domingo, 30 de agosto de 2015

Sobre el Ser, incluido el suceder

Hay dos modos de manifestar la racionalidad del Ser humano: el pensar, dirigido hacia dentro, y el reflexionar, dirigido al entorno (entorno, mundo y universo, en sucesivas ampliaciones del contexto del pensar y del reflexionar). Si el reflexionar y el pensar se hacen desde el darse cuenta, hay una manera superior que podríamos denominar conciencia.
El Ser, si hubiera mantenido su unidad intrínseca, podría haber constituido la verdadera imagen de "eso" que denominamos Dios (con mayúscula), y, consiguientemente, habría sido una meta u objetivo para el Ser humano en su modo de conciencia. Lo que, aparentemente, sucedió, fue que, alguno de nuestros primitivos ancestros pensantes y reflexionantes desde el darse cuenta, separó el Ser, como manifestación y expresión de todo cuanto existe, para darle "entidad", y, de esa manera, trajo a Dios al nivel de "lo ente", separando lo esencial que da unidad y sentido a cuanto existe, y que denominamos "Amor".
El problema de la separación es que "dejó" de ser objetivo o meta la conciencia, para convertirse en un nuevo "motivo" de separación, por el inacabable pensar de significaciones para volver a unir lo que fue separado. Ambos, separados, Dios y Amor, se tornaron inalcanzables por su condición de "entidades", y, por consiguiente, debieron aparecer los maestros espirituales para tratar de señalarnos "lo que no puede ser señalado" desde lo ente, y, de esa manera, nuestro peregrinar para lograr darnos cuenta se convirtió en una tarea sisífica.
El hecho es significativo por cuanto la diferencia o separación, entre los entes, nos da una visión de bueno y malo que no existiría en la Unidad que todo cuanto existe constituye. Y, en particular, entre los seres humanos surgen diferenciaciones que separan, y que hacen nuestro transitar por "la vida" más agobiante, pues la falta de unión para aprehender las diferencias de manifestación, que pudieran  constituir complementaciones y la necesaria e imprescindible cooperación entre los seres humanos, se torna en confrontaciones de lo ente en detrimento de lo uno.
Uno de los particulares aspectos de esta confrontación se refiere a la diversidad de potencialidades (dotes y dones con que cuenta cada Ser humano). En tal confrontación surge un desgano por contribuir desde la particular individualidad, por las comparaciones. Y es que tales comparaciones son el afán de medir propio de la condición humana que, al apreciar lo profundo y lo superficial, lo ancho y lo angosto, lo alto y lo bajo, lo duradero y lo perdurable, lo hondo y lo trivial y, en general, lo grande y lo pequeño, desgaja nuestra unión en lo apetitivo y vulnerable propios de dicha condición humana, haciendo de la separación en bueno y malo, en sus diversas acepciones, un obstáculo para la necesidad que tenemos de aprender, salvo el modelaje familiar y contextual de nuestra naturaleza "entitativa".
Hay individuos, en el contexto social, cuya inapetencia de aprender se convierte en confrontación con dicho contexto. De ahí surgen los conflictos sociales, pues los que han aceptado el contexto enseñanza-aprendizaje se integran en una dinámica propicia al pensar, reflexionar y al darse cuenta, que justifican la presencia del Ser humano en su condición social, para superar la tarea sisífica y atender esa necesidad de acceder a los niveles de convivencia que faciliten transformar las experiencias (conocimientos) en escalones hacia la conciencia.
Queda en el aire la interrogante referida a la sociedad como unión que debe encontrar las respuestas para integrar a los inapetentes de aprendizaje en el contexto social. Y no precisamente a través del "castigo y la penitencia", sino a través del Amor que se reintegre en la Unión que todo cuanto existe constituye. Y sin la necesidad de buscar significaciones a esa entidad "Amor", pues hay claves que pueden resumirse en aceptación, cooperación, entendimiento, comprensión, entusiasmo, y términos semejantes que impliquen un dar y un recibir, sin atender a medidas de más grande o más pequeño.