miércoles, 10 de noviembre de 2010

Reflejos 12

La objetividad es, en alguna forma, el objeto de la ciencia, pues se trata de reflejar aquello que es indefectiblemente igual para todo Ser humano (pensante, según la interpretación común del "cogito, ergo sum" cartesiano, que, por cierto, no es la mía). Y tal objetividad, científica, se plasma matemáticamente en fórmulas y símbolos, como recipientes definitivos de las descripciones propias del lenguaje que dibuja, colorea y presenta el cuadro correspondiente al tema del que se trate.
Hay otra objetividad, propia de lo humano, que se denomina "impersonalidad", o sea, cuando algo es impersonal, se apunta a algo que es considerado "objetivo" desde una perspectiva "humana". Tal impersonalidad refleja aquello que pudiera ser considerado fuente de equilibrio para la emocionalidad. Se da cuando, lo que consideramos focalmente como tema de nuestra atención, no nos afecta emocionalmente; consiguientemente, puede ser apreciado por otro Ser humano desde la misma perspectiva o punto de vista. El ser impersonal perfecto, dentro de nosotros, es aquel observador interno que ve el mundo circundante, nuestros semejantes y cuanto nos atañe, en forma semejante a la utilizada por los primeros filósofos griegos y los maestros espirituales, incluidos Lao Tse y Confucio, en las máximas de convivencia y cuidado propio del primer mandamiento de la ley judeo cristiana: "Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a tí mismo...".
En la objetividad, propia de la ciencia, nos separamos del mundo que nos rodea, incluyéndonos a nosotros mismos como objeto de observación, y lo reducimos a fenómenos de observación y descripción. En lo impersonal (impersonalidad) recogemos nuevamente cuanto nos rodea y nos asimilamos e identificamos como una parte de la totalidad que tiene una significación más allá de los sentidos físicos, que nos permiten interactuar con el mundo que nos rodea y nuestros semejantes. En la primera perspectiva nos encontramos el tiempo y el espacio como fundamentos (intuición pura kantiana) intuitivos que, junto con las categorías (kantianas), dan origen a nuestro conocimiento. En la segunda manera de ver el mundo, y a nosotros como una parte más dentro del mismo, atisbamos lo que los santos y maestros espirituales han "experimentado" como "realidad": la vida y la conciencia de dicha vida, y sus calificaciones o accidentes, constituyen los misterios (místico) que nos abarcan y que, atemporal e inespacialmente, pueden sobreponerse a las vulnerabilidades características de nuestra constitución física y emocional, que, como mecanismos de protección de la "vida corporal o física", nos agobian en el diario acontecer espacial (presencias) y temporal (secuencias).
La subjetividad, contrapuesta a la objetividad, se supera en la subjetividad impersonal (Unidad con cuanto nos rodea en el universo). Esta subjetividad impersonal, como conciencia que supera lo accidental y fenoménico de nuestra naturaleza humana material, tiene como extensión, y no como contraposición, a la espiritualidad propia del "Yo soy el que soy" de la divinidad que se manifiesta en cada conciencia humana, como una chispa que refleja, en cada ser humano, un "Yo soy el que soy", cuya manifestación y expresión están contenidas en "el que soy" como particularidad misteriosa de "El Que Soy" como expresión y manifestación del Universo que nos aprehende y comprende.