martes, 31 de agosto de 2010

Reflejos 10

En la medida en que me dejo llevar por mis pensamientos, acerca de conciencia e inconsciencia, van apareciendo nuevas perspectivas acerca de lo que, para mí, pudieran ser diferencias significativas en el lenguaje referido a dichos estados. En efecto, algo que permanecía difuso era la diferenciación entre la inconsciencia propia del desmayarse o perder la conciencia, y entrar en un estado semejante al del sueño, en el que permanecemos inmóviles físicamente y carentes de la voluntad de movimiento y comunicación, y el estado normal de vigilia, en el que, según los maestros espirituales seguimos en un estado de inconsciencia propio del que se deja llevar por sus instintos y apetitos, sin medir las consecuencias ni responsabilidades consiguientes a dicho dejarse llevar. No nos damos cuenta, y nos sumergimos en la irresponsabilidad propia del que necesita una guía exterior, como los niños, que requieren de la atención de sus padres y representantes para señalarles los límites a sus comportamientos ante sus semejantes y circunstancias externas.
Y el caso es que ya he considerado anteriormente el automatismo propio de funciones como el respirar, el caminar y similares. Y me doy cuenta de que la mayor parte de nuestra vida, en mi opinión, transcurre en los automatismos propios de la vida cotidiana. Es así como se me ha presentado la diferencia que buscaba dentro de mi, pues el automatismo es la forma natural en la que nos desenvolvemos normalmente. No hay pensamiento en la rutina diaria de las actividades que se han ido definiendo a partir de la niñez y adolescencia. En estos estados, niñez y adolescencia, se da un automatismo propio de los instintos y apetencias peculiares de la animalidad que nos caracteriza como seres orgánicos. Posteriormente, y guiados por las reglas implícitas del grupo familiar, social y político en el que nos desenvolvemos, van surgiendo las actividades y tareas que conforman nuestros "deberes y obligaciones": trabajo, relaciones, tiempos de descanso y esparcimiento y así sucesivamente. Se generan automatismos genéricos que condicionan nuestro desempeño externo y que variamos según nuestros intereses y motivaciones para ocupar nuestro estado de vigilia.
El pensar discursivo se enfoca en la reflexión guiada hacia la expresión del "conocimiento adquirido" y, en casos afortunados, la generación de nuevas maneras de entender lo que nos han legado generaciones pasadas. Así mismo, cuando nos toca ejercer actividades que requieren del conocimiento adquirido en los establecimientos de instrucción, nuestro pensamiento se dirige a dilucidar la aplicación de lo adquirido, guiados por nuestro "sentido común" y por el grupo de trabajo en el que nos toca desempeñarnos. Sin embargo, en general, nuestros automatismos están formados de tal manera que las alternativas de acción están, por decirlo de alguna manera, preconcebidas en formas limitadas y ceñidas a "costumbres y hábitos" culturales y sociales.
El horizonte de nuestro ser y hacer ha sido diseñado durante nuestra "formación" y "educación" formales, sin que surja, salvo casos individuales de excepción, una separación de los patrones previamente establecidos. El automatismo, en mi opinión, es el proceso de economía de recursos en nuestro desenvolvimiento cultural, social y político. La conciencia requerida para ser y hacer han sido preestablecidas en nuestro contexto existencial y, en tal sentido, es una "conciencia de vigilia" que no tiene que ver con la verdadera conciencia o darse cuenta, que se responsabiliza por el estado interior de nuestra participación activa en la determinación de nuevas y mejores alternativas que obedezcan a las tres reglas fundamentales: cuida de tí para que puedas cuidar de otros; no te lastimes y no lastimes a otros; y, utiliza todo para aprender, para crecer en conciencia y posibilidades de desenvolvimiento y cooperación, contigo mismo y con cuanto te rodea.
Los "malos hábitos" son tan automáticos como los "buenos hábitos". La afortunada diferencia reside en que los "buenos hábitos" se han formado en contextos propios de la "legislación social implícita" en las regulaciones impuestas por nuestros padres, representantes, maestros y actores sociales activos durante la etapa de nuestra formación. Los "malos hábitos" son las desviaciones de la "legislación social implícita" que, sin contrapartida educativa que nos confronte con los resultados adversos de dichas desviaciones, parecieran favorecernos, en el corto plazo, en la satisfacción de nuestras apetencias y deseos y, de esa forma, se constituyen en una experiencia desorientadora con relación a nuestros mejores intereses.
La conciencia de los maestros espirituales de todos los tiempos - y los primeros filósofos y pensadores forman parte de esa tradición - ha establecido reglas y máximas de conducta que, recogidas en forma escrita y resumida, constituyen un tesoro de "conciencia cultural y social" para la evolución individual y social de los seres humanos. Sin embargo, dicho tesoro tiene un valor limitado a la interpretación de los sucesivos guías de formación de las nuevas generaciones de niños y adolescentes, pues se concede un valor puramente formal e intelectual, carente de la experiencia que permite confrontar al niño y adolescente con las reales consecuencias de prueba y evaluación, ensayo y evaluación, que el ser y hacer, bajo supervisión consciente y sabia, pueda consolidar en su "transformar la información en experiencia". Es semejante al proceso de conocimiento científico que, desprovisto de la sucesiva "comprobación personal" (ensayo y evaluación personal, en contraste con las frías experiencias de laboratorio, que solamente atienden a formulaciones rígidas de comprobación), se congela en formas que no atienden a la sustancia del ser y hacer conscientes. Solamente la psicoterapia humanista, surgida durante el siglo XX, ha podido establecer el proceso de "facilitación" requerido para el crecimiento individual y social, mediante un "darse cuenta" que despierta el proceso de "conciencia interior", que dará bases firmes a la creación de valores humanos por encima de los supuestos derechos humanos. Estos últimos son una pretensión de legislación impositiva que genera desviaciones - simulaciones - para conservar la forma sobre lo sustancial, que es la valoración propia del primer mandamiento de la ley judeo cristiana (amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a tí mismo), conservado en las dos primeras reglas mencionadas anteriormente (cuida de tí para que puedas cuidar de otros; y, no te lastimes y no lastimes a otros).