martes, 15 de diciembre de 2009

La voluntad: moralidad y conciencia

La moralidad es el compendio de costumbres consideradas aceptables en la convivencia social. En particular hace referencia a aquellas que dan origen a regulaciones y leyes de obligatorio cumplimiento por parte de los individuos en el contexto familiar y social. Aunque, fundamentalmente, se forma por modelaje en la familia y la sociedad a la que se pertenece, constituye un conjunto de normas no escritas en códigos sino transmitidas como normas de conducta que cada individuo va descubriendo a medida que se ve involucrado en situaciones y circunstancias que encuentra en su normal desenvolvimiento social.
Aunque nunca he oído o leído acerca de los individuos que han generado las normas propias de la moralidad, salvo en el caso judío que lo atribuye a un dictado de mandamientos a Moisés en su "encuentro" con la divinidad en el monte Sinaí, en mi opinión, así como hay individuos particularmente dotados para diversas áreas del conocimiento, también hay, y han existido siempre, individuos particularmente sensibles a experiencias más allá de lo físico y material, que han encontrado una fuente de paz y bienestar personal en el cumplimiento de normas particulares de conducta en su relación con sus semejantes y con el mundo o universo que los rodea. Tal es el caso de los primeros filósofos griegos, denominados pre-socráticos por considerarse a Sócrates el punto de inicio formal de la filosofía griega y occidental. También, aunque no se considera dentro de lo que se considera moralidad, por corresponder a una manera de ver la vida y el universo distinta a la occidental (Asia Menor, Europa y América), cabe mencionar a Confucio en China, que formuló un conjunto de principios de conducta en frases que recogen la expresión de una conciencia moral y de convivencia propias de un maestro espiritual, pero destinadas a la convivencia social más que al despertar de la conciencia interior.
Los códigos de moralidad corresponden, en mi opinión, a un conocimiento adquirido en la experiencia con el universo circundante por parte de personas particularmente dotadas para relacionar la conciencia interior con el desenvolvimiento exterior en un ámbito que no se detiene en las particularidades de situaciones específicas, sino que atiende a una visión de conjunto, a una intuición de la totalidad infinita y eterna. O sea, que el individuo se ha elevado por encima de lo circunstancial y particular, y ha intuido su integridad con cuanto le rodea y encontrado un equilibrio dentro de sí que supera lo que pudiera considerarse ventajoso en términos del momento o circunstancia que le toca manejar.
Las normas o código de moralidad responden, pues, a la experiencia de personas especialmente dotadas para intuir su experiencia en un contexto infinito y eterno, en el que no caben mediciones espaciales ni temporales que circunscriban beneficios de naturaleza apetitiva o finita. Sin querer decir que carezca de importancia el cultivo de la condición finita humana como referencia para una vida personal satisfactoria, pero supeditada en todo momento a la mas alta conciencia posible que considere el mayor bien y los más elevados fines para todos los involucrados en experiencias específicas.
Las leyes propias de las sociedades occidentales contemporáneas, aunque no estén explícitamente referidas a las normas de la moralidad, sí están, en mi opinión, fundamentadas en tales normas. Y es notorio el carácter negativo de la mayoría de las normas, por lo cual considero que detrás de la mayoría de las normas está siempre un principio general que las comprende. Es así que considero que la más elevada expresión racional que ha podido hacerse de los principios y normas legales y de la moralidad se encuentra en el imperativo categórico kantiano que es una manera no religiosa de plantear el primer mandamiento de la ley judeo-cristiana. El imperativo categórico kantiano expresa: "Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal". Este enunciado ha tenido como artífice al individuo cuya vida se dedicó a dilucidar el ámbito de validez del conocimiento obtenido por la interacción del Ser humano y su particular receptividad del mundo que lo rodea. Carece de la conciencia propia de los maestros espirituales, pero complementa la tarea de tales maestros, quienes, ante la imposibilidad de transferir su don natural para hacer contacto con la totalidad circundante a sus semejantes, se veían en la necesidad de plantear principios de acción que permitieran a dichos semejantes alcanzar una vida acorde con el mayor bien y los más elevados fines. En efecto, como producto de sus estudios, Kant da nacimiento al "Yo soy", que Descartes había descubierto, como la contrapartida unificadora de la experiencia individual en el contexto humano; y este "Yo soy", que Kant adscribe al entendimiento puro, es "descubrimiento intelectual" de la conciencia que está por encima de la intuición, el entendimiento y la razón, y que es la razón de ser del encuentro de los maestros espirituales y los santos con la infinitud y la eternidad, por encima de sus medidas de espacio y tiempo.
El mandamiento fundamental de la ley judeo-cristiana, por otra parte, es el encuentro de un maestro espiritual, un místico, con lo divino: "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Este mandamiento es afirmativo, como el imperativo categórico, así como los de "Santificar las fiestas" y "Honrar padre y madre", que, de alguna manera, son especificaciones del mandamiento fundamental. Los restantes mandamientos, por ser explicaciones del fundamental, son, por excelencia, negaciones, como cualquier código legal o conjunto de leyes de una nación. Y es que la conciencia requiere de un desarrollo, de una evolución que, hasta la presente fecha, no ha sido motivo de guía o enseñanza-aprendizaje en la sociedad. Solamente la psicoterapia de la segunda mitad del siglo XX, y sus más importantes creadores, ha comenzado a establecer las bases para el desarrollo y cultivo de la conciencia individual, el "Yo soy", como terreno desde el cual puede fundarse un individuo equilibrado y responsable ante sí mismo por encima del contexto en el que se desenvuelve, y que, en consecuencia, sea un individuo cuya moralidad obedezca a los más elevados fines y el mayor bien, semejante al individuo que los maestros espirituales han intentado "iniciar".