viernes, 29 de abril de 2011

Voluntad

Cuando enuncio el término voluntad, inmediatamente, se me aparecen la disciplina y el esfuerzo como concomitantes naturales, pues voluntad implica un querer ser en determinada manera, por encima de obstáculos y dificultades en dicho querer ser. Sin embargo, el término procede del verbo latino "volo", cuya traducción al español es "querer". En consecuencia, tanto la disciplina como el esfuerzo quedan matizados por tal querer, pues, cuando quiero algo, no hay esfuerzo o dificultad alguna que se interponga, y, con toda naturalidad, mi querer se transforma en gusto por el hacer para lograr aquello que quiero.
La voluntad, así, constituye el motor de mi Ser humano. Tiene relación con la motivación, en la medida en que la motivación subyace a mi querer. El problema, reflexivo, se presenta cuando intento expresar lo que la voluntad, desde mi Ser consciente, como motor de acción, significa para el vivir. Pues, pareciera que el querer tiene dos facetas encontradas: una dirigida al ser apetitivo y la otra al ser trascendente. Este último precedido por su natural etapa de "conciencia que evalúa". El ser apetitivo parece encontrar su satisfacción, al menos momentánea, en los instintos propios de la naturaleza que denominamos animal, y que, fundamentalmente, atienden a los sentidos en su nivel básico apetitivo, aunque, en el ser educado, se eleva a niveles de intelectualidad propios de dicha educación formal.
En la historia humana encontramos que, siempre, ha habido individuos cuya percepción o visión se ha elevado por encima del nivel promedio y que han encontrado una unidad por encima de la individualidad. Esta percepción o visión es más un nivel de conciencia, un darse cuenta, un "ver", que está más allá de lo que los sentidos físicos muestran al ser humano. Incluso me atrevo a decir que está más allá de la mente racional y pensante, pues se constituye en una experiencia fundamental que ilumina (de allí el término "Luz" con el que se designa dicha experiencia) y envuelve a dichos seres particulares y que los hace vivir una vida en armonía con todo cuanto existe. Tales seres especiales (sabios, santos y maestros espirituales) siempre se constituyeron en ejemplo del convivir para sus semejantes y, generalmente, "predicaron" (expresaron mediante la palabra hablada, en los orígenes, y luego escrita, cuando tal instrumentalización apareció) maneras de convivencia que denominaron máximas, mandamientos, sentencias, proverbios y otros términos similares. Con el pasar del tiempo, dichas frases, mandamientos o sentencias se constituyeron en lugares comunes, cuya significación se da por entendida, cuando, examinadas con atención, constituyen un modo de enseñanza, por lo menos, para la convivencia armónica, sin que se hayan convertido en experiencias universales de validez comprobada, salvo para los pocos que han utilizado su voluntad para transformarlas en experiencias dirigidas a la iluminación. Es así como surgió, en mi opinión, el término conciencia, para señalar a aquellas personas que se dan cuenta de que su hacer y decir inciden en el contexto que las rodea.
La voluntad parece indicar una manera de encarar el Ser humano con una perspectiva que atienda a la visión de los santos y maestros espirituales. En tal sentido, atiende al ser trascendente por encima del ser apetitivo y, consiguientemente, aparecen el esfuerzo y la disciplina naturales para superar lo que el ser apetitivo quiere, a pesar de las posibles consecuencias indeseables que dicho querer pueda implicar. Más aun, aparece, producto de la convivencia propia de la civilización, la ley, que establece las normas de dicha convivencia como obligaciones sometidas a códigos de enjuiciamiento y castigo ante el quebrantamiento de las mismas. Simultáneamenta aparece, en mi opinión, el término gracia, para señalar aquel comportamiento, propio de sabios, santos y maestros espirituales, que no requiere esfuerzo alguno, por cuanto está dirigido por una manera de ver lo que es, en forma directa (la iluminación) mediante la experiencia inefable. En efecto, y como ejemplo apenas visible, la experiencia personal nos indica que es más satisfactorio ser amable y atento que confrontante e irritante y, sin embargo, elegimos normalmente, o por reacciones circunstanciales, la confrontación y la molestia, que no conducen a la solución de conflicto alguno entre semejantes. Otro ejemplo, una vez más, apenas visible, lo encontramos en "los derechos humanos", propios de "conciencia de la ley", ante "los valores humanos", propios de la "conciencia de gracia"; los primeros son impuestos, mientras que los segundos son practicados con toda naturalidad y agrado.
La voluntad, pues, aparece como el único recurso que nos queda a quienes se nos oculta, por educación basada en el modelo de los adultos que nos rodearon en nuestros primeros años de vida, la maravillosa unidad que los santos y maestros espirituales encuentran como continuo éxtasis ante el mundo que nos rodea y acoge.