miércoles, 1 de diciembre de 2010

Arqueología del tiempo

El último adelanto en el conocimiento del tiempo se debe a Heidegger, quien lo evaluó en sus propiedades de cualidad y cantidad. En efecto, como cualidad podemos indicar que cada momento temporal se caracteriza por los acontecimientos específicos que lo constituyen, que son los sucesos y circunstancias propios del devenir socio político local y contextual, inscritos sobre las fechas del calendario correspondiente. Tales especificidades se registran sobre una secuencia previa recogida en función de la cantidad: Siglos, años, meses y días (las semanas parecieran desaparecer en la carencia de cualidad específica).
El paso previo a esta evaluación en cuanto a las categorías de cualidad y cantidad fue el de Kant, quien consideró al tiempo y al espacio como intuiciones puras que, bajo la unificación de las categorías, se establecieron como fundamentos del conocimiento. Y este último se caracterizó en su condición de unificación de la experiencia obtenida mediante la sensibilidad como materia de elaboración para las categorías, mediadas por el esquematismo como elemento de unión de la intuición empírica y entendimiento puro. Queda así resumida la presencia del tiempo como fundamento del conocimiento.
Lo que no quedó claramente establecido, luego de la evaluación (crítica) kantiana, fue el carácter de estructuración u orden que Kant estableció como función esencial de la intuición temporal. Y es que, a pesar del cuidado que puso en aclarar suficientemente la condición formal del tiempo y del espacio, lo hizo en una forma teórica por excelencia, acudiendo a ejemplos que no delimitaban suficientemente dicha condición formal: la experiencia (fenómenos) como materia y su organización u orden como forma, propia del espacio y del tiempo.
En tal sentido podemos señalar que lo que se trataba de dilucidar en los dos elementos, espacio y tiempo, era su origen más ancestral: los fenómenos de secuencia, presencia y conciencia (Yo soy) que subyacen a la creación de los elementos tiempo y espacio. Las verdaderas intuiciones puras, en la evaluación kantiana, son las de secuencia, presencia y conciencia; las dos primeras son formas o maneras de ver propias de nuestra conciencia en su apreciación de los fenómenos, y, en tal sentido, carecen de las categorías de cualidad y cantidad propias de los elementos o fenómenos físicos de la experiencia, tales como el tiempo y el espacio mismos, cuya inscripción en la experiencia, como elementos de organización formal, pasan a ser parte del engranaje teórico en el que entran otros elementos como fuerza, energía y masa, que facilitan la expresión de los fenómenos en modelos simbólicos, sean matemáticos o de otra naturaleza, incluidos los biológicos.
Desde tiempos inmemoriales, el Ser humano ha sido testigo de la rotación de los astros, y el día y la noche han sido los primeros elementos de apreciación del transcurso, de la secuencia de los fenómenos, así como lo han sido las estaciones y otros fenómenos cíclicos, incluidos los ciclos naturales de alimentación, descanso y otros procesos biológicos propios de la naturaleza orgánica. A estos fenómenos cíclicos, antecedentes de la rotación de una aguja dentro de un círculo o del flujo de arena en recipientes unidos por un pasaje estrecho, podemos superponer el devenir orgánico de aparición, crecimiento y evolución, y desaparición, conocidos con los términos de nacimiento, desarrollo (o transcurso, como podría ser denominado con propiedad), y muerte. Estos elementos de la naturaleza, dilucidados en la conciencia del Ser humano, son los constituyentes fundamentales sobre los que se asienta la creación de tiempo y espacio como entidades semejantes a masa, energía y fuerza. Lo realmente existente es la vida y la conciencia, que en su devenir y evolución se inscriben sobre la infinitud y la eternidad, verdaderos representantes de presencia y secuencia, representados en las experiencias conocidas como tiempo y espacio.