viernes, 10 de junio de 2011

Libertad

Cuando se me ocurre un término como motivo de compartir en estas perspectivas, me sorprendo con mis reflexiones internas acerca del lenguaje y sus motivaciones subyacentes, o su complejidad intransmisible. El término libertad comenzó como un motivo de ampliar el de voluntad y terminó siendo un laberinto sin salida. Sin embargo, aquí estoy, tozudamente, buscando caminos de expresión.
El simple hecho de tratar de entender lo que se expresa con el término, o, por lo menos, delimitar su aplicación a los hechos y circunstancias propias del Ser humano, me introduce en la alegría de explorar nuevas percepciones internas. El término libertad, visto desde la física, particularmente la mecánica elemental, puede referirse a la posibilidad de movimiento en una o más direcciones en el mundo físico. Así que, la posibilidad de movimiento de un ser humano está dada por el terreno en el que se desenvuelve, pudiendo ser plano o con subidas y bajadas, pero nunca en el sentido de subir o elevarse sin un sustento material, como una escalera o algo semejante. Y, con todo, el ser humano inventó muchas maneras de volar, pero haciendo que el elemento material de apoyo pudiera elevarse sobre el terreno natural de la cotidianidad. Amplió así la manera de elevarse, de liberarse de la fuerza de gravedad que lo mantiene unido al suelo. Incluso inventó los viajes fuera del planeta de sustento, con lo cual fue capaz de experimentar la ingravidez. Siempre, sin embargo, el entorno de ingravidez debía contar con un apoyo material final para el natural desenvolvimiento del ser humano.
Tal vez sería enriquecedor contar con la presencia de Sócrates, modernizado, para examinar las diversas posibilidades de delimitación de lo que pretendemos señalar con la palabra libertad. En efecto, casi siempre, su uso se refiere a lo político y a las diversas concepciones de la manera de convivir en la civilidad, en la estructura de un grupo humano más o menos grande o extenso. Y, en tal sentido, surgen leyes para dirimir diferencias y conflictos de convivencia, estableciéndose, de esa manera, contextos para aplicación de la palabra libertad. Surgiendo, casi simultáneamente, la concepción de que nuestra libertad está en autolimitarnos, en restringirnos según leyes internas que obedezcan a códigos de conducta propios de una ética o moral ( y ambos términos, en su origen, quieren decir "costumbres" y, más específicamente, "buenas costumbres" o "costumbres aceptadas por la comunidad"). Las leyes, en esa forma, son una manera de entender un contexto de libertad. Es el contexto en el que se da la libertad de acción según reglas. El libre albedrío hace referencia a dos contextos totalmente diferentes de libertad. Por un lado se refiera a la posibilidad de actuar de acuerdo a cualquier ocurrencia (antojo o capricho), y, por otro, a la potestad de obrar por reflexión y elección de alternativas de acción.
Vemos, pues, que la libertad no es tanto el hacer cuanto nos venga en gana (antojo, capricho, voluntad) sino la potencialidad de actuar según las mejores alternativas presentes y, en ese contexto, surgen las posibilidades de individualismo egoísta (provecho personal por encima de cualquier otra consideración) o la novísima concepción, aunque de vieja existencia con denominaciones diferentes, de ganar ganar, en el cual se toma en consideración lo mejor para que los seres humanos involucrados obtengan plena satisfacción. No simplemente la satisfacción de la negociación de posiciones o puntos de vista, sino la satisfacción plena de la humanidad expresada en la comprensión de que el valor humano por excelencia es el Ser humano con nuestros semejantes.
Libertad, pues, en términos simples, involucra una valoración de actuación cotidiana, en la que podemos desenvolvernos con plenitud de potencialidad dentro del contexto que persigue nuestro mayor bien en concordancia con el mayor bien de todos cuantos nos rodean. Incluso, cuando nos extendemos, podemos concebir una acción en la que nos interesamos por el contexto material y natural que nos rodea, de tal manera que conservemos nuestro mundo circundante con el cuidado que amerita nuestro bienestar en el mejor de los sentidos que podamos, en cada situación, circunstancia y experiencia, concebir. Siempre volvemos al primer mandamiento de la tradición judeo cristiana "Amar A Dios (todo cuanto existe, originado y sustentado en El Espíritu que lo inspira y expira) y al prójimo como a ti mismo".