martes, 22 de diciembre de 2015

Dios: Las palabras y la confusión

La confusión a la que me quiero referir tiene que ver con la concepción individual alrededor de cada palabra, cada frase y cada afirmación o negación que realizo en mi devenir comunicativo mediante la palabra. Y por comunicativo me refiero a lo que recibo de mi interlocutor como mensaje verbal y lo que emito mediante la palabra ante un interlocutor. En efecto, hace ya algún tiempo me he dado cuenta de las diferencias, algunas veces sutiles y otras no tanto, que hay en algunos términos que utilizo, y que originan argumentaciones, e incluso confrontaciones, que no existirían si las significaciones (señales que apuntan a algún asunto, generalmente no perceptible por los sentidos, aunque surgido de los mismos en relación con la experiencia interna ante tales "asuntos" o "temas"), fueran unívocas. O sea "únicas e individualizadas", como es la intención del surgimiento del lenguaje: señalar o indicar algo que tenga la misma significación (significante y significado unívocos uno del otro) tanto para el emisor como para el receptor de la comunicación.
Un tema que me viene a la memoria es el recuerdo de la Torre de Babel (http://estudiobiblia.blogspot.com/2012/06/genesis-11-la-torre-de-babel.html) en la Biblia, en la cual se ejemplifica el surgimiento de los lenguajes o idiomas. Y es que, en mi opinión, algún "sabio" de los tiempos antiguos quiso explicar la dificultad que se le presenta al Ser humano cuanto pronuncia la palabra "Dios".
Cuando me paro frente a un espejo y veo mi imagen, me refiero a dicha imagen como un reflejo. Es fácil señalar la "posibilidad" de una confusión cuando digo que yo soy un reflejo de la imagen para señalar que, desde la perspectiva "imaginada" de la imagen como igual a la fuente de la que se deriva. Tal "confusión" queda así resuelta, puesto que entiendo que la imagen en el espejo se deriva de mi acción de "pararme" frente al espejo (pudiéramos referirnos a una superficie tranquila de aguas corrientes - o estancadas - como en el caso de Narciso; o al reflejo de un sonido mediante el Eco, al que hace referencia el mito de Narciso y Eco.)
El caso es que aquel "posible sabio" que quiso explicar la dificultad de referirse a la divinidad (con la palabra Dios) puede haber sido un antecedente del ateísmo; aunque no como dificultad de "aprehender" la "experiencia" referida con la palabra Dios, sino como "imposibilidad" de referirse a la divinidad separada de dicha "experiencia divina".
La palabra "sabio", en mi opinión, hace referencia a una experiencia (o mejor: una manera de vivir la experiencia) que "involucra" a dicha experiencia como "participación" de dicho "sabio" con "lo que" sea que Es en cada situación, circunstancia o "vivencia" (Recordando - con el término 'participación' - la dificultad de Platón para explicar su 'idealismo' ante personas como Aristóteles, cuya guía, en su 'aprehensión' de su entorno, eran los sentidos y la comunicabilidad mediante el lenguaje). Sabio en tal sentido pudiera identificarse con la "conciencia más amplia que pudiéramos 'imaginar' en humano alguno", y, en tal caso, nos estaríamos refiriendo a los "santos" y "maestros espirituales" de todos los tiempos pasados y por venir. Pues, en tal sentido, "sabio" es el "conoce dentro de sí mismo" la experiencia que abarca cuanto existe, incluido dentro del "que sabe" y no puede 'compartir' dicha 'experiencia' como 'conocimiento' comunicable mediante el lenguaje (aunque, como en el caso de Platón, puede 'imaginar' 'afirmaciones' como el 'mito de la caverna' para referirse a esa 'iluminación' o 'aprehensión interna' de la divinidad; pero nunca podrá transferir su 'sabiduría o con-ciencia' a interlocutor alguno que no haya 'participado' en su propia 'búsqueda interior' de dicha 'divinidad'.)