en una mesa y dicho objeto cae y se rompe o causa cualquier otro efecto no deseado.
En un nivel social o grupal también existen experiencias y Experiencia, como vivencias que, en alguna manera, influyen en futuras situaciones, parecidas o diferentes a la específicamente referida. Es así como podemos, igualmente, hablar de lo subjetivo y lo objetivo, tanto a nivel individual como a nivel grupal, para referirnos al particular sentir del individuo dentro del grupo y a un grupo dentro de un grupo mayor que lo comprende como parte. Lo subjetivo se refiere al punto de vista particular de un individuo o subgrupo con relación al grupo mayor, y lo objetivo se refiere a lo que es común a todos los individuos dentro de un grupo y a todos los subgrupos dentro de un grupo que los integra. El grupo puede condicionar al individuo y a los subgrupos a una determinada manera de ver las vivencias, salvo que el individuo o los subgrupos tengan el poder suficiente para imponerse sobre el grupo que los comprende.
Ahora bien, se da el caso de que hay individuos que tienen un nivel de conciencia que les permite elevarse por encima de las características meramente sensibles del universo circundante, para darse cuenta de aspectos y modelos que no son visibles o tangibles sensorialmente; simplemente corresponden a ampliaciones del campo de conciencia sobre lo específico de las vivencias particulares, y que constituyen perspectivas, o puntos de vista, que amplían el abanico de posibilidades de decisión ante situaciones, circunstancias y experiencias que pudieran ser conflictivas ante los intereses en juego en dichas vivencias. De esta manera han surgido los maestros espirituales y los legisladores, que han permitido el surgimiento de la vida en comunidad que denominamos civilizada, en contraposición con la vida propia de las colmenas o de la vida anárquica de los animales, sujetos a su pura instintividad primitiva.
El ser humano, como especie animal diferenciada, ha evolucionado gracias a la presencia de individuos que se han elevado sobre el nivel de conciencia sensorialmente accesible y han encontrado maneras de convivir con el mundo circundante en una forma menos confrontativa y más armoniosa para los involucrados. Y se han generado códigos de conducta (legislaciones civiles y religiosas) que han permitido una elevación del individuo humano por encima de su naturaleza física, guiada por impulsos de subsistencia y apetencias en conflicto con otros individuos y con el universo circundante, hasta llegar al mundo actual en el que el ser humano ha llegado a tomar conciencia de su unidad con cuanto le rodea. Es como si, de centrarse en la observación de un dedo, el individuo tomara conciencia, repentinamente, de que el dedo es una parte de la mano, del brazo, del cuerpo. El ser humano ha llegado a la conclusión de que su supervivencia depende del universo que lo rodea; en forma tal que, es su responsabilidad velar porque sus acciones armonicen, se equilibren, con las necesidades del universo del que forma una mínima, aunque significativa, parte. Sus necesidades han de balancearse con las necesidades del universo que lo comprende.
Hasta el presente, el ser humano ha tratado al universo circundante como una herramienta para satisfacer todas sus apetencias y deseos, como un elemento que hay que dominar y manejar en función de su propia supervivencia, sin atender a las necesidades de preservación y equilibrio de la totalidad o conjunto. Sin darse cuenta de que el ser humano y el universo que lo comprende son una sola y misma organicidad viva y dinámica en continuo intercambio de nacer, crecer y transformarse. Y, actualmente, sin haber siquiera tomado conciencia de que se ha olvidado de su integración con otros individuos y grupos en armonías de convivencia acordes con sus aspiraciones de supervivencia dentro de valores humanos más elevados de conciencia, se ha dado cuenta de que su supervivencia como especie está amenazada por él mismo, en su afán de utilizar el universo que lo rodea en forma indiscriminada y masivamente atentatoria contra el equilibrio de las variables que lo sustentan: aire, agua, temperatura...
Así pues, en este momento se hace necesario que el ser humano tome distancia de su entorno, tecnológicamente avanzado, para balancear aquellos elementos del mundo circundante que han llegado a niveles críticos de desequilibrio. Y esto, simultáneamente, con el compromiso de mirar a sus congéneres para plantear nuevos niveles de interrelación que le permitan valorar lo humano dentro del conjunto, y así acceder a niveles de convivencia que impliquen una mejor consideración hacia el otro con el que convive, aprendiendo a aceptar las diferencias y a compartir las ventajas de los que son más hábiles con los menos hábiles, de los más dotados con los menos favorecidos, en fin, a practicar aquellos principios que los maestros espirituales de todos los tiempos han visto con tanta facilidad y que son inaccesibles, a simple vista, para la mayoría de nosotros. Es tiempo de tomar conciencia de que el disfrute de nuestra existencia física está en el compartir, en el afecto, en la convivencia por encima de la confrontación y opulencia de unos pocos sobre muchos. Estamos situados ante una exigencia de cambios que requerirá que los más dotados en conciencia encuentren formas de comunicación que pongan a las mayorías "inconscientes" (primitivos muchos, ignorantes muchos, "sabios" algunos, con sabiduría de libros y títulos escolares) en el camino de la conciencia del bienestar de la amistad, del compartir, del convivir armónico, diferencias incluídas. Que nos demos cuenta que lo que nos hace felices es el amar (en todas las formas conocidas: familia, amistad, pareja, sociedades) y que el odiar, el resentir y el rechazar, solamente produce infelicidad, enfermedad y malestar.