lunes, 3 de enero de 2011

Arqueología de la medida

El título pudiera haber sido "arqueología del medir" o "arqueología del juicio". En la filosofía kantiana, el juicio es la base del conocimiento, como entidad en la que se resumen tanto la intuición como el entendimiento puro, unificados por la apercepción transcendental (el Yo subyacente al "Yo soy" o "Yo pienso"). El juicio es el hilo conductor que permite a Kant concatenar toda su "evaluación" ("crítica") del conocer, como proceso que define al Ser humano en su aprehensión del universo que lo rodea y constituye. Igualmente podemos afirmar que el medir, o la medida, es la quintaesencia del denominado conocimiento científico como patrón en el que está contenida la "objetividad" (número como forma espacial y temporal - número como distancia - vale decir: "separa", "identifica", "cosifica" - que discierne cosas y aconteceres, respectivamente). Es así como se nos hace evidente que el medir o la medida es el fundamento filosófico y matemático - dos instancias fundamentadoras del "conocimiento" a la manera del Ser humano. Una manifestación y expresión del "Ser" del ser humano.
En mi opinión, cuando el hombre pronuncia su primer sonido o palabra, para señalar, a un semejante cercano, algún objeto o acontecimiento, inicia el medir e inicia el juicio. Y dicho juicio o medida es, sencillamente, un "comparar", un "esto es así" y "podría haber sido de otra manera" implícitos en el juicio y en la medida. Posteriormente, el objeto o acontecimiento pueden estar ausentes en lo fenoménico de la experiencia presente, pero permanecen en la "memoria" e "imaginación" de quien los utiliza como referencia de lo fenoménico.
Los filósofos del lenguaje han utilizado frases como "el gato está sobre la alfombra" para ejemplificar la "carencia de juicio" o "valoración" en la emisión de "imágenes" o "fenómenos" observables "objetivamente". Pero, en una evaluación más detenida, podemos darnos cuenta de que el hecho de "estar sobre la alfombra" implica un juicio de "pudiera estar sobre cualquier otra superficie" o estado. Y se nos hace presente el "comparar" como fundamento sobre el cual se asienta cualquier expresión del lenguaje, sea simbólico o propio del lenguaje natural hablado o escrito.
El "comparar" está implícito en cualquier expresión y manifestación de conocimiento del ser humano. Y la comparación es, en sus elementos más simples, un discernimiento que separa, clasifica e identifica aquello que queremos abarcar con el conocimiento. Con la consecuencia más radical de que, como hemos transformado el lenguaje en vehículo de nuestra comunicación, el pensamiento se hace "carne" en ausencia de semejante alguno cercano que pueda acceder a nuestra comunicación. O sea: nos transformamos en "dos" en nuestra identidad personal fundamental. Nuestra apercepción trascendental, ese Yo que acompaña todas nuestras experiencias, se comunica consigo mismo en un intento de discernir lo que "fenoménicamente" está ausente a la experiencia del presente, de aquello que se oculta en nuestro diario acontecer, lo que subyace al pensamiento como expresión de una realidad, tan íntima, que ha dado origen a las concepciones de "alma", "espíritu" y similares en nuestra aprehensión de cuanto nos rodea. Y, más aun, nos ha separado de cuanto nos rodea, incluyéndonos a nosotros mismos como "realidad" material o física perceptible, mediante los sentidos que nos permiten acceder a los fenómenos como expresiones de comunicación no verbal.
Las mismas intuiciones puras de la filosofía kantiana, espacio y tiempo, son, en esencia, una comparación de nuestras distancias, hecha número en los objetos y fenómeno en los aconteceres. La distancia espacial y la distancia temporal constituyen así dos nuevos "seres": espacio y tiempo que, sintetizadas en el número, novísimo "ser", abstraído de la experiencia en la búsqueda insaciable de la "objetividad comunicacional", nos sumerge en una diferenciación infinita que nos aleja de la unidad esencial en la que nos encontramos como parte de un universo que, cada vez más, se nos revela como energía de conciencia y de manifestación. Con la posibilidad de que, algún día, podamos encontrar aquello bajo lo cual somos un ir y venir de lo mismo: una energía fundamental que busca conocerse, en una revelación que la libere de los altibajos de la materia discernible, para transformarse en un equilibrio de la conciencia que, simplemente, juega a la transformación y trascendencia, más allá de lo que la aprehensión de los sentidos puede fenomenizar con el entendimiento y la razón.