jueves, 24 de julio de 2008

Experiencia 26

En mi afán de buscar y delimitar la experiencia, como fundamento del conocimiento y el saber individual y social, me doy cuenta que subyace a esta tarea la misma inquietud de los primeros filósofos griegos en su intento de fundamentar el universo en un elemento constitutivo de partida (el aire, el agua e incluso "lo indeterminado"). Tales esfuerzos intelectuales culminaron con Kant, quien, en su CRP, encuentra que la experiencia es el núcleo que centra la receptividad de los sentidos con la espontaneidad del pensamiento y origina el conocimiento (y la experiencia misma como su fundamento de partida). Y, adicionalmente, me doy cuenta que lo experimentado (incluyendo lo íntimo de nuestra imaginación y pensamiento) se transforma en palabras y conceptos que substituyen, casi inmediatamente, lo sentido y pensado.
Es de esa manera que surge el lenguaje como centro alrededor del cual se estructura todo lo que nos interesa compartir con otros seres humanos (incluidos nosotros mismos). Es una especie de condicionamiento que constituye el universo en el que nos movemos, sin darnos cuenta, y que interpreta todo lo sensible y lo no sensible en formas que el lenguaje recoge cual objetos tangibles a nuestra condición física sensorial. Es, tal vez, la ilusión o sueño que los maestros espirituales intentan mostrarnos, en contraposición con la real experiencia que ellos han encontrado como unidad dentro de la diversidad que se ofrece a nuestra mente, imaginación y sensorialidad.
En el inicio del lenguaje, como medio para comunicar las experiencias externas comunes a distintos seres humanos, debe haber sido fácil identificar el objeto o experiencia externa con el vocabulario y fraseología comunicacional que intentaba señalar. Posteriormente, al incluirse conceptos propios de lo no accesible mediante la sensorialidad, fue complicándose cada vez más la comunicación (imperceptiblemente para los interlocutores humanos) y apareció la interpretación como una nueva manera de comunicar lo que no lograba unificarse en la comprensión unívoca de lo que el lenguaje no lograba unificar. Las palabras y sus significados adquirieron una vida propia en cada individuo, de acuerdo a su experiencia de vida, y lo que antes era fácil unificar (la univocidad de piedra para designar el objeto que se lanzaba a un árbol o a un animal con fines específicos) comenzó a diversificarse en conceptos inclusivos de distintos objetos bajo el mismo vocablo. Tal vez surgió la necesidad de nombrar como roca un determinado tipo de piedra más difícil de manejar mediante el simple hecho de agarrarla con una sola mano y lanzarla para lograr un objetivo determinado.
En todo caso, lo que intento comunicar es que el lenguaje se independizó de la experiencia externa y comenzó a complicarse en conceptualizaciones que incluían objetos tangibles y experiencias internas de cada ser humano en su apreciación del universo circundante. El concepto surge para acoger las palabras que, previamente, habían tenido una designación unívoca, a pesar de las diferentes experiencias que implicaba su utilización.
En mi particular apreciación de la experiencia como fundamente del conocimiento, la opinión y el saber individual y colectivo (ex-peri-encia: fuera y alrededor de los entes) no puedo prescindir, aunque inconscientemente lo he hecho, de la conciencia como parte imprescindible de fundamentación. Y tal conciencia tiene diversos niveles, entre los cuales el personal y el grupal (social) resaltan como elementos de comunicación que implican distintas interpretaciones de lo experimentado en función de los distintos puntos de vista que se adopten. Más acentuados dichos niveles por el peculiar factor de la figura y fondo que constituyen los elementos de percepción propias del pensar y sentir humanos. Es en esa forma que las interpretaciones de diferentes experiencias acogen una mayor diversidad a la del simple concepto, pues basta que el punto de vista que se adopte para describir una experiencia cambie de perspectiva figura-fondo para que la comunicación de dichas experiencias se presten a distintas maneras de ver el mundo que intentan comunicar (hacer común entre los interlocutores), surgiendo, así, los malentendidos tan frecuentes en las relaciones humanas, tanto a nivel individual como grupal.
En la ciencia ficción propia de los cuentos y novelas que tratan de lo tecnológico se han inventado historias en las que la comunicación es directamente entre las mentes. Esto sería, aparentemente, tan exacto que equivaldría a ver el objeto de la manera en la que nuestro interlocutor lo está "experimentando". Sin embargo, cabría hacer la observación, surgida de la experiencia con los diferentes lenguajes de las computadoras actuales, de que, tal vez, no serían compatibles las "representaciones", "lenguajes", "imágenes", o como las queramos denominar, de mentes totalmente incompatibles en sus experiencias de vida y que exigirían lenguajes de traducción para compatibilizar los significados; entrando, en tal situación, una vez más, con la diversidad de interpretaciones de las experiencias específicas que se intenta compartir. En todo caso, el ideal de comunicación se daría en el intercambio de pensamientos que incluyan los distintos significados y connotaciones propias de los sujetos interlocutores.
La experiencia, pues, como fundamento del conocimiento, la opinión y el saber, tiene que complementarse con la conciencia como fuente de origen de dicha experiencia para poder disponer de una "comunidad objetivo-subjetiva" que es el objeto de la comunicación humana.