lunes, 4 de octubre de 2010

Reflejos 11

La conciencia es el YO SOY que resume cuanto hago, digo, pienso y vivo (experiencias internas y externas bajo el ojo observador que está más allá del cuerpo, la imaginación, las emociones, los pensamientos y las reacciones instintivas), y es difícil estar completamente libre de los automatismos propios del diario vivir y convivir. Pues el respirar, caminar, e incluso el pensar, se desenvuelven por los caminos de lo trillado que, sencillamente, requiere, en cada momento, una elección que, no por elección, deja de ser automática.
En este momento, por ejemplo, tengo que compartir conmigo mismo que, hace ya varios días, se me vino la idea de que el gran descubrimiento de la psicoterapia humanista de mitad del siglo XX fue el "darse cuenta", del que, en alguna oportunidad, escribí en estas perspectivas. Porque el "darse cuenta", aparte de la mención que hiciera alguna vez acerca del cuadro en una habitación que frecuentaba y que no había percibido anteriormente, se dirige al área del denominado "crecimiento interior", que percibe significados o sentires que matizan las experiencias pasadas, dando nuevas maneras de enfrentar la vida. Y es que las buenas costumbres, como las malas, solamente pueden ser practicadas cuando se transforman en hábitos. Y las buenas costumbres se originan en la experiencia de hombres notables, que observaron que la vida en sociedad, para que pueda funcionar, debe estar dirigida por la conciencia de las repercusiones de nuestro hacer u omitir (abstenerse: ante la duda, abstente; o sea, no hagas, no digas, no decidas). Y como dicha acción u omisión no son propias de nuestra naturaleza sensorial (o sensitiva, o sensual, o como quiera denominarse a eso que somos como "seres apetitivos"), pues los santos, maestros espirituales y, por lo menos, los primeros filósofos griegos (creadores de la filosofía) se dieron a la tarea de instruir a sus semejantes humanos en las reglas que ellos consideraron funcionales para la convivencia entre seres humanos. Lo inconveniente fue que, en lugar de "facilitar" - otro término de la psicoterapia humanista de mediados del siglo XX - surgieron los "religiosos" que transformaron dichas reglas, o "procederes", en leyes, como las de los diez mandamientos judeo-cristianos, y en las incontables leyes propias de los gobiernos civiles, sin poner atención a la necesidad de promover el crecimiento de la conciencia, mediante la cual los seres humanos pudieran acceder a dichas reglas por su propia experiencia.
Sucede con esto lo mismo que con la ciencia, surgida del contacto de la filosofía con la técnica y la tecnología y su expresión mediante los números. En efecto, no es lo mismo, por ejemplo, la experiencia adquirida mediante los golpes de las caídas y los efectos de objetos que se rompen, por no ser debidamente sostenidos o sujetados, que la expresión fuerza es igual a masa por aceleración de la gravedad. En esta última expresión, propia de la "enseñanza" escolar, se tiene el mismo efecto que la "reglamentación" mediante mandamientos religiosos y leyes civiles: el Ser humano al que van dirigidas pierde la noción de lo aplicado - aunque ese sea el objetivo de "enseñanzas", mandamientos religiosos y leyes civiles - y se queda en un mundo de fantasía, propio de la imaginación al servicio del entendimiento. Es de esa manera que los seres humanos llegamos a la situación actual, de ciencia, tecnología y conocimiento, en la que consideramos que "sabemos", cuando hemos leído, estudiado y seguido cursos de formación primaria, secundaria y universitaria. Sin "darnos cuenta" que toda esa información está sustentada en "experiencias" del mundo físico que han sido simbolizadas por personas que dedicaron su vida a convertir en "teoría" y "símbolos" de "fácil transmisión" cuanto a ellos se les ocurrió "investigar" acerca del comportamiento de los cuerpos y fenómenos sensibles.
Esto, a su vez, me trae a la idea de que, lo anotado en textos y programas de estudio, es una manera de interpretar, propia del entendimiento humano, hechos y fenómenos puntuales (limitación de figura y fondo de la sensibilidad humana) que pudieran, en contextos diferentes seguir reglas diferentes a las de nuestra manera de percibir. Cosa esta que constituye el fondo de la Crítica de la Razón Pura de Kant, en la cual se nos confronta con las limitaciones de nuestro entendimiento a los términos de nuestra receptividad y entendimiento, guiados por categorías como "maneras de organización" intelectual de lo que nuestra sensibilidad, guiada, a su vez, por las intuiciones puras (organizaciones espaciales y temporales: presencia y secuencia, materia y forma) pueden "comprender" en la interpretación de cuanto nos rodea.
La vida, como la concebimos en estudios interpretativos de la experiencia, solamente puede ser vivenciada si la concientizamos, o sea, si la sometemos a la observación viva de la experiencia sentida personal. Y en esto podemos distinguir el "saber" del "conocer". Este está sujeto a la comprobación teórico simbólica de la denominada "ciencia", mientras que el primero está referido a una manera de vivir cónsona con los principios del convivir que, como legado de santos, maestros espirituales y los primeros filósofos (incluyendo a algunos otros de la tradición que dieron principios de "buenas costumbres" - hábitos formados por la práctica de reglas heredadas de dichos santos, maestros espirituales y filósofos; y a otros como Confucio y Lao Tse, cuyas enseñanzas están emparentadas con dicha manera de ver la convivencia y el vivir) se resumen en máximas y principios que necesitan ser "experimentadas" en el vivir de cada Ser humano, por encima de su naturaleza apetitiva, sin el imperativo de "necesidad" o "deber", sino con la guía y "facilitación" de personas "sabias", que hayan recorrido el camino del vivir y convivir en constante aprendizaje bajo la guía de su YO SOY que haya alcanzado la sobriedad, el equilibrio y la paz interior propias del que puede transformarse en guía espiritual. Entendiendo por espiritual aquella condición humana que supera lo apetitivo sin negarlo.